Crítica:TEATRO / 'LE BALCON'

Toreo

Primero fue la utopía, el nervioso escarbar de manos en el albero de la estupidez y el conformismo, a la búsqueda de "el verdadero teatro, el teatro bajo la arena" (El público). Luego el teatro se vino abajo y los actores fueron sustituidos por "hombres de carne y mujeres de carne... y el que no quiera oír que se tape los oídos" (Comedia sin título). Ahora, todo parece haber vuelto a una normalidad definitiva, eterna: el teatro se ha. convertido en un burdel de lujo, en un rico mausoleo capaz de engullir todas las revoluciones, todas las utopías, y en el que los humanos celebran ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Primero fue la utopía, el nervioso escarbar de manos en el albero de la estupidez y el conformismo, a la búsqueda de "el verdadero teatro, el teatro bajo la arena" (El público). Luego el teatro se vino abajo y los actores fueron sustituidos por "hombres de carne y mujeres de carne... y el que no quiera oír que se tape los oídos" (Comedia sin título). Ahora, todo parece haber vuelto a una normalidad definitiva, eterna: el teatro se ha. convertido en un burdel de lujo, en un rico mausoleo capaz de engullir todas las revoluciones, todas las utopías, y en el que los humanos celebran el ritual del sexo con la misma devoción de que hace gala la ilustre y no tan ilustre parroquia que puebla las infernales fosas del florentino (Le balcon).Tras poner en pie las dos piezas de Lorca, Pasqual recurre a Genet para cerrar, momentáneamente, su personal metáfora sobre el teatro. Una metáfora visual, que entra por los Ojos. Pasqual y sus escenógrafos transforman el Odéon, el teatro más precioso de París, en ese "burdel de noble dimensión" que pide Genet. Colocando al público en el escenario y en algunos de los palcos, creando un semicírculo de voyeurs; jugando con el terciopelo rojo y los dorados de la sala, colgando del techo una resplandeciente araña, en el momento preciso, haciendo aparecer un palco regio, con su monumental corona. En la platea, vacía de butacas, pegado a las puertas que dan acceso a la sala, se halla el territorio de la señora Irma, la madame del burdel; mitad pista de circo mitad ruedo taurino, donde, sobre una cama miserable, el obispo, el juez y el general celebran sus lúbricos y complicados rituales. Es un espacio insólito, hermosísimo.

Le balcon

de Jean Genet. Intérpretes: Genevi6e Page, Michel Robin, Anne Richard, Catherine Rougelin, Abbes Faraoun, Jean-Michel Martial, Bruno Sermonne, Catherine Lachens, Abdel Kechiche, Pascale Louvet, Anna Galiena, Jean Dautremay, Lisette Malidor, Malik Faraoun, Wojtek Pszokniak, Alexandre Dubarry, Patrick Budkowski, Charlotte Falvre, Abdel Soufi y Juliette Swildens. Escenografía: Gerardo Vera y Bernard Michel. Vestuario: Florence Emir. Iluminación: Pascal Mérat. Sonido: Pablo Bergel. Dirección: Lluís Pasqual. Théâtre de L'Odéon-Théâtre de I'Europe (París), 10 de mayo

Pero Le balcon es algo más que un espacio de sueño, que una metáfora sobre el teatro. Ahí, a las puertas del burdel, resopla la revolución. A raíz de su estreno mundial (Londres 1957, dirección de Peter Zadek) y de su posterior estreno en París (Théâtre dy Gymnase, 1960, dirección de Peter Brook), los críticos denunciaron ya la débil intriga que une los rituales y el torpe trasiego de los sueños a la realidad, a la calle, a la revolución. Más tarde, el propio Genet reconocería que la obra no le interesa, que es un tanto chapucera -"elle est loupée"-, que se le escapó de las manos mientras la escribía. Colette Godard, después de ver el montaje de Pasqual, escribe en Le Monde (5-5-1991): "Peut-être le texte du Balcon devrait il étre réadapté". ["Quizá el texto de El balcón debería ser readaptado".]

