Crítica:CLÁSICA: 43º FESTIVAL INTERNACIONAL DE SANTANDER

Pires-Dumay, en la gran musica de cámara

En recital, en concierto de cámara o como solista de las grandes orquestas, la pianista portuguesa María Joáo Pires constituye uno de los nombres punteros en la interpretación contemporánea. Su actuación en el festival de Santander en dúo con el violinista francés Agustín Dumay interesó y entusiasmó a una asistencia que mediaba la gran sala Argenta. Parece raro que no hubiera lleno, tratándose de una de las más altas convocatorias del presente festival y de una ciudad como Santander, de arraigadas tradiciones cultas y antecedentes musicales nada desdeñables.Con frecuencia, la carrera de María ...

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En recital, en concierto de cámara o como solista de las grandes orquestas, la pianista portuguesa María Joáo Pires constituye uno de los nombres punteros en la interpretación contemporánea. Su actuación en el festival de Santander en dúo con el violinista francés Agustín Dumay interesó y entusiasmó a una asistencia que mediaba la gran sala Argenta. Parece raro que no hubiera lleno, tratándose de una de las más altas convocatorias del presente festival y de una ciudad como Santander, de arraigadas tradiciones cultas y antecedentes musicales nada desdeñables.Con frecuencia, la carrera de María Joáo Pires está tocadá por incidencias y aventuras capaces de enriquecer su anecdotario. Esta vez, una de sus maletas, en las que llevaba los materiales musicales, le desapareció en su ir y venir de un país a otro, con lo que hubo modificaciones en el programa que, sin duda, no atentaron contra la calidad y atractivo de la sesión. Tras la magistral versión de una de las más bellas sonatas de Mozart, que ya escuchamos al dúo en Madrid, las Romanzas opus 94, de Schumann, nos dijeron cómo puede pasarse desde el clasicismo vienés al más íntimo romanticismo alemán conservando la sutil hermosura de la materia sonora,

Pronto, la Tzigane, de Ravel, rompió el ensimismamiento para damos el gran virtuosismo violinístico hecho sustancia de pura musicalidad. Aquí tuvo Agustín Dumay su gran momento, que el público reconoció y premió con largos aplausos. En la segunda parte, la celebérrima Sonata de Cesar Franck tuvo lo que yo llamaría versión de estreno, pues rara vez pueden estrenarse emociones inéditas con una partitura mil veces escuchada. Pires-Dumay supieron penetrar hasta la misma entraña de una música cuya maestría formal puede ocultar, a veces, un caudal efusivo no por comedido o controlado menos real.

Fantasía, rigor, riqueza dinámica, tensión cantabile y una maravillosa simplicidad al exponer el canónico movimiento final ganaron a todos hasta convertirnos en oyentes activos, en coparticipantes de un arte puro, noble y sensible.

No hay que decir que las propinas resultaron obligadas y que tras ellas se multiplicaron las ovaciones. Y algo más significativo que ovaciones podía detectarse en la reacción de los asistentes: la certeza de haber gozado de uno de esos raros momentos en los que el milagro de la auténtica música se produce con una fuerza de penetración irresistible.

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