Crítica:ARTE

'Automatismos paralelos': mejor el catálogo que la exposición

Procedente del Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM), de Las Palmas de Gran Canaria, responsable del proyecto, llega ahora a Madrid esta exposición sobre el arte vanguardista europeo de después de la II Guerra Mundial. Consta de 130 obras de más de 60 artistas diferentes, habiendo sido su comisario Emmanuel Guigon. El título, Automatismos paralelos, hace referencia tanto al que fue el santo y seña de esta vanguardia posbélica a uno y otro lado del Atlántico como al movimiento inspirador del mismo y correa de transmisión internacional, el surrealismo, cuyos principales protagonistas, c...

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Procedente del Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM), de Las Palmas de Gran Canaria, responsable del proyecto, llega ahora a Madrid esta exposición sobre el arte vanguardista europeo de después de la II Guerra Mundial. Consta de 130 obras de más de 60 artistas diferentes, habiendo sido su comisario Emmanuel Guigon. El título, Automatismos paralelos, hace referencia tanto al que fue el santo y seña de esta vanguardia posbélica a uno y otro lado del Atlántico como al movimiento inspirador del mismo y correa de transmisión internacional, el surrealismo, cuyos principales protagonistas, como se sabe, debieron exiliarse temporalmente a Nueva York, sirviendo así de provisional puente para unas comunicaciones traumáticamente rotas pero que después se alejaron casi por completo de sus peculiares herederos americanos y europeos, pues el tiempo no pasa en balde y menos si lo mide el reloj moderno.

Automatismos paralelos

La Europa de los movimientos, experimentales. 1944-1956.Sala de exposiciones de la Comunidad de Madrid. Plaza de España, 8, Madrid. Del 10 de abril al 30 de mayo de 1992.

Mejor virtud y peor defecto

En cualquier caso, permítaseme señalar de entrada que en su ambición tiene su mejor virtud y su peor defecto este interesante proyecto, puesto que, por una parte, ha tratado de rescatar del olvido una vigorosa vanguardia europea que no podía seguir siendo encuadrada en el exclusivo episodio del llamado informalismo francés y sus sucursales, y a la que tampoco era justo preterir sin más en función del mayor fulgor radiante del expresionismo abstracto americano, pero también, por otra, al extender indiscriminadamente lo recuperable desde hoy, provoca cierta confusión y excesivos desniveles de calidad.En cierta manera, con esta exposición ocurre algo que frecuentemente se repite en toda recuperación académico-erudita del pasado artístico: que no se distingue entre lo que legítimamente cabe en el catálogo y lo que se debe mostrar al público; esto es, entre lo histórica y lo artísticamente memorable. A la erudición histórica le debe interesar cualquier documento de la realidad, por ínfimo o episódico que parezca, pero la memoria artística, o es ejemplar -exigentemente selectiva- o no es nada. Por lo demás, en el caso que nos ocupa también es justo indicar. que, dadas las circunstancias, no se podía aspirar a préstamos de obras fundamentales, aunque finalmente creo que el desajuste denunciado tiene que ver más con lo primero que con lo segundo, pues a nadie le obligan a acumular más de un centón de obras, ni, aún menos, a mezclar lo bueno con lo regular, lo malo y lo pésimo.

Se trata, en definitiva, de una muestra cuyo planteamiento y documentación son de indudable interés; lo que se aprecia en el catálogo que la acompaña, pero cuya selección de obras presentadas hace un flaco servicio a la causa supuestamente defendida, ya que induce a pensar al espectador no cualificado que el arte experimental europeo de este periodo, al ser medido en general por obras menores de los grandes artistas y, sobre todo, por una aburrida acumulación de obras mayores de los pequeños, fue algo así como una febril agitación de artistas sin demsiado talento, cuando -bien filtrado- el efecto no debía ser en absoluto así. ¿O es que contando la vanguardia europea con nombres como los de Wols, Dubuffet, Fautrier, Michaux, Fontana, Burri, Tàpies, Saura, Millares, Appel, Alechinski, Jorn, Bram van Velde, etcétera, la mayor parte de los cuales están presentes en la exposición, no se puede montar un conjunto artísticamente impresionante?

De haber sido realizado de esta manera el proyecto, evidentemente el público visitante no habría podido enfrentarse con más de 60 autores, pero la cantidad en arte significa bien poco, y ese poco resulta, además, contraproducente, pues frustra innecesariamente al conocedor y confunde por completo al lego.

¿Cuándo, en fin, comprenderán los historiadores del arte y los eruditos que una exposición no es ni un libro ni un catálogo, sino un escaparate de la calidad, una mirada crítica retrospectiva que señala desde el presente lo excelente del pasado? Así y con todo, no es difícil deducir de mis palabras que se trata de una iniciativa bien intencionada y en la que se hallan no pocas cosas de interés, que, no obstante, aprovecharán a los que mas saben que son los que menos lo necesitan. Pero, en fin...

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