46º FESTIVAL DE CANNES

Una película china conmociona y ridiculiza al cine occidental

En 1988 se estrenó aquí una compleja y bella película titulada El rey de los niños. La dirigía un joven y desconocido cineasta chino llamado Chen Kaige y nadie -salvo dos críticos a quienes sus colegas tomaron por chalados- apostó un duro por su futuro. Hoy esa película es un hito de la deslumbrante escalada del cine chino desde la nada que era hace una década a la plenitud en que se está convirtiendo ahora. Y es también la antesala formal de Adiós a mi concubina, una película excepcional, que ayer fue recibida aquí con aclamaciones y que en tinas horas se ha convertido en la máxima aspirante ...

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En 1988 se estrenó aquí una compleja y bella película titulada El rey de los niños. La dirigía un joven y desconocido cineasta chino llamado Chen Kaige y nadie -salvo dos críticos a quienes sus colegas tomaron por chalados- apostó un duro por su futuro. Hoy esa película es un hito de la deslumbrante escalada del cine chino desde la nada que era hace una década a la plenitud en que se está convirtiendo ahora. Y es también la antesala formal de Adiós a mi concubina, una película excepcional, que ayer fue recibida aquí con aclamaciones y que en tinas horas se ha convertido en la máxima aspirante al triunfo en éste, hasta ayer, insulso desfile de vulgares filmes.

Chen Kaige -hombre de alrededor de 40 años, mediana estatura, voz muy suave que parece encubrir cierto autoritarismo avergonzado, gestos lentos y algo ceremoniosos, mirada fija e intensa, con. el peculiar destello irónico de quienes han visto cosas muy duras de ver- sabe condensar en unas pocas ideas la enorme cantidad de ellas que maneja en las casi tres horas, que pasan como tres suspiros, de Adiós a mi concubina. Dice el cineasta: "Es el relato de la vida de dos actores de teatro y la prostituta con que uno de ellos se casa. Discurre a lo largo de casi 50 años de la historia reciente de mi país, desde 1933 a los días de la Revolución Cultural. No es, sin embargo, una película sobre la historia de China, sino sobre comportamientos universales de la gente de cualquier lugar. Está vertebrada alrededor de algunas preguntas que me inquietan. Por ejemplo: si un hombre puede suicidarse por amor a una mujer y se acepta su decisión, ¿se aceptaría esa decisión si se suicidase por amor a otro hombre? En el teatro sí, pero en la vida no. Y mi pregunta es: ¿Puede uno comportarse en la vida como sobre el escenario de un teatro?"

"La película", añade el cineasta, "es la representación de un triángulo. No me gustan las películas de dos personajes, porque suelen ser fáciles de rodar y de comprender y lo fácil no tiene interés. En cambio, una historia en la que una mujer y un hombre están locamente enamorados de otro hombre, hasta el punto de matarse por él, es algo que merece la pena contar y llegar a su fondo, por. arriesgado y perturbador que este fondo sea. La parte más delicada y vulnerable de este juego es la del hombre enamorado de otro hombre".

"Este personaje", concluye Kaige, "me cautivó en cuanto leí la novela de Lilian Lee, en que se basa la película. Lo que me apasiona de él es su idealismo. Es un hombre que persigue un sueño y que no tiene en cuenta las dificultades que la realidad y la sociedad le presentan para lograr lo que pretende. Yo admiro esta conducta. El arte debería comportarse como se comporta este personaje: persiguiendo a los sueños e intentando hacerles reales, aunque sea imposible lograrlo, aunque esta pasión conduzca a la muerte, o tal vez por eso mismo, porque sólo merece la pena contar aquellas historias que nos enseñan a morir".

Adiós a mi concubina es una producción conjunta de las tres chinas: la continental, la isla de Taiwan y la colonia de Hong Kong. Tuvo problemas de censura, que finalmente no afectaron al metraje porque Kaige aceleró el estreno del filme en Hong Kong para poner a los censores de Pekín ante un hecho consumado, pues el éxito de la película en la colonia británica fue delirante.

Es esta película la culminación, por ahora, de la incontenible riada de imaginación dramática y visual generada en el cine chino tras el fin del periodo de convulsión de la Revolución Cultural que siguió a la muerte de Mao Zedong.

Esta sangrienta, y de proporciones incalculables, locura colectiva, aterró y aplastó al inmenso país y fue vivida desde dentro por Kaige, que fue reclutado y militó en una de aquellas bandas de jóvenes, maoístas fanáticos que recorrieron los mismos itinerarios por donde ahora discurren todas las películas de este cineasta, desde Tierra amarilla a ésta, pasando por Parada, El rey de los niños y La vida sobre un hilo.

Violencia y radicalidad

Su dolorida memoria de haber vivido -como protagonista y como víctima- en el centro de uno de los periodos de mayor y más compulsiva violencia que ha conocido la humanidad, es lo que carga a la mirada de Kaige de esa mezcla de violencia y radicalidad, de dureza y de delicadeza, de carnalidad y de espiritualidad, que caracteriza a su peculiarísimo estilo, más hermético que el de Zhang Yimou, tal vez porque está animado por una mayor necesidad de hablar desde las resonancias del lenguaje artístico de la China inmemorial.

Nexo entre ambos cineastas, que son las puntas de lanza de esa Quinta Generación de la escuela de cine de Pekín, es la prodigiosa actriz Gong Li, que en Adiós a mi concubina interpreta a la prostituta de la que se enamora uno de los actores y que, como de costumbre en ella, se escapa, atraviesa y rompe en pedazos las imágenes que pretenden atraparla.

Tan fuerte es la fijación de la conciencia y la memoria de Kaige en su paso por el ojo del huracán histórico del fin de la China de Mao, que el guión de la. película duplica las dimensiones de la novela original, convirtiendo las 200 páginas de ésta en un mamotreto de 400 folios. Los pasajes más ampliados por Kaige son el inicial, que cuenta con inusitado vigor la infancia de los dos hombres protagonistas durante el brutal periodo de los Señores de la Guerra, en los años treinta; y el que cierra la película, que es una visión febril de la pesadilla revolucionaria, que devuelve a ambos personajes a esa infancia de esclavitud contada al, principio, cerrando de esta manera un círculo trágico, lleno de vida' de tensión, de emotividad, de crueldad y al mismo. tiempo de lirismo.

El hermetismo de Kaige estalla en una sucesión de imágenes que no dan respiro al espectador y que han devuelto ayer a Cannes al lugar que le corresponde y que parecía haber perdido. Desde ayer ya casi nadie habla aquí de las cachas de SyIvester Stallone, Schwarzy y Van Damme. Incluso la inminente llegada de Liz Taylor escondida detrás de sus cicatrices parece un asunto de otro planeta. En Cannes se habla por fin de cine, gracias a un cineasta chino que pasó por aquí en 1988 y nadie se enteró de su paso.

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