Gasolina con plomo en la carretera de Mostar

Las paradojas dramáticas abundan en la zona de Bosnia asignada a la Legión española

En la carretera de Mostar, en Bosnia-Herzegovina, por la que patrulla la Legión española, no hay límite de velocidad. Los vehículos circulan tan deprisa como lo permiten los socavones dejados por las granadas y los controles de la milicia croata. Un blanco en movimiento es más dificil para los morteros de las fuerzas serbias, apostados en las montañas que cierran por la margen derecha el valle del río Neretva.Hay que observar, no obstante, algunas normas: no se debe transitar de noche, por ejemplo. De lo contrario, puede ocurrir lo que al general Martínez Coll, adjunto al comandante en jefe de...

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En la carretera de Mostar, en Bosnia-Herzegovina, por la que patrulla la Legión española, no hay límite de velocidad. Los vehículos circulan tan deprisa como lo permiten los socavones dejados por las granadas y los controles de la milicia croata. Un blanco en movimiento es más dificil para los morteros de las fuerzas serbias, apostados en las montañas que cierran por la margen derecha el valle del río Neretva.Hay que observar, no obstante, algunas normas: no se debe transitar de noche, por ejemplo. De lo contrario, puede ocurrir lo que al general Martínez Coll, adjunto al comandante en jefe de los cascos azules de Bosnia-Herzegovina, al que los legionarios del destacamentoavanzado de Jablanika persiguieron durante la madrugada del 15 de noviembre creyendo que era el ladrón del Nissan sustraído horas antes. "Hubiéramos podido ametrallarlo", recuerda un oficial.

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Los legionarios de Jablanica han dejado el hotel y se han instalado en el polideportivo local, en tiendas de campaña rodeadas de espino. La alambrada les protege, sobre todo, de los refugiados: mujeres y niños que desde primeras horas de la mañana revolotean en torno a los soldados pidiéndoles dinero, leche, galletas. "Tuve que esconderme en el blindado para comer medio bocadillo?', añade el oficial. También se escondió de los milicianos, que bajan de las montañas los fines de semana buscando bronca y aguardiente. Jablanica es un gran bazar de armas. Se encuentran por todas partes, de todos los modelos. Adolescentes imberbes las ofrecen: una granada por un cartón de tabaco.

Por la carretera de Mostar no pasan autobuses. En los controles se practica una modalidad de autoestop imperativo. El guardia se acerca al turismo. Pregunta amablemente al conductor si le importaría llevar a dos compañeros. El kaláshinikov roza con el cristal de la ventanilla. "Nema problema", faltaría más. Los acompañantes se acomodan en el asiento trasero cargados de metal.

Un portavoz del Ministerio de Defensa aseguró el viernes que serbios y croatas habían acordado no bombardear la carretera al paso de los convoyes de ayuda humanitaria, siempre que se les avisara con antelación suficiente. Mientras tanto, el general Martínez Coll declaraba en KiselJak justamente lo contrario: "Los serbios dicen que no pueden garantizar la seguridad de la carretera porque se utiliza para fines militares". Y la posibilidad de anunciar a los morteros serbios el horario de paso de los convoyes parece poco menos que utópica.

Al borde de la carretera quedan casas reventadas. Eran viviendas de serbios que sus antiguos vecinos dinamitaron para borrar todas sus huellas. En cambio, en los balcones de un edificio agujereado por la artillería, que parece a punto de derrumbarse, se ve ropa tendida y macetas en tiestos de hojalata. No es la única paradoja. Un cartel anuncia gasolina sin plomo. La gasolinera, destruida, está cubierta de metralla.

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