Entrevista:

"Escribir es aburrido duro y solitario"

Venciendo una vez más su reputada aprensión a la escritura, Frederick Forsyth, el autor británico millonario en lectores (ha vendido más de 40 millones de libros en 22 lenguas) y en libras esterlinas, ha concluido una nueva obra donde mezcla ficción y realidad. La novela El puño de Dios (editada en español por Plaza & Janés), que él mismo presentará mañana, lunes, en España, describe con detalle la operación secreta que puso fin a la guerra del Golfo.Veterano investigador de la violencia, reconoce no estar interesado en analizar los entresijos de la lucha que asuela la antigua Yugoslavi...

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Venciendo una vez más su reputada aprensión a la escritura, Frederick Forsyth, el autor británico millonario en lectores (ha vendido más de 40 millones de libros en 22 lenguas) y en libras esterlinas, ha concluido una nueva obra donde mezcla ficción y realidad. La novela El puño de Dios (editada en español por Plaza & Janés), que él mismo presentará mañana, lunes, en España, describe con detalle la operación secreta que puso fin a la guerra del Golfo.Veterano investigador de la violencia, reconoce no estar interesado en analizar los entresijos de la lucha que asuela la antigua Yugoslavia, otro conflicto seguido a diario por los medios de comunicación. "Es una locura colectiva que enfrenta a los vecinos del horror. Nadie sabe qué sucede o por qué, dos preguntas esenciales para abordar cualquier libro".

Recién llegado de unas vacaciones en Tailandia, Forsyth, de 55 años, se ha trasladado a Londres desde su granja cercana a la capital británica. Cómodamente instalado en la suite de un lujoso hotel, se dispone a protagonizar lo que califica de segunda parte menos amable de su profesión: promocionar el libro. Del primer malestar el responsable no es otro que la propia novela.

Como no se considera un autor obsesionado por la composición literaria, escribir le parece "aburrido, duro y solitario". Su fórmula ideal para obtener el deseado manuscrito incluye un cierto componente mágico. Consistiría en chasquear los dedos y encontrárselo hecho. Finalizada la investigación necesaria para apoyar el argumento, a veces dos años de trabajos, el resto pierde interés para él.

De su pasado periodístico en la agencia Reuter y la BBC conserva, sin embargo, una rapidez narradora envidiable. Según sus cálculos, produce 12 páginas diarias. El volumen completo, de unas 600, le ocupa, por tanto, 50 días.

Pregunta. Todos sus libros ofrecen al lector detalles inéditos e incluso secretos de sucesos en su mayoría públicos, ya sea el atentado contra De Gaulle (Chacal), la persecución de un criminal nazi (Odessa) o el tráfico de armas (Los perros de la guerra). Para obtenerlos realiza usted investigaciones que le reportan información relevante. ¿Se ha sentido alguna vez utilizado por las personas que se la proporcionan?

Respuesta. El noventa por ciento de lo que cuento en mis libros está al alcance de cualquiera, bien en artículos de investigación o en revistas especializadas. Averiguar el diez por ciento restante depende de la curiosidad, en mi caso muy desarrollada, y de los contactos. Si tengo que describir un explosivo, acudo, por ejemplo, a un artificiero que desactiva bombas del IRA. Es el mejor de su clase en Europa occidental, y aprovecho sus conocimientos. Sólo me sentiría manipulado si alguien pretendiera que yo escribiera algo que no es cierto. Incluso si yo he creído que lo era. Otra cosa es suprimir pasajes peligrosos cuando he sabido demasiado de un tema. En Odessa explico cómo fabricar una bomba, pero añado un error para que no funcione. No quiero que nadie vaya por ahí volando cosas por mi culpa. También lo he hecho con ciertos métodos aplicados por fuerzas especiales del Ejército. En alguna ocasión me han pedido que no los describa para que el IRA, Irak o antes Rusia no los copiaran.

P. Sin embargo, en alguna ocasión ha tenido que modificar lugares o la identidad de sus personajes.

R. Cuando escribí Los perros de la guerra, Franco estaba en el poder. La edición en español emplaza en el puerto griego de Salónica el embarque de armas compradas por los mercenarios en el mercado negro de dicho país. En el original, el puerto es Castellón. El armamento procede del Gobierno español. De su negocio de venta de armas. En aquellos momentos, los españoles no podían saber que sus gobernantes las exportaban, como ahora, al resto del mundo. Lo sabíamos todos, excepto los españoles. Un fenómeno muy corriente, por otra parte.

