Crítica

La experiencia luminosa

Aunque el norteamericano James A. Turrell (Los Angeles, 1943) lleva realizando sus piezas de luz desde 1966, hasta hace relativamente poco no ha despertado la atención crítica y pública que se merece, lo que, una vez más, no sólo demuestra lo aleatorio de las modas artísticas, sino también -algo mucho más interesante- la capacidad de coherencia y resistencia que acreditan frente a la adversidad los buenos artistas realmente apasionados con lo que hacen, pues no en balde Kipling recomendaba tratar igualmente al éxito y al fracaso como a dos impostores.Aunque el material con el que Turrell ha he...

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Aunque el norteamericano James A. Turrell (Los Angeles, 1943) lleva realizando sus piezas de luz desde 1966, hasta hace relativamente poco no ha despertado la atención crítica y pública que se merece, lo que, una vez más, no sólo demuestra lo aleatorio de las modas artísticas, sino también -algo mucho más interesante- la capacidad de coherencia y resistencia que acreditan frente a la adversidad los buenos artistas realmente apasionados con lo que hacen, pues no en balde Kipling recomendaba tratar igualmente al éxito y al fracaso como a dos impostores.Aunque el material con el que Turrell ha hecho siempre su obra haya sido la luz, que es exactamente el hilo conductor esencial del arte moderno y en especial, desde Caravaggio hasta hoy, no deja de ser curioso que esta radical instalación en lo luminoso resultara inadvertida en comparación con otros episodios vanguardistas, ópticos y conceptuales, de naturaleza mucho más acomodaticia y banal, bien por limitarse a la percepción como una suerte de física recreativa, bien por imponer un discurso ideológico tanto más intelectualmente transparente como artísticamente opaco. A diferencia de estas funcionales simplificaciones, en Turrell el uso artístico de la luz integra una dilatada experiencia histórica y resulta felizmente complejo.

James Turrell

Sala de exposición de la Fundación La Caixa. Serrano, 60. Madrid. Del 12 de noviembre de 1992 al 10 de enero de 1993.

Física y metafísicamente, la luz ha sido un principio de creación trascendente, así como un principio moral, en el seno de la sociedad secularizada, que cincela la realidad, como se aprecia dramáticamente en Caravaggio y no digamos ya a partir de ese espíritu romántico en el que el artista se convierte en lámpara, por emplear la feliz metáfora de Abrams. Nuestra época contemporánea, por lo demás, es incluso tecnológicamente la era de la luz, una luz, eso sí, temporalizada y, por tanto, dinamizada, que sugiere y llega a crear la animación de la imagen. Pues bien, místico, moral, psicológico y, por qué no, también técnico, Turrell ha hecho de la reflexión física y espiritual de la luz el tema de su obra.

Selección

Que yo recuerde, la primera vez que se pudo ver una pieza de Turrell en nuestro país fue con motivo de la instalación que tuvo lugar en Santander durante el verano de 1991 con motivo de las exposiciones del Guggenheim, pero lo que ahora nos presenta La Caixa es una especie de minirretrospectiva, con una selección de casi una treintena de obras, fechadas entre 1967 y 1992. Es verdad que en Turrell la trayectoria como una relación de cambios no tiene el interés de otros casos, ya que estéticamente maneja más la idea de una experiencia espacial como lugar de lo simultaneamente complejo que como una simple sucesión lineal de experimentos, pero la posibilidad de recrear a lo largo y a lo ancho los lindes de esta experiencia como exploración-revelación de la luz es extraordinariamente oportuna y estimulante.Por otra parte, como en la obra de Turrell la visión es experiencia o no es nada, el espectador es necesariamente sujeto activo, actor, ha de actualizar corporalmente el sentido de cada pieza. Esto convierte la exposición de Turrell en una aventura donde cada vivencia espacial es un encuentro con uno mismo, encuentro físico y poético, percepción y reflexión. Nos propone ámbitos en los que hay que adentrarse y sentir-actuar; ámbitos de suspensión y flotación, de irradiación. Puede comenzar objetivando ante nosotros un rayo luminoso, pero acabará envolviéndonos en la luz, con todo lo que esto implica de liberación, y demostrándonos que hay luz hasta en las yemas de nuestros dedos cuando palpan la oscuridad, pues la luz, en su sentido más puramente místico, es cegadora y brota como un manantial en la oscura noche del alma, o, si se quiere, de cuaIquier cuerpo animado. Al fin y al cabo, del fiat lux surgió el universo, pleno de agujeros negros.

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