UNA PROSISTA EXIGENTE Y PERSONAL

Uñas pintadas, pies en alto

"El día que no me pueda pintar las uñas y levantar mis pies para ponerlos en la palangana será la señal de que soy una vieja". En la víspera de su 96º cumpleaños, el pasado 27 de mayo, Rosa Chacel concedió una de sus últimas entrevistas a EL PAÍS. Sentada en un sillón del salón de la casa en la que vivía con sus hijos, la escritora apoyaba las manos sobre el regazo. Sus largas uñas estaban pintadas de rosa anaranjado, a juego con las florecillas del vestido y el collar de varias vueltas de coral con el que se había adornado. "¿Se sigue usted pintando las uñas sola?". Chacel esbozó una s...

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"El día que no me pueda pintar las uñas y levantar mis pies para ponerlos en la palangana será la señal de que soy una vieja". En la víspera de su 96º cumpleaños, el pasado 27 de mayo, Rosa Chacel concedió una de sus últimas entrevistas a EL PAÍS. Sentada en un sillón del salón de la casa en la que vivía con sus hijos, la escritora apoyaba las manos sobre el regazo. Sus largas uñas estaban pintadas de rosa anaranjado, a juego con las florecillas del vestido y el collar de varias vueltas de coral con el que se había adornado. "¿Se sigue usted pintando las uñas sola?". Chacel esbozó una sonrisa y después de un titubeo confesó que ya no. Que no tenía pulso. No tenía pulso y casi había perdido la vista, pero conservaba su excelente mal humor, el mejor indicador de su salud según todos los que conocían bien a la escritora.Testigo del último siglo de la vida española, Chacel usó hasta el final su implacable y poco diplomático espíritu crítico, una actitud que la hacía antipática entre sus colegas hasta el punto de que ella atribuía esa particular cualidad el hecho de no haber logrado el Premio Cervantes. "Y no nos engañemos, no todos los premiados son superiores a mí", aseguraba en la entrevista mientras esbozaba una de sus famosas muecas despectivas.

Pero no sólo lamentaba el no haber logrado el reconocimiento del Cervantes. Por lo que más dolida se mostraba era porque su obra no se hubiera entendido en España. No lo atribuía a un problema de escaso apoyo editorial o excesiva densidad narrativa. Volvía una y otra vez a hablar del aislamiento, de una soledad literaria de la que, si por un lado se sentía orgullosa, por otro era la culpable de haber atenazado la difusión de sus escritos. Pero siempre orgullosa y segura de sí misma, no estaba dispuesta a hacer la menor concesión de proximidad aunque eso supusiera su aislamiento definitivo. "Yo no soy de ferias del libro ni cosas de esas. Mi literatura está a otro nivel".

A ese otro nivel estuvo casi toda su vida. Chacel fue peculiar desde pequeña. Sólo fue un mes al colegio, y decidió inmediatamente abandonar las aulas "porque las niñas eran tontísimas". Sus propios padres, de los que hablaba con auténtica adoración, nunca la trataron como a una menor. "Ellos y yo éramos tres iguales. Yo era una más con ellos; por eso he dicho a veces que nunca fui niña, y no lo he dicho con pesar, todo lo contrario". La madre, maestra, se ocupó de enseñar a su hija todo lo que ambas consideraban que debía saber, y después, "como a casa siempre vino gente interesante, la misma gente que luego yo procuré tratar, aprendí de ellos".

Casada con el pintor Timoteo Pérez Rubio, Chacel contaba en esa última entrevista que su peor recuerdo fue la guerra civil española. Decidió que su hijo, entonces con seis años, no correría los peligros de la guerra, y con él se escapó a Francia, hasta que su marido pudo reunirse con ellos, ya finalizada la guerra, y empezar un largo exilio del que, sin embargo, Chacel no tenía mal recuerdo. De Francia volaron a Brasil y de allí a Argentina, donde la pareja tuvo un papel fundamental en la vida intelectual bonaerense. "Para mí, el exilio no fue atroz, no fue duro. Tuvimos las dificultades materiales que he tenido toda mi vida, pero como eso no me importa, debo decir que a mí me fue muy bien. Aunque sé que cada vez que digo este tipo de cosas no se me entiende y quedo en mal lugar. Pero no puedo, inventarme otra cosa".

A su vuelta a España contaba que sólo el escritor Julián Marías la recibió con cariño. Los demás la ignoraron. Demócrata no militante de ningún partido político, Chacel consideraba que, en esos momentos, ésa fue la causa de que su literatura fuera calificada de poco española y de que sistemáticamente fuera olvidada por quienes repartían galardones oficiales. "Tuve que oír comentarios miserables de bocas ignorantes". Hasta el final, doblemente enfadada por la pérdida de su vista, Rosa Chacel siguió trabajando a ratos y como podía. Lo último era un libro destinado a las mujeres. Feminista en su actitud ante la vida, siempre destiló toda la ironía de la que era capaz contra las mujeres. No quiso adelantar el contenido de ese último trabajo, pero sí aceptó contar el título: Cuidado con la libertad.

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