Crítica:

Estrenos españoles en Lisboa

Encuentro de nueva danza ibérica

Escultores do tempo: Bebeto Cidra; Mármara: Blanca Calvo; Derière moi: Olga Mesa; Cuentos de amor: Elena Córdoba; Salamalekum: Ramón Oller. Auditorio B de la Fundación Gulbenkien, Lisboa. 30 de abril.



El colofón artístico al mini congreso de las nuevas tendencias dancísticas portuguesas y españolas, fue una velada de estrenos hispanos con cinco coreógrafos; fueron tres horas de propuestas de muy diverso talante y signo que tuvieron una acogida también desigual. De lo visto hay que destacar sin ...

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Encuentro de nueva danza ibérica

Escultores do tempo: Bebeto Cidra; Mármara: Blanca Calvo; Derière moi: Olga Mesa; Cuentos de amor: Elena Córdoba; Salamalekum: Ramón Oller. Auditorio B de la Fundación Gulbenkien, Lisboa. 30 de abril.

El colofón artístico al mini congreso de las nuevas tendencias dancísticas portuguesas y españolas, fue una velada de estrenos hispanos con cinco coreógrafos; fueron tres horas de propuestas de muy diverso talante y signo que tuvieron una acogida también desigual. De lo visto hay que destacar sin duda alguna las primicias de Ramón Oller, Blanca Calvo y Olga Mesa. Menos fortuna tuvo Bebeto Cidra y Elena Córdoba con sus obras. Lo que sí quedó manifiesto y claro es el altísimo nivel de los intérpretes españoles.

Escultores do tempo es una buena artesanía sin demasiado meollo que aburre sobre todo por un movimiento de brazos obsesivo y torpe en el que sobra todo.

Mármara es un dúo de fuerte sexualidad con bellas evoluciones e inventiva; Blanca Calvo aprovecha elocuentemente al joven Ion Munduate (Irún, 1969) que se revela aquí con dotes dramáticas.

Olga Mesa, elegantísima en sus harapos nocturnos, convierte el juego mímico en mensaje de la muerte. Ella tiene mucho que decir y dentro de 10 días estrenará aquí una producción en el nuevo centro cultural de Belem.

Ramón Oller se trajo a Marina Rosell (una voz todo ternura y feliz arropamiento al baile) para cantar en directo y su estreno mundial fue un descarnado trío que en el fondo es un dúo, propio de su estilo particular con emociones a flor de piel y bella y rigurosa danza. Notable descubrimiento el suyo en Oliviere Doumecq (Montpellier, 1972) integrado ya en el grupo de Esparragueras. Elena Córdoba, por su parte, insistió en su críptico modo de hacer donde lo menos enojoso es su solo acompañado al clave.

Fue una demostración del amplio abanico en que se mueve hoy la nueva danza española.

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