Tribuna:

El peligro de las ilusiones

Considera el articulista que una de las claves para la evolución pacífica y democrática ca de Latinoamérica es que EE UU tolere cambios verdaderos en el continente, como la URSS los ha tolerado en su zona de influencia.

Los cambios en Europa del Este, vertiginosos y llenos de novedad, han enturbiado la percepción sobre los fenómenos dramáticos que vive América Latina, un continente de diversas y múltiples realidades y escenarios que se mueve con retraso hacia los umbrales del próximo milenio. Mientras la Unión Soviética abandona su concepto tradicional de fronteras estratégicas y deja p...

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Considera el articulista que una de las claves para la evolución pacífica y democrática ca de Latinoamérica es que EE UU tolere cambios verdaderos en el continente, como la URSS los ha tolerado en su zona de influencia.

Los cambios en Europa del Este, vertiginosos y llenos de novedad, han enturbiado la percepción sobre los fenómenos dramáticos que vive América Latina, un continente de diversas y múltiples realidades y escenarios que se mueve con retraso hacia los umbrales del próximo milenio. Mientras la Unión Soviética abandona su concepto tradicional de fronteras estratégicas y deja paso a insospechados cambios de sistema en los países bajo su antigua influencia, Estados Unidos no hace sino renovar este concepto arcaico y reforzarlo.Es cierto que tanto en Europa del Este como en América Latina se fortalece una tendencia hacia el surgimiento democrático a través de las elecciones, pero se trata de dos marcos de referencia muy distintos. En América Latina, la sustitución de dictaduras militares en la última década por Gobiernos libremente electos en Argentina, Uruguay, Brasil, Chile, no ha traído consigo ni un cambio de las estructuras sociales y económicas, que siguen siendo injustas, ni un cambio de relación con Estados Unidos; y en el resto de los países del continente, tampoco esos cambios están a la vista. El empobrecimiento crónico de los países latinoamericanos, sometidos a recetas neoliberales en sus economías cada vez más impotentes, sigue alentando el estancamiento, descabeza las posibilidades de crecimiento y extiende cada vez más las fronteras de la marginación. La deuda externa crece, las relaciones de intercambio siguen siendo injustas, las fugas de capital no se detienen, y la calidad de la vida de millones de campesinos, artesanos, obreros y vastos sectores de la clase media, lejos de mejorar, se empeora.

En Centroamérica, los parámetros de esta situación son cada vez más estrechos y más críticos. Hace unas semanas, el obispo de San Pedro Sula, monseñor Alfonso Santos, se pronunciaba en contra del plan de ajustes económicos que el Gobierno del presidente Callejas, de Honduras, trata de forzar sobre una población que en su mayoría vive en condiciones de extrema pobreza. Se trata del mismo esquema implacable que se aplica sin miramientos ni condescendencias en muchos otros países de América Latina: congelamiento de salarios, eliminación de puestos de trabajo, alzas desmedidas en los productos básicos de consumo, eliminación de subsidios en los servicios públicos, cierre de los créditos bancarios a los pequeños productores -en su mayoría campesinos-. Los costes de estos programas brutales, dictados por los organismos financieros internacionales, pretenden abrir las puertas del crecimiento económico mientras se las cierran violentamente a los más pobres y desamparados.

"La Iglesia no tiene conflictos con el Gobierno", señalaba el obispo; "el conflicto está entre el presidente Callejas, que representa a una élite del país, y los pobres y marginados de Honduras, ya sean campesinos o los pobres que viven en la ciudad". Y no se trata de la voz de un extremista, habla un obispo reconocido por su ponderación y su buen juicio.

El presidente Callejas ha asumido el Gobierno hace apenas unos pocos meses y ganó las elecciones gracias a sus promesas electorales de resolver los problemas económicos heredados de la Administración anterior. Ésta es una vieja historia que se repite en todo el continente porque los electores se guían por la ilusión de las promesas de una vida mejor que se les ofrece de manera inmediata, promesas basadas en planes económicos mágicos, con plazos de 60 o 90 días a partir del cambio de Gobierno. Pero las estructuras injustas de la sociedad permanecen inmutables, y alterarlas no está en ningún plan de Gobierno; como tampoco es posible prometer en esos planes precios justos para los productos de exportación, ni nada que se refiera a la deuda externa, cuyas proporciones siguen aumentando de manera inconmensurable.

De allí que las ilusiones de estabilidad económica, en un continente cada vez más sometido a los vientos de la inestabilidad, traten de resolverse por la vía de los experimentos monetarios, en un ajuste irracional de cuentas con los desposeídos que sólo beneficia a los que cada vez poseen más que antes, las oligarquías criollas y las transnacionales, que no pierden su voracidad congénita.

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Conflicto de intereses

Hace unas semanas, también en Honduras, la Tela Railroad Company -subsidiaria de la United Brands, que produce la Chiquita Banana- zanjó su conflicto de intereses con los pequeños y medianos productores de banano, organizados a su propio riesgo, haciendo descarrilar un tren cargado de fruta destinado a los mercados europeos. Una advertencia para que no se atrevan a exportar por su cuenta, que nos recuerda la naturaleza estática de las relaciones de dominio económico en Centroamérica, porque ésas son las mismas políticas, puestas en práctica por las bananeras norteamericanas desde principios del siglo.

Tras las elecciones en Nicaragua en febrero pasado, el presidente Bush ofreció abrir su mano generosa al nuevo Gobierno de la señora Chamorro, la mano que se había cerrado durante 10 años en puño de hierro contra el Gobierno sandinista, negando hasta el trigo para hacer el pan, y sometiendo al país a un brutal bloqueo económico. Después de largas semanas de debates, el Congreso norteamericano aprobó al fin un paquete de ayuda de 300 millones de dólares para Nicaragua, parte sustancial de los cuales no ingresará nunca al país porque está destinada a saldar deudas, y la AID se reserva una comisión onerosa por administrar los fondos. Otra parte no va al Gobierno, sino a empresarios escogidos por el propio Estados Unidos.

País insolvente

Urgido por la señora Chamorro a cumplir su promesa, mientras se daban los debates el presidente Bush declaró que Nicaragua seguía siendo un país insolvente y que el Tesoro de Estados Unidos no podía aprobarle un crédito urgente de 40 millones de dólares porque no tenía garantía de pago.

¿Qué resuelven entonces las elecciones libres para Estados Unidos, hechas a su propia medida y bajo sus propias exigencias? El Gobierno de la señora Chamorro también está aplicando desde el primer día un radical programa de ajustes monetarios, para respaldar el cual la ayuda concedida es insuficiente. Nicaragua requiere muchísimo más porque su economía fue destruida por la guerra.

Devaluaciones masivas, despido de trabajadores e incremento de precios, que en apenas pocas semanas han estremecido y desencantado a miles de quienes votaron por su fórmula mágica de prosperidