Crítica:TEATRO / 'EL TRÍO EN MI BEMOL'

Simpatía simple y grata

Un flirteo, un coqueteo en siete escenas a lo largo del tiempo. Santiago y Silvia -los personajes llevan los nombres de los actores- fueron amantes y ella se fue. Él es el constante, el que peranece en su casa esperando que quizá ella vuelva. Va volviendo: desde que le cuenta su nuevo nor hasta que vuelve, por fin, a él. No hay tragedia ni altos sentimientos: el amor, el abandono o regreso son pequeños sucesos. Tenue todo como los cuentos del propio Eric Rohmer: tiene su encanto. De ahí a compararlo a Mozart, como hace el autor, hay un abismo.En Mozart, aun dentro de la sonrisa y de una vaga a...

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Un flirteo, un coqueteo en siete escenas a lo largo del tiempo. Santiago y Silvia -los personajes llevan los nombres de los actores- fueron amantes y ella se fue. Él es el constante, el que peranece en su casa esperando que quizá ella vuelva. Va volviendo: desde que le cuenta su nuevo nor hasta que vuelve, por fin, a él. No hay tragedia ni altos sentimientos: el amor, el abandono o regreso son pequeños sucesos. Tenue todo como los cuentos del propio Eric Rohmer: tiene su encanto. De ahí a compararlo a Mozart, como hace el autor, hay un abismo.En Mozart, aun dentro de la sonrisa y de una vaga alegría, está siempre la tensión dramática. Y una genialidad que aquí no parece existir. El trío al que se refiere el título, y al que se alude en obra, es objeto de una segunda acción: unos músicos lo ensayan, en un espacio prácticamente imaginario, entre cada una de las secuencias. Sirve para recordarlo también para dar lugar a que los dos protagonistas cambien de indumentos para marcar el paso del tiempo. Aun así, toda la obra dura poco.

El trío en mi bemol

Eric Rohmer. Traducción: rnando Trueba. Intérpretes: Santiago amos y Silvia Munt. Músicos: Clara Sanchis, Santiago Puente y Juan Pablo Zielinski. Escenografia: Gerardo Vera. Vestuario: Jesús del Pozo. Dirección: Fernando Trueba. Teatro María Guerrero, 26 de diciembre.

Tono exacto

Para que esta grata madería funciones, es imprescindible que los dos actores tomen el tono de intimidad y de atracción que requiere. Es decir, es necesario que sean buenos, y lo son: Santiago Ramos y Silvia Munt están en el tono exacto de ligereza y sonrisa, y en ellos se encuentran a gusto las palabras que Fernando Trueba ha traducido de Eric Rohmer.Silvia Munt, vestida por Jesús del Pozo, tiene una figura leve y enormemente femenina: lo destaco no por machismo (cada uno tiene el que puede, el que le dejan) ni por considerarla mejor actriz que su compañero, sino porque ese atractivo forma parte de la obra misma , de la forma clásica en que es ella la que gira en torno a él, prácticamente inmóvil. Es na forma clásica de teatro, especialmente en Francia y Rohmer la mantiene.

Hombre y mujer se mueven un decorado sencillo de Gerardo Vera que demuestra que no necesita de grandes construcciones para crear belleza; ha comprendido todo el sentido de la obra.

Y, en fin, Fernando Trueba, director de cine, hace su primera aparición como director de teatro y gana la prueba. Mucho de lo que encontramos en el tono de los actores, y en la ligereza de todo lo que sucede y cómo sucede, se debe a su intervención.

Todos tuvieron el éxito que merecían. Aplausos pródigos y desfile por el escenario de todos los actores, músicos y creadores de ambiente coronaron la pequefia, simpática y símplicísima obra.

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