Crítica:

Elegía funebre

¿Son las piezas que ahora presenta Txornin Badiola (Bilbao, 1957) en esta exposición -me pregunto al hilo de lo que el texto del catálogo que la acompaña afirma Donald Kuspit- el testimonio de una decepción, el de la decepción de este joven escultor vasco frente las utopías de una comunidad y un arte ideales, su cesivamente encarnadas por la conflictiva historia de su país y el punto de no retorno del famoso cuadro de Malevich? En todo caso, lo que in mediatamente percibe- el visitante a la exposición es el aire funerario, un poco en el frío estilo ritual con que tratan los objetos cotidianos ...

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¿Son las piezas que ahora presenta Txornin Badiola (Bilbao, 1957) en esta exposición -me pregunto al hilo de lo que el texto del catálogo que la acompaña afirma Donald Kuspit- el testimonio de una decepción, el de la decepción de este joven escultor vasco frente las utopías de una comunidad y un arte ideales, su cesivamente encarnadas por la conflictiva historia de su país y el punto de no retorno del famoso cuadro de Malevich? En todo caso, lo que in mediatamente percibe- el visitante a la exposición es el aire funerario, un poco en el frío estilo ritual con que tratan los objetos cotidianos como formas compactas de la muerte el francés Boltanski o el belga Vercruysse, pero, sobre todo, desde una perspectiva formal, el norteamericano Artschwager.Por si esta impresión no fuera suficientemente clara y contundente, Txornin Badiola reparte una profusión de ¡conos alusivos serigrafiados en las maderas e, incluso, ha elegido como cubierta del catálogo la fotografía de Malevich de cuerpo presente, cuando, visible en la caja mortuoria, era velado en la casa del Sindicato de Artistas de Leningrado bajo un fúnebre cuadrado negro.

Txomin Badiola

Galería Soledad Lorenzo. Orfila, 5.Madrid. Del 9 de marzo al 10 de abril de 1993..

Cuerpos inertes

Sin pronunciarme acerca de la sugestiva hipótesis de Kuspit, que sinteticé antes entre interrogantes, el icono donde se reconstruye, al modo de un gráfico judicial, la ubicación de cómo fueron encontrados los cuerpos inertes de los etarras Lizarralde, Arregui y Rubenach convierte la elegía funeraria en un muy concreto manifiesto político, y, en este sentido, se comprende que el crítico norteamericano interprete este solapamiento mortuorio de los terroristas abatidos como que "Badiola emplea el cuadrado para declarar la paradoja trágica de la búsqueda vasca de la independencia".Así, pues, he aquí el contenido de esta elegía: el lamento de Badiola por la muerte de la revolución vanguardista y de la revolución soviética y hay que suponer también que de la vasca.

Ahora bien, si con este fúnebre mobiliario, que atesta la galería rompiendo quizá con ello el silencio trágico, se quiere constatar posmodernísticamente el fin de la utopía artística modernista, a la vez que, políticamente, se nos evoca la muerte violenta de tres etarras, no sé si el uso de la marquetería bordea en este caso el más o el menos de la significación, pero en ambos casos incurre en el exceso. Y es que en España la muerte y el luto tienen demasiada historia, más incluso que la propia vanguardia.

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