Crítica:CINE

Piruetas en el vacío

Hace ahora cuatro años, Top gun, ídolos del aire, un vehículo para el lucimiento del palmito de dos jóvenes actores de éxito creciente, Tom Cruise y Kelly McGillis, lograba, con el telón de fondo de las tensiones con Libia y las refriegas en el golfo de Sirta, convertirse en uno de los grandes de la taquilla.En Pájaros de fuego, tal como recuerda enfáticamente la proclama del presidente de EE UU, George Bush, que abre esta reedición de aquel éxito, el enemigo ha cambiado. Libia se convierte aquí en el todopoderoso cártel de la droga -idénticas ansiedades, la necesidad constante d...

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Hace ahora cuatro años, Top gun, ídolos del aire, un vehículo para el lucimiento del palmito de dos jóvenes actores de éxito creciente, Tom Cruise y Kelly McGillis, lograba, con el telón de fondo de las tensiones con Libia y las refriegas en el golfo de Sirta, convertirse en uno de los grandes de la taquilla.En Pájaros de fuego, tal como recuerda enfáticamente la proclama del presidente de EE UU, George Bush, que abre esta reedición de aquel éxito, el enemigo ha cambiado. Libia se convierte aquí en el todopoderoso cártel de la droga -idénticas ansiedades, la necesidad constante de un enemigo que preside la historia de toda potencia que se precie-, pero la fórmula sigue siendo la misma: chico encuentra chica, la pierde y la recupera junto con un helicóptero de combate Apache AH-64As.

Pájaros de fuego (Fire birds)

Director: David Green. Guión: Nick Thiel y Paul F. Edwards, según una historia de Step Tyner, John K. Swensson y Dale Dye. Fotografia: Tony Ami. Música: David Newman. Producción: Keith Barish y Arnold Kopelson (Buena Vista) para Touchstone, EE UU, 1990. Intérpretes: Nicolas Cage, Sean Young, Tommy Lee Jones. Estreno en Madrid: cines Avenida, Bilbao y Velázquez.

La osamenta en que se basa el invento es simple: planteamiento breve, instrucción con los aderezos afectivos de rigor -casi toda la duración de un filme que, por suerte, es extremadamente breve- y sangriento combate final.

Y como en el caso de Top gun, aquí los ganchos son los mismos: una pareja de actores de éxito, Sean Young y Nicolas Cage, insoportable para almas medianamente sensatas.

Del guión mejor olvidarse: sólo certificar que tiene los diálogos más idiotas que se recuerdan en tiempos. Como toda repetición mecánica, que no pone nada más allá del virtuosismo técnico de unas pocas acciones, Pájaros de fuego resulta al final la repetitiva y devaluada nueva versión encubierta de un filme que no era mejor, pero sí más astuto para la galería, más espectacular; en definitiva, más caro, que es el bareno por el que se miden hoy los fiImes norteamericanos.

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