Crítica:TEATRO

Cogida y muerte de Picasso

Salvador Távora es un hombre emotivo, pasional, lírico y espectacular. Da suntuosidad a lo humilde, religiosidad a lo laico, énfasis a lo llano y andalucismo a todo lo que cae en sus manos. Picasso lo era: no solo por malagueño, sino por impregnación de esa gran fuente de arte. El andalucismo de Távora es, sobre todo, de semana santa, imágenes, procesiones, pasodobles y toros. Y, naturalmente, de cante y baile.Si hace unos días Pasionaria era la Virgen María, ahora Picasso es el Niño Jesús y, al final, el Crucificado, pasando por el Minotauro o, más sencillamente, por el toro de lidia; y si lo...

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Salvador Távora es un hombre emotivo, pasional, lírico y espectacular. Da suntuosidad a lo humilde, religiosidad a lo laico, énfasis a lo llano y andalucismo a todo lo que cae en sus manos. Picasso lo era: no solo por malagueño, sino por impregnación de esa gran fuente de arte. El andalucismo de Távora es, sobre todo, de semana santa, imágenes, procesiones, pasodobles y toros. Y, naturalmente, de cante y baile.Si hace unos días Pasionaria era la Virgen María, ahora Picasso es el Niño Jesús y, al final, el Crucificado, pasando por el Minotauro o, más sencillamente, por el toro de lidia; y si lo anterior era una misa, gran parte de esto es una procesión y una corrida, ya vista en otros espectáculos de este creador teatral: y entre la plaza y la cruz pierde la vida Picasso. Es, en realidad, un pretexto: unos colores azules y rosas para sus épocas, unos textos documentales.Andaluzada

La muerte del Minotauro

Picasso andaluz, la muerte del Minotauro, de Salvador Távora. Intérpretes: Aurora Sánchez, Juan Romero, Leonor Alvarez-Ossorio, Manuel Vera, Gracia Valiente, Manuel Cañadas, Inmaculada Jimenez, Belén Trujillo, Angel Monteseirín, Alberto Cano, Juan Antonio Quiroga, Manuel Berraquero, Antonio Romero, Joaquín Amaya. Escenografía dirección, Salvador Távora. Producción de La Cuadra, de Sevilla. Teatro María Guerrero. Madrid. 14 de diciembre.

Es fácil pasar del andalucismo a la andaluzada, y muchas veces en estos últimos espectáculos, La Cuadra trabaja en la frontera; incluso la pasa, y alcanza lo kitsch, porque la fuerza de las pasiones puede ser, a veces, maníaca. Aún así, hay un impulso que traspasa al patio de butacas; está, sobre todo, en la calidad de la banda sonora que él mismo ha preparado, y en el cante en directo -apoyado en micrófono- del excelente Manuel Vera, y el baile de Juan Romero y de Leonor Alvarez-Ossorio.

Es indudable que con su propio grupo, con el prestigioso teatro de La Cuadra, se desenvuelve mucho mejor que con compañías ajenas. El texto tiene poca calidad, y está dicho de una manera como pedagógica, excesivamente vocalizada y lenta: tiene también su parte correspondiente de énfasis; tampoco las actrices a quienes les corresponde tienen demasiada experiencia. Es seguro que en otros países va a levantar grandes ardores: el tópico andaluz está siempre presente, y muchas veces parece depurado o intelectual. Aquí mismo despierta pasiones, conmueve los sentidos; la sala en pleno le confirmó el éxito, le premio y refrendó el viejo cariño madrileño por su teatro después de las profundas dudas sobre el espectáculo de Pasionaria; las ovaciones se mantuvieron mucho tiempo y premiaron a todos bravamente; y a su director de una manera especial.

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