Tribuna:

Divagaciones sobre la comunicación musical

Muchos compositores jóvenes, y algunos veteranos, andan inquietos al comprobar el prolongado estancamiento de la comunicación musical. Se preguntan si no habría sido más fructífera una ruptura menos brusca del lenguaje tonal, todavía con muchas posibilidades hoy de creación de belleza. Siguieron los pasos de la revolución histórica, sin tener en cuenta que nuestro siglo es más visual que auditivo, y ahora contemplan con admiración la evolución de los escritores, cercanos a un público que se renueva continuamente por la familiaridad con unos códigos de lenguaje.La música juega con el valor supr...

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Muchos compositores jóvenes, y algunos veteranos, andan inquietos al comprobar el prolongado estancamiento de la comunicación musical. Se preguntan si no habría sido más fructífera una ruptura menos brusca del lenguaje tonal, todavía con muchas posibilidades hoy de creación de belleza. Siguieron los pasos de la revolución histórica, sin tener en cuenta que nuestro siglo es más visual que auditivo, y ahora contemplan con admiración la evolución de los escritores, cercanos a un público que se renueva continuamente por la familiaridad con unos códigos de lenguaje.La música juega con el valor supremo de la ambigüedad. Gracias a ello, "transmite el dinamismo de la experiencia interna, el mundo de la fantasía", según el profesor Carlos Castilla del Pino, quien en su análisis de las metáforas sonoras difiere amistosamente del musicólogo José Luis Téllez, para el que "no hay explicación científica posible de los mecanismos de comunicación musical, porque la música es la forma artística con que se expresan los dioses".

Vaya lío. Pero sean explicables o no los mecanismos de este diálogo, los compositores buscan un nuevo público, un sitio más preeminente en la sociedad cultural del futuro inmediato. Algunos tantean intercambios con los músicos ligeros más avanzados, otros integran espacios e imágenes aun a riesgo de disminuir la valiosa indeterminación sonora. Sus esfuerzos, si se mantienen, acabarán por romper barreras.

Un importante sector de público también anda alterado. No acaba de comprender la confusión existente. Tiene a su alcance todas las músicas imaginables de la historia y, sin embargo, es sorprendente que sus opciones se centren tan aplastantemente en las sinfonías más espectaculares y en las óperas del periodo romántico. No entiende el sentido último de los caminos de la creación actual y suele desconocer la música antigua. En determinados círculos se han empezado a producir reacciones. Es sorprendente, en Madrid, el aumento de recitales de canto y piano en casas particulares. ¿Qué otra cosa es esta tendencia que la recuperación de la música de cámara en su sentido más literal? Se busca, con convencido deseo, otro tipo de comunicación. La intimidad de la música se impone con fácil espontaneidad.

En Europa crece día a día el número de festivales en los que esta intimidad musical se alza como valor prioritario. El modelo deslumbrante, tipo Salzburgo, tiene evidentemente numerosos seguidores, pero son cada vez más los aficionados que van decantándose en sus preferencias por el recogimiento y buen gusto de la Schubertlade de Feldkirch, la imaginativa sencillez de la Musiktage de Mondsee, el clima relajado e lntelectualmente inquieto del Festival de Pésaro o la aventura refinada de Glyndebourne.

Distinto es el caso de las numerosas manifestaciones musicalis en Estados Unidos, ligadas muchas de ellas a las universidades y con una presencia permanente del aprendizaje. La creación musical se percibe de otra manera. Muchas veces se cita la ejemplaridad del Festival Marlboro en las Green Mountains de Vermont, pero no debemos olvidar la vitalidad de Tanglewood cerca de Boston, o la multitud de festivales dedicados a Bach, desde Carmel -en California- hasta Eugene -en Oregón-, en que Bobby Mc. Ferrin o Keith Jarrett alternan con los modelos interpretativos más clásicos, sin que falte nunca la informalidad de un público joven y participativo.

Son algunos ejemplos del regreso a la naturalidad de una música sin artificios, una música que resiste los envites de una civilización con prisa e insistente mercadotecnia. Un buen síntoma en todo este proceso es el aumento del número de coros a nivel mundial. Y es que cantar, además de ser la forma más sana, democrática y natural de vivir interiormente el arte de los sonidos, es la manifestación más inmediata de la comunicación musical.

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