El Ballet de Ginebra asombra en Cannes por su alto nivel

La segunda representación de Giselle, el día 26, subió de calidad con Monique Loudières y Manuel Legris, estrellas de la ópera de París invitadas a Cannes, que aportaron la elegancia de su casa madre. La bailarina comienza a estar madura para el papel y lo hace con serenidad, interiorizando la tragedia del argumento. Legris, limpio en lo técnico, no fue frío, sino que captó la intensidad de su compañera poniéndose a su altura.

El mismo día 26, en el otro teatro del Palacio de Festivales, el Ballet del Gran Teatro de Ginebra hizo su despliegue de gran energía con el Perpetu...

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La segunda representación de Giselle, el día 26, subió de calidad con Monique Loudières y Manuel Legris, estrellas de la ópera de París invitadas a Cannes, que aportaron la elegancia de su casa madre. La bailarina comienza a estar madura para el papel y lo hace con serenidad, interiorizando la tragedia del argumento. Legris, limpio en lo técnico, no fue frío, sino que captó la intensidad de su compañera poniéndose a su altura.

El mismo día 26, en el otro teatro del Palacio de Festivales, el Ballet del Gran Teatro de Ginebra hizo su despliegue de gran energía con el Perpetuum, de Naharin. Obra compleja en dos partes: primera, al ritmo de rock duro del grupo Tractor's Revenge, y luego, con valses de Johann Strauss, donde se luce una veintena de brillantes bailarines. La plantilla de Gradimir Pankov está entrenada para lo que le echen, y el coreógrafo judío no se detiene en los procesos de creación, va derecho y de forma ciega al exceso, desborda todos los vasos con su vino sin añejar, probablemente cabezón, pero capaz de hacer soñar por unas horas. Se despertaron las ovaciones.

La tercera jornada del festival trajo una verdadera novedad, cosa escasa hoy día en todas las artes escénicas: el grupo parisiense Castafiori, con dos piezas breves, brillantes y bien construidas. Sus directores y coreógrafos Karl Biscuit y Marcia Barsellos aman el cine, y su estética es un refundido inteligente de Metrópoli, de Fritz Lang, y de La guerra de los mundos. Robots, soldados clónicos, enfermeras mutantes son los personajes. El comic al gusto de los años treinta unido a una crítica muy actual a la incomunicación, el consumo y la dependencia inhumana de las nuevas tecnologías son el hilo argumental de su espectáculo. Pocas veces tan modestos recursos han sido tan bien empleados. El público aplaudió a rabiar y nadie se resistió a tan logrado ejercicio de pantomima, baile y coordinación escénica.

El genio de Lemon

Como segunda y nocturna entrega, Ralph Lemon mostró en primicia europea tres trabajos. El primero, Folk Dances: Sextet ya desveló su estética, donde no hay crecimiento del ritmo sino una expresión controlada y lineal que también recuerda cierto tipo de cine francés de los años sesenta, donde hay una pausada exposición temática que más que contar una historia quiere dibujar un ambiente. Lemon debe mucho a Europa, especialmente al expresionismo alemán. Su estilo ha sido calificado como "teatro-danza romántico", algo evidente en la segunda obra, Phrases almost biblical, que sin música resultó lo mejor de la noche en su sobria y casi ceremonial lectura coreográfica.Persephone puso seriedad indudable. Luces y escenografía dieron el toque de tragedia clásica y ambientaban un desarrollo plástico siempre a contracorriente del ritmo real. El trabajo del Lemon creativo, que sólo tiene diez años, debe ser seguido con atención: tiene futuro en el mundo de la danza actual.

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