Un modernísimo 'Fidelio'

Solamente Beethoven salió indemne y hasta reforzado de la prueba a la que fue sometida su única ópera Fidelio. Porque ¿quién podía reconocer a un Pizarro embutido en un traje Armani de tres piezas? ¿Y a Marzelline con zapato de tacón planchando las sábanas de Rocco? ¿Y a Leonore protegiendo a su esposo Florestan con un revólver en la mazmorra con paredes de mármol veteado?Pero la música de Beethoven es más que indestructible. Brotaba del foso del nuevo Teatro de la Ópera de Edimburgo como de un yacimiento inagotable de oro negro, de agua transparente, de venganza y de ternura. Hicieran ...

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Solamente Beethoven salió indemne y hasta reforzado de la prueba a la que fue sometida su única ópera Fidelio. Porque ¿quién podía reconocer a un Pizarro embutido en un traje Armani de tres piezas? ¿Y a Marzelline con zapato de tacón planchando las sábanas de Rocco? ¿Y a Leonore protegiendo a su esposo Florestan con un revólver en la mazmorra con paredes de mármol veteado?Pero la música de Beethoven es más que indestructible. Brotaba del foso del nuevo Teatro de la Ópera de Edimburgo como de un yacimiento inagotable de oro negro, de agua transparente, de venganza y de ternura. Hicieran lo que hicieran los genios de la producción escénica su ópera Fidelio seguiría siendo esa pequeña historia de amor alzada como una hostia blanca sobre el altar de la orquesta y de los coros.

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Desde luego, el lugar idóneo para el estreno de esta producción de Tim Albey era Edimburgo. La Compañía de ópera de Escocia inauguraba así triunfalmente su temporada anual de 72 actuaciones con este modernísimo Fidelio. La crítica ha elogiado sin reservas esta actualización escénica de una obra clásica donde el satánico Pizarro aparece con el pelo engominado y la indumentaria exquisita de un agente de la policía secreta. O tal vez de un alto ejecutivo. O quizá de un ambicioso magistrado. Físicamente Pizarro recordaba tan pronto al policía Amedo como a Mario Conde. O al juez Garzón. El puñal con el que se disponía a matar a Florestan podía tomarse como un bolígrafo de lujo cuando en realidad era el puñal destinado a acabar con la vida del odiado preso.

Pero la batuta invisible de Beethoven condujo al ganado por la senda adecuada del escenario sin permitir ningún extravío. Su música imponente era el silbido oportuno y certero del pastor. Ya no estábamos en el pasado sino en el presente. Pizarro y sus secuaces guardaban un parecido extraordinario con cualquier comisario soviético responsable de un gulag siberiano. Pizarro no era el cruel conquistador español que recordábamos. Era al camarada Pizarrov tan cruel o quizás más que aquél. Ese carácter frío y siberiano se insinuaba en el fondo de los decorados. En la luz. La nieve. Las alambradas. La inquietante ingravidez de un paisaje de horror sin fronteras.

El productor de esta versión de Fidelio ha utilizado con acierto efectos visuales propios de la televisión. Ha optado por una fragmentación del escenario. Ha economizado medios creando espacios reducidos perfectamente iluminados. Ha jugado con la fuerza de los gestos y de los movimientos simples pero profundamente conmovedores. Es todo lo que exige la música de Beethoven que en ese instante inunda el teatro con el máximo vigor de la orquesta y de los coros. Entonces el público cierra conmovido los ojos antes de que caiga el telón.

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