Tribuna:

La norma como coartada

El presidente de la organización colegial veterinaria ha conseguido el respaldo jurídico de los veterinarios en las importantes tareas que realizan en las corridas de toros, y esta novedad del reglamento no cabe duda de que ha debido satisfacerle plenamente. Pero los veterinarios no quedan ni tan fortalecidos ni tan respaldados como pretende en sus manifestaciones.

El caso de los reconocimientos de las reses -entre otras coartadas que el nuevo reglamento tiene- es particularmente grave. Allí el veterinario puede rechazar un toro por afeitado, pero si el ganadero niega esa ano...

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El presidente de la organización colegial veterinaria ha conseguido el respaldo jurídico de los veterinarios en las importantes tareas que realizan en las corridas de toros, y esta novedad del reglamento no cabe duda de que ha debido satisfacerle plenamente. Pero los veterinarios no quedan ni tan fortalecidos ni tan respaldados como pretende en sus manifestaciones.

El caso de los reconocimientos de las reses -entre otras coartadas que el nuevo reglamento tiene- es particularmente grave. Allí el veterinario puede rechazar un toro por afeitado, pero si el ganadero niega esa anomalía tiene derecho a exigir que se lidie. En definitiva, prevalece la opinión del ganadero sobre la del veterinario. O dicho de otra manera: prevalece la voluntad del defraudador sobre el dictamen del perito que detecta el fraude.

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Es cierto que las astas en litigio serán sornetidasa análisis y si se demuestra que están afeitadas tendrá multa el ganadero; mas esa sancion ni resuelve ni palla la incongruencia que plantea el reglamento. Pues si el facultativo, en su informe pericial, dictaminó que el toro estaba afeitado y, sin embargo, sale a la arena por imperativo reglamentario, lo que sucede en realidad es que se está defraudando al público. Y se le está defraudando al amparo de un reglamento partidista, que en lugar de establecer normas reguladoras de la fiesta lo que hace es legalizar coartadas.

Las astas deterioradas en el campo podrán ser arregladas, dice el reglamento. Ahora bien, no aclara hasta dónde pueden llegar ni el deterioro ni el arreglo. Obviamente, no es lo mismo un toro con unas astillitas en el pitón que desamochado; ni el arreglo y la validez final para la lidia son iguales en ambos casos. Y, en cambio, el reglamento no hace distinción alguna.

Esa inconcreción y otras muchas son las coartadas por donde van a entrar las corruptelas y las tropelías, con una facilidad y una impunidad como jamás se han conocido en toda la historia de la fiesta. Nunca se hizo un reglamento tan contrario a los derechos del público y tan favorable a los particulares intereses de unos cuantos profesionales del espectáculo. Nunca con tanta frivolidad y desparpajo.

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