Crítica:

Reencuentro

José Guerrero

Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofia. Santa Isabel, 52. Madrid. Hasta el 9 de mayo.

Curiosa suerte de pintor la de José Guerrero. Tuvo el privilegio de compartir aún, y en su terreno mismo, la mejor aventura del arte de su tiempo, la de aquel Nueva York del triunfo del expresionismo abstracto. Entre colosos de su misma generación -era apenas cuatro años más joven que su entrañable Kline, dos menor que el ya desaparecido Pollock y un año mayor que Motherwefi- aprendió el camino que sacaría a la luz lo mejor y más íntimo de sí mismo. Hubo de pagar por todo...

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José Guerrero

Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofia. Santa Isabel, 52. Madrid. Hasta el 9 de mayo.

Curiosa suerte de pintor la de José Guerrero. Tuvo el privilegio de compartir aún, y en su terreno mismo, la mejor aventura del arte de su tiempo, la de aquel Nueva York del triunfo del expresionismo abstracto. Entre colosos de su misma generación -era apenas cuatro años más joven que su entrañable Kline, dos menor que el ya desaparecido Pollock y un año mayor que Motherwefi- aprendió el camino que sacaría a la luz lo mejor y más íntimo de sí mismo. Hubo de pagar por todo ello un precio. Para Nueva York afloraba tal vez a destiempo, pero desconcertaba ante todo por esa indómita libertad en el color que marca, como a fuego, su destino entero.Para la España de la época, por el contrario, habría ido demasiado lejos y demasiado pronto. Al madurar como pintor en su voluntario exilio americano, el mapa de la abstracción española no le encontrará fácil acomodo, incluso tras su regreso en 1964, sino como caso aparte. Y es curioso que sea de nuevo la exhuberante alegría del color la que aleje a Guerrero del tono dramático dominante en el paisaje informalista español.

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Reconocido en su talento, pero incómodo en su ubicación, en ambas orillas del Atlántico, la tozuda fidelidad con que Guerrero mantuvo, contra viento y marea, su voz más propia, tuvo a la postre su justa y plena recompensa. Paradójicamente, ésta llegó en un momento y contexto que no eran ya los suyos. En la España de los años setenta, una nueva generación reclamará n Guerrero, no ya sólo a uno de os nombres fundamentales de nuestra pintura, sino al modelo e un talante de libertad más afín al aire de ese tiempo nuevo.

Puede sorprender, de entrada, que esta retrospectiva, de Guerreo nos llegue apenas 14 años después de la que ya le dedicó el Ministerio de Cultura, en 1980. En su favor se argumenta la oportunidad de un balance definitivo, que incluye la última y espléndida década de la producción del artista. Junto a esa razón, otra apoya, a mi juicio, el interés de esta nueva cita y es la distancia temporal. Y no sólo porque permitirá descubrir a la generación más joven una obra memorable.

Desde la distancia, este reencuentro permite en cambio una visión más reposada que lejos de enfriar la memoria de Guerrero, reaviva su esplendor y su desconcertante aliento con obras imborrables, como el temprano Signs and portents, como Black and yellows, Sacromonte, la trilogía, extendida en el tiempo, de la Brecha de Víznar o la ya tardía Penetración negra. Lamento, tan sólo, la decisión de excluir toda obra anterior al salto a la abstracción en 1950. Es cierto que el mismo Guerrero se resistía a enseñar esas etapas tempranas. Sin embargo esa obra inicial, que no carece de interés, no sólo no hubiera empañado esta visión de la identidad esencial del pintor, sino que permitiría entender mejor las claves que hacen posible la explosión neoyorquina y las raíces que en ella fructifican.

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