P. En El puño de Dios ha ido usted aún más lejos. Describe la operación secreta que puso fin a la guerra del Golfo, un conflicto sobre el que pareció contarse todo a medida que sucedía.

R. Quería indagar los aspectos diplomáticos, políticos y técnicos de una coalición de países tan distintos como Estados Unidos o Arabia Saudí. Sabía que dos grupos de fuerzas especiales, los boinas verdes (EE UU) y los hombres de los Servicios Aéreos Especiales (SAS, Reino Unido), pasaron casi toda la guerra dentro de Irak. Este detalle no se publicó nunca. Decidí averiguar cómo llegaron al desierto y cuál era su función. El resultado fue asombroso. Se nos dijo que los misiles móviles iraquíes Scud habían sido destruidos por las fuerzas aéreas. No es cierto. Lo hizo el SAS, un regimiento de élite cuyos miembros entraron en Irak en moto, Land Rover, helicóptero y paracaídas. Vivieron dentro del desierto y destruyeron 44 convoyes de misiles en nueve días. Los satélites y los aviones espía no los pudieron localizar Sólo veían los vehículos falso que se movían durante el día. De noche, los iraquíes sacaban lo verdaderos de su escondite, bajo los puentes de los lechos secos de los ríos. En 20 minutos los montaban, disparaban y desaparecían. La única forma de encontrarlos era desde el propio desierto.

P. ¿Espera tener problemas cuando se conozca esta parte de la guerra?

R. El general Schwarzkopf tiene, entre otros, una copia del libro desde hace tiempo. No parece que se haya molestado. En cuanto al SAS, he hablado con sus miembros. Me han dicho que ellos no pueden decir lo que pasó, pero yo sí. La operación que protagonizaron detuvo a tiempo la guerra. Evitó que Israel interviniera rompiendo la coalición. Ése era el plan de Sadam Husein, involucrar a Tel Aviv bombardeándola.

P. Con revelaciones como ésta ha conseguido seducir a millones de lectores. ¿Se ha formado una opinión de ellos?

R. Les estoy muy agradecido (risas). Mis editores dicen que un 80% son hombres. Supongo que es lógico. No hay demasiado romance en mis novelas. Sus edades oscilan entre 14 y 80 años, según los sondeos. Pero no pienso en ellos. Si un argumento me interesa, creo que al lector también. Por eso no escribo sobre la OLP o el IRA. Cada vez que leo un periódico aparece otro atentado, otro muerto. Son problemas que se arrastran desde hace demasiado tiempo. No me apetecería leer 500 páginas sobre el particular, y supongo que tampoco al lector.

P. Margaret Thatcher ha reconocido ser una de sus seguidoras incondicionales.

R. Lady Thatcher ha aparecido por lo menos tres veces con su propio nombre en mis novelas. Pero es que estuvo 12 años en el poder. Parece que a ella le complacen mis libros. A mí me gusta ella como persona. Creo además que fue una buena primera ministra.

Aunque sus editores le piden "a gritos" un libro tras otro, Frederick Forsyth trabaja con más calma. Cuando acabe la promoción de El puño de Dios, que le obligará a viajar dentro y fuera de Europa durante más de un mes, piensa regresar a su granja con 500 corderos. Allí vive con su novia y recibe los fines de semana a sus hijos, Shane y Stuart, habidos en su primer matrimonio. "Alguna vez he pensado en volver al periodismo. Pero sólo si me pagan tanto como con esto de las novelas". De su época de reportero en París surgió la trama de Chacal, a partir de los atentados contra De Gaulle.

El autor de El puño de Dios ya casi ha olvidado sus anteriores éxitos, que se fueron sucediendo a medida que aparecían en todas las librerías del mundo títulos como Chacal, Odessa, La alternativa del diablo, Los perros de la guerra o El cuarto protocolo, que en varios casos se han trasladado a la pantalla, incluso con su propia colaboración en la producción de las películas.

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