Crítica:JAZZ

Mejor de uno en uno

El concierto culminaba la serie Encuentros. Y sí, efectivamente, desde que se alzó el telón se vieron reunidos en formación escrupulosamente simétrica, oblicua al patio de butacas, un piano Steinway en el centro y dos Yamaha como escolta.El planismo de De la Peña, delicado, íntimo, de salón, parece forjado de una curiosa mezcla de blues porteño con ligeros toques de stride del arrabal y, a veces, hasta remernora al Chopin de los Preludios, como si éstos hubiesen sido completados en Buenos Aires en lugar de Mallorca. Los que estábamos en las últimas filas de butacas ...

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El concierto culminaba la serie Encuentros. Y sí, efectivamente, desde que se alzó el telón se vieron reunidos en formación escrupulosamente simétrica, oblicua al patio de butacas, un piano Steinway en el centro y dos Yamaha como escolta.El planismo de De la Peña, delicado, íntimo, de salón, parece forjado de una curiosa mezcla de blues porteño con ligeros toques de stride del arrabal y, a veces, hasta remernora al Chopin de los Preludios, como si éstos hubiesen sido completados en Buenos Aires en lugar de Mallorca. Los que estábamos en las últimas filas de butacas compartimos un contraconcierto ofrecido por los tambores lejanos de la cercana discoteca. Aun así, pudimos apreciar que De la Peña es un pianista a la antigua usanza, sensible y eminentemente melódico.

Tres pianos

Tete Montoliú, Gilson Peranzzetta y Emilio de la Peña (piano). Teatro Nuevo Apolo. Madrid, 13 de octubre.

En contraste, Glison Peranzzetta tomó pincel más grande y de pelo más recio para pintar, valiéndose de trazos enérgicos y nerviosos, el Brasil moderno y cosmopolita, como no podía ser de otra manera en un pianista que ha colaborado en diversas empresas con George Benson, Quiney Jones y otros popes del mercado de la música comercial.

Con Tete Montoliú llegó el equilibrio entre la melodía, el ritmo y todo lo demás. Él sí que no se parece a nadie; ni es delicado ni enérgico, sino todo lo contrario, y desde que se sentó al Steinway, reservado para él, lo que se pudo escuchar fue únicamente el planismo de Tete: una institución que va camino de convertirse en clásica. Pareció olvidarse para la ocasión de Parker, de Monk, de Gillespie, pero a todos ellos les hizo constantes guiños de complicidad. Tiene una técnica deslumbrante, pero siempre encuentra hueco para alguna cita risueña, como la que hizo de Salt peanuts en El día que me quieras.

Precisamente este popular tango y canciones tradicionales catalanas llevaron a seis manos el concierto a su fin. Demasiadas manos, los pianos suenan mejor de uno en uno.

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