Editorial:

Vencer al sida

CONVIVIR CON el sida se ha convertido en un insoslayable hecho sociológico que, sin embargo, no debe inducir a excesos de confianza ni a bajar la guardia ante los riesgos de su contagio. De ahí el empeño del segundo congreso nacional sobre la enfermedad celebrado esta semana en Bilbao en recordar que la única estrategia de momento eficaz para frenar su acción devastadora sea la prevención y la actuación en la fase temprana de la infección.En España existen indicios que apuntan a un relajamiento de los indicadores de alerta -personales, sociales, sanitarios...- frente al insidioso avance del si...

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CONVIVIR CON el sida se ha convertido en un insoslayable hecho sociológico que, sin embargo, no debe inducir a excesos de confianza ni a bajar la guardia ante los riesgos de su contagio. De ahí el empeño del segundo congreso nacional sobre la enfermedad celebrado esta semana en Bilbao en recordar que la única estrategia de momento eficaz para frenar su acción devastadora sea la prevención y la actuación en la fase temprana de la infección.En España existen indicios que apuntan a un relajamiento de los indicadores de alerta -personales, sociales, sanitarios...- frente al insidioso avance del sida. No es un hecho casual que España se haya consolidado como el país europeo con mayor incidencia de esta enfermedad, de modo que los casos registrados hasta diciembre de 1992 sean 17.029, 2.710 a lo largo de ese año, y que el porcentaje de mujeres afectadas haya aumentado al 17,6%, lo que explica a su vez el notable avance del sida pediátrico. Pero seguramente lo más significativo sea que el número de contagios por relaciones heterosexuales siga aumentando hasta situarse en el 7,2%.

La constatación de que la enfermedad comienza a progresar más en el conjunto de la colectividad, incidiendo en estratos sociales hasta ahora menos afectados, en tanto se aleja de su primitiva identificación con la homosexualidad y la drogadicción, obligará a un cambio en la percepción del problema. A partir de esa evidencia sociológica no hay excusa para que los poderes públicos se muestren remisos y tacaños a la hora de poner en marcha políticas más enérgicas de prevención e información. Sin duda, invertir hoy en esos campos se revela como la mejor forma de proteger la salud de la mayoría de la población, además de ahorrar costes de tratamiento mucho más elevados que los sencillos preservativos. Pero el nuevo sesgo que adquiere la propagación del sida concierne, sobre todo, a los ciudadanos, principalmente a los más jóvenes y a los adolescentes. La vacuna de la información y de la responsabilidad en las relaciones sexuales es el mejor antídoto mientras la ciencia no descubra un medicamento eficaz.

El sida y las enfermedades asociadas, muy principalmente la tuberculosis, plantean un reto cada vez más difícil de sobrellevar a la Administración sanitaria. Un argumento más a favor de la necesidad de reforzar las políticas públicas y los comportamientos personales tendentes a prevenir su contagio. Los portadores del virus del sida actualmente atendidos en la red sanitaria superan los 50.000, y se calcula que serán el doble en los próximos años. Pero mientras tanto los grandes hospitales están colapsados y la asistencia primaria no está capacitada ni siquiera para hacer frente a los primeros síntomas de la enfermedad. Situación que se hace más dramática cuando se confirma la posibilidad de restablecer el sistema inmunológico al principio de la infección. Pero el esfuerzo sanitario exigible en la lucha contra el sida no exime de responsabilidad a quienes, desde determinadas concepciones morales, prejuicios sociales o comportamientos insolidarios, nada hacen para favorecer su contención.

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