Crítica:

Un positivo desempolvado

Nada mejor para espantar de un plumazo un impasse expositivo que estaba adquiriendo todos los visos de convertirse en un auténtico atolladero plagado de escollos de política financiera y reestructuración interna que diseñar, por parte de los gestores de esta sala una muestra con fondos de la ingente y espléndida -"aunque no exhaustiva", efectivamente- colección que La Caixa atesora.Pero poco valor crediticio tendría esta exposición para no ser considerada poco más que un acallar estados agónicos o un mero desempolvar bártulos y dar trabajo a conservadores y gentes de almacén últimamente...

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Nada mejor para espantar de un plumazo un impasse expositivo que estaba adquiriendo todos los visos de convertirse en un auténtico atolladero plagado de escollos de política financiera y reestructuración interna que diseñar, por parte de los gestores de esta sala una muestra con fondos de la ingente y espléndida -"aunque no exhaustiva", efectivamente- colección que La Caixa atesora.Pero poco valor crediticio tendría esta exposición para no ser considerada poco más que un acallar estados agónicos o un mero desempolvar bártulos y dar trabajo a conservadores y gentes de almacén últimamente casi en paro si, afortunadamente, como ha ocurrido, este hipotético salvar los trastos no hubiese venido acompañado de una meritoria labor crítica -la de Victoria Combalía- para recuperar credibilidades personales algo olvidadas y dar a lo olvidado entre anaqueles de depósito de cadáveres lectura e interpretación desde su resurrección a la luz pública.

¿Qué se ha hecho de los ochenta?

Sala Montcada. Fundación La Caixa. Montcada, 14. Barcelona. Hasta el 5 de enero dé 1992.

Provisionalidad

Si bien es cierto que lo mencionado no exime a la muestra de una cierta sensación de provisionalidad por contaminación ambiental, a la que se añade otra, más concreta, relacionada con la ambigüedad que propicia su encabezamiento -aunque reconocida por Combalía: "no se trata de las siete obras de los ochenta, sino de siete obras de los años ochenta"- ello se ve contrarrestado, en el otro lado, por la feliz empresa, de desempolvamiento histórico y análisis formal aquí emprendida.Y hasta tal punto ha acabado resultando válido el proyecto, que uno se atrevería a decir que aquello que en principio pudo ser asumido como un simple propósito de relleno acompañado de un, en este caso, jugoso trabajo de cotejo e investigación desde la asunción de lo corto, aún, en que se basa el análisis, ha venido a descubrir un vacío informativo que, a todas luces y por pertinente debe llevarse a cabo regularmente con otras no menos principales e ignoradas piezas de esta gran colección.

Que dicha labor pudiera ser llevada a término por una u otra persona, más que airear las afinidades electivas, preferencias, prioridades o propensiones personales del encargado de turno, contribuiría a enriquecer, desde la fragmentación de diversas ópticas, además del peso cualitativo propio de buena parte de este conjunto, la reducida amplitud de miras con que más de un espectador de arte afronta hoy la experiencia estética.

Pero me temo que dicha propuesta, que no es nueva sino necesaria, y lo necesario comulga más de lo eficiente y práctico que modas bobas, amiguismos e hipocresías, es, hoy por hoy, inviable, o, en todo caso, secundaria ante, otras prioridades en plena urdimbre, como son el futuro inmediato de la sala o la política precisa a seguir desde arriba más allá de vaguedades.

En cuanto a lo exhibido, y en parte como resultado de lo apuntado respecto al modus operare de la Combalía, sólo cabe hablar de acierto en la selección de nombres, propios todos ellos, (Barceló, Calvo, Cregg, Dokoupil, Grau, Sherman y Sicilia) y de obras, algunas de ellas -como el virginal Barceló de Mapa de carn, de 1982, la paleta fragmentada de Cragg, o la fotografia de Sherman- tan emblemáticas en la trayectoria de sus respectivos creadores como en general todas ellas bien sintomáticas de lo que ha sido -¿o fue?- el panorama artístico nacional e internacional de la pasada década.

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