La magia del maestro

Octavio Paz dio un emotivo recital en el pabellón Mies van der Rohe

"A veces pienso", empezó diciendo Octavio Paz, "que un recital es un ejercicio ocioso, por lo que lo afronto con cierto recelo". Eran las ocho y media de la noche del pasado viernes y en el pabellón Mies van der Rohe se agrupaban un centenar de personas. "Un recital es muy distinto de una conferencia", prosiguió el poeta. "Es como un concierto, y en la poesía y en la música es la armonía el principio que rige". Una hora después, Octavio Paz era ovacionado como un maestro.

Pere Giníferrer habló antes del recital de su amistad con Octavio Paz y lo calificó de "figura esencial de la poesía...

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"A veces pienso", empezó diciendo Octavio Paz, "que un recital es un ejercicio ocioso, por lo que lo afronto con cierto recelo". Eran las ocho y media de la noche del pasado viernes y en el pabellón Mies van der Rohe se agrupaban un centenar de personas. "Un recital es muy distinto de una conferencia", prosiguió el poeta. "Es como un concierto, y en la poesía y en la música es la armonía el principio que rige". Una hora después, Octavio Paz era ovacionado como un maestro.

Pere Giníferrer habló antes del recital de su amistad con Octavio Paz y lo calificó de "figura esencial de la poesía" y de "continuador y heredero de la vanguardia". Después, llegó Paz con su eterna sonrisa. "Cada obra poética", advirtió, "es un cementerio de palabras muertas que resucitan cuando alguien las lee con simpatía". Y a continuación inició un ritual mágico en el que resucitó con cariño algunos de sus poemas -unos inéditos, otros ya publicados- "No sé si son los mejores", apuntó, "pero son los que más siento dentro de mí".Entre el público podían verse rostros famosos de la cultura: Pere Gimferrer, Joan Brossa, Toni Marí, Francesc Parcerisas, Nélida Piñón, Josep Palau i Fabre, Joan Guitart, Oriol Bohigas, Josep Maria Castellet y otros.

Octavio Paz leyó poemas dedicados a Róman Jakobson, a Joan Miró, a Antoni Tápies, a Pere Gimferrer y a Juan Luis Panero. Recitó también poemas en los que reflexiona sobre el tiempo y sobre la muerte. Cosechó los mayores aplausos con su poema dedicado al surrealismo. Abordó en La arboleda la descripción de un paisaje de luz cambiante.

En Epitafio sobre ninguna piedra, Paz habló de su pueblo, engullido por el crecimiento (le Ciudad de México, por el progreso. "Mi casa fueron mis palabras, mi tumba el aire". Asomó también el Paz de influencias orientales, el budismo, los juegos con el lenguaje, el amor. Quizá para sintonizar con la jornada lluviosa recitó Como quien oye llover y, minutos después, en Soliloquio, "un poema sin principio ni fin", habló con ingenio del insomnio. Terminó con Verde noticia, que calificó como "un poema sobre una hierba nacida en un patio cualquiera".

Fue un triunfo. Lástima que para cerrar el acto, el presidente del Parlament, Joaquim Xicoy, pronunciara unas palabras desconcertantes de tan triviales. Habló de cómo, una vez sin darse a conocer, había sido vecino de butaca de Paz en un vuelo entre México y España. Y habló de cómo entonces, desde su privilegiada posición de voyeur, había observado los gestos del poeta, cómo hablaba, cómo iba al lavabo... La sonrisa de Paz y la magia del recital se esfumaron.

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