Tribuna:ADIÓS A 'EL ÁNGEL AZUL'

Lola y el profesor

Ya Ortega lo había escrito y Nietzsche lo había practicado. A los intelectuales les gustan las mujeres algo zorras, y a Nietziche, cuando no eran zorras le gustaba que fueran mandonas, y es que los intelectuales jamás se sacan de dentro ese quiste que antes se llamaba "el niño que todo hombre lleva dentro". Vaya asquerosidad. Pues bien, Heinrich Mann, el novelista oculto a la sombra del todopoderoso Thomas, el considerado por la crítica de entreguerras como el mejor novelista de este siglo, supo apoderarse de la mitología de la relación entre el sabio y la zorra en una novela que...

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Ya Ortega lo había escrito y Nietzsche lo había practicado. A los intelectuales les gustan las mujeres algo zorras, y a Nietziche, cuando no eran zorras le gustaba que fueran mandonas, y es que los intelectuales jamás se sacan de dentro ese quiste que antes se llamaba "el niño que todo hombre lleva dentro". Vaya asquerosidad. Pues bien, Heinrich Mann, el novelista oculto a la sombra del todopoderoso Thomas, el considerado por la crítica de entreguerras como el mejor novelista de este siglo, supo apoderarse de la mitología de la relación entre el sabio y la zorra en una novela que dio origen a El ángel azul y al "imagina rio Marlene Dietrich". El profesor Rata llega casi por casualidad al cabaré y contempla a Lola cantando canciones que le abren las carnes y las paredes de su mundo, tapizadas de estanterías y libros. Tan fuerte será la atracción que sentirá por Lola que lo dejará todo por ella y acabará malamente, como suelen terminar los intelectuales que van más allá de sus compañeras de pro moción o de las esposas de sus compañeros de promoción.Autocontenidos

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Aquellos sólidos intelectuales que entre 1850 y 1945 tuvieron que asumir la muerte de Dios y luego comprobaron la mala salud que tenía El Hombre (moriría un par de décadas después), vivieron con intensidad una relación amor-odio con la cultura que les enseñaba todo lo que no debía hacerse, pero en contadas ocasiones lo que necesitaban hacer para sentirse vivos. La cultura les hacía civilizados, autocontenidos, equilibrados, pero distantes de su propia piel, a pesar de que Óscar Walde les había advertido: lo más profundo del hombre es la piel. Pues bien, Marlene, Lola, se convertiría en el símbolo de la zorra desgraciadora de catedráticos, incluso de rectores. Era una Marlene proteínica, con redondeces que la acercaban más a la mujer neumática de Huxley que a las estilizadas madames Sadó. Luego llegaron los especialistas en imagen y me la adelgazaron a la criatura para dejarla convertida en puro chasis; le adelgazaron las cejas hasta quitárselas y la rehicieron puro asombro de pómulos como ojos y ojos como pómulos, como si fuera un efecto especial del pos expresionismo. Y sin embargo, esta Marlene sofisticada, como la calificaban las comadres del Hollywood de la época, jamás pudo escapar al paradigma creado por Lola la gordita de El ángel azul, gordita. dentro de un orden. El cine es luz, pero la luminotecnia posterior consiguió hacer de la Dietrich un ser intangible o momificado y jamás logró igualar aquel morboso claroscuro carnal que veíamos a través de los ojos dióptricos del profesor Rata.

Película educadora donde las haya. Desde la primera vez que la degusté en el cine club de Radio Nacional, me hice el propósito de no enamorarme jamás de las cantantes de cabaré porque podían ser mi ruina. Pero cada vez que entro en un cabaré, siempre, siempre, me enamoro de la cantante.

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