Franquismo

Tal vez. Pero Pasqual no atiende a razones. Al placer de convertir el Odéon en un burdel de lujo, se suma la posibilidad de llevarse el toro a los medios y ejecutar sobre la roja arena del Odéon la faena del españolito que vino del franquismo, acunado por el De rodillas, Señor, ante el sagrario del Congreso Eucarístico Internacional y el gorigori final del Valle de los Caídos -"¡Franco: la muerte!", aullaba Léo Ferré-, presente ya, de manera explícita, en Le balcon.

Es, ésa, una tentación harto comprensible, apuntada ya por Zadek en Londres y llevada a la práctica por Lavaudant cuando montó -Le baicon en la Comédie Française, haciendo de la revolucion un rosario de guerras coloniales -de 1946 a 1962; de Indochina a Argelia-, acunada por las voces de Edith Piaf, Tino Rossi y los Rolling Stones.

Pero Pasqual, consciente de que el ruedo ibérico siempre tendrá una mayor fuerza teatral y metafórica que el ojo de vidrio del general Millán Astray, se lo monta de otra manera. Y, así, en la breve escena de la obra en la que un vejete, cliente del burdel, se corre con la ayuda de una peluca plojosa que le cubre la monda cabeza y los golpes de martinete que le aplica en las nalgas una rabiza, Pasqual va y me saca a una putilla de liajo que castiga a golpes de mantón de manlla, espléndido mantón, a guisa de muleta / martinete, la cornamenta de pega cort la que acosa un aprendiz de torero, mientras Manolo Caracol canta una saeta. Toma castaña.

Es bonito. claro que es bonito, mais... Le balcon, chapuza o no, es algo más que un "cuadro" del One Two Two, representado con motivo de la visita de Alfonso XIII a París o, mejor, de una senil apetencia del general Primo de Rivera. Tras esas imágenes, tan bonitas, dignas de una Madame Claude 3, está la muerte, la ambigüedad y la muerte, más allá del glamour, más allá de ese cóctel de Racine y Claudel de pacotilla, con unas gotas de novela rosa para modistillas, que también es Le balcon. Y de eso, la verdad, vemos muy poco, apenas nada.

Actores

Los actores y actrices, todos de lo mejorcito que hay, sirven de mancra harto desigual ese espectáculo. Geneviéve Page (Madame Irma) parece interpretar una pieza de negra de Anouilh. Uno echa a faltar en su papel una María Félix o una Garance, una Arletty. Le falta morbo, misterio, ambigüedad. Anna Galiena (la peluquera del filme de Leconte) es una Carmen espléndida, pero lucha. con un francés que no domina. Jean Dautremay, el jefe de policia, parece recién salido de un vodevil histérico. Michel Robin (el obispo), Abbes Faraoun (el juez) y, sobre todo, Bruno Sermonne (el general) están bastante mejor.

Vi Le balcon el 10 de mayo, el mismo día en que se celebraban los 10 años de Mitterrand en el poder. Terminada la función, mientras cenaba en Chez Lipp, se me ocurrió pensar qué diablos habría opinado el autor de ese toreo de salón que Pasqual se había montado en el Odéon, lejos de esa pieza "vulgar" que exigía Genet. Lo más probable es que, según su costumbre, se hubiera auseritado de París y habría ido a Grecia, a curarse el reúma. Puede, quién sabe, que en lugar suyo hubiera enviado a ver la obra a un jovencísimo amante árabe, como hizo cuando el ministro Lang le concedió una de las muchas medallas / estampitas con que suele engolosinar a sus artistas. Pero Genet está muerto, reposa frente al mar en un cementerío católico de Larache, en el antiguo Marruecos español, junto a Ios restos de un edificio que sirvió de prostíbulo para las tropas espafiolas. Seguro que la saeta de Caracol le habrá producido un escalofrío en el esqueleto.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En