Crítica:

Lully, por vez primera

Teatro Lírico NacionalAtys, de Quinault y Lully. Intérpretes principales: G. de Mey, A. Monoyios, G. Smith y M. Zanetti. Les Arts

Florissants y compañía RIf et Danceries. Dirección musical: W. Christie. Dirección escénica: J. M. Villègiere.

Teatro de la Zarzuela. Madrid, 15 de febrero.

Noche fuera de serie la del sábado en el Teatro de la Zarzuela, pues subía a escena, creo que por primera vez en la historia musical madrileña, la tragedia de Philipe Quinault, con música de Jean-Baptiste Lully, Atys, un compositor, como bien apunta Alvaro Marías, mucho más...

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Teatro Lírico NacionalAtys, de Quinault y Lully. Intérpretes principales: G. de Mey, A. Monoyios, G. Smith y M. Zanetti. Les Arts

Florissants y compañía RIf et Danceries. Dirección musical: W. Christie. Dirección escénica: J. M. Villègiere.

Teatro de la Zarzuela. Madrid, 15 de febrero.

Noche fuera de serie la del sábado en el Teatro de la Zarzuela, pues subía a escena, creo que por primera vez en la historia musical madrileña, la tragedia de Philipe Quinault, con música de Jean-Baptiste Lully, Atys, un compositor, como bien apunta Alvaro Marías, mucho más reconocido que conocido.

Ahora, la conjunción de la ópera de París, la de Montpellier y el Teatro Comunale de Florencia llevan su producción de Atys por el mundo y, esta vez, en ese mundo hemos entrado nosotros, ya que los regidores de la Zarzuela parecen iniciar un cierto giro renovador en el repertorio con el asenso, más que el entusiasmo, del público habitual. Digo esto porque si bien es cierto que la sala de la calle de Jovellanos aparecía tan colmada de asistencia como si de una Tosca de campanillas se tratara, en el segundo intermedio se produjeron algunas deserciones.

No es de extrañar. Hay falta de hábito por ausencia de cultivo de este repertorio pretérito (no recuerdo ninguna ópera de Rameau, por ejemplo, en el cartel de la Zarzuela) y, por otra parte, me parece que en autores como Lully se da un fenómeno que para nada disminuye el valor de sus creaciones, aunque explique la distanciación con respecto al público actual: su falta de vigencia.

Quiérase o no, este maravilloso teatro musical, en el que el espectáculo de canto, acción y danza se combinan, resulta admirable como algo museal, dicho sea sin la menor intención peyorativa, que bien sabemos todos cuántas bellezas y significaciones atesoran los. museos.

Turbador lamento de Cibeles

Pero si pueden acercarse a los gustos y sentimientos de nuestro tiempo el mejor Mozart -en medida superior a Haydn- y hasta pueden conmover las pasiones de Monteverdi o las de algunas obras de Haend1 o Purcell, sólo accidentalmente se produce esto en Lully. Por ejemplo, en el turbador lamento de Cibeles al final del acto tercero, que entonó Jennifer Smith de manera admirable. En otros casos, la conjunción de elementos dispares adquiere, en el final de la obra, aire de modernidad, y a lo largo de toda la partitura hay un sabio ir y venir del aria al recitativo sin que, apenas, exista solución de continuidad.

Y es que Jean-Baptiste Lully, en su momento, fue moderno al empeñarse en sintetizar lo italiano y lo francés. Lo primero estaba en sus mismas raíces, pues no en vano era florentino; lo segundo constituía su voluntad de instalar en Francia el género operístico con perfiles diferenciados. Se apoyó, insistentemente, para su aventura, en un escritor famoso entonces, Philipe Quinault, tan altamente elogiado por Voltaire.

Y de modo paralelo a la fusión coherente, a la verdadera interdependencia, entre el recitativo y el arioso, se fundieron también la ópera, propiamente dicha, y el ballet, si importante en la escena no menos en la orquesta que lo sostiene. Por una u otra vía, el mismo repertorio que animó a los italianos revive en Lully como ideal, que se prolongará hasta el teatro musical de Gluck, tan admirado por el joven Baroja.

Nadie mejor para darnos Atys en su más profunda autenticidad que William Christie y su Ensemble les Arts Florissants, en unión de la compañía Rif et Danceries, de Francine Lancelot, Beatrice Massin y Ana Yepes, con la dirección escénica de Jean-Marie Villégiere y los escenarios y trajes de Carlo Tomasi y Patrice Cauchetier, han conseguido un total sensible y esplendoroso, tan rico en su ideación general como en sus mil detalles. No hay, entre los cantantes, grandes divos, pues este género precisa más de buenos músicos, y esto demostraron serlo Guy de Mey (Atys), Jennifer Smith (Cibeles), Ann Morioyios (Cibeles) y el resto del amplio reparto. En resumen, asistimos a una verdadera obra de arte cuya mejor orientación se debe, sin duda, al especialismo sin beatería de William Christie.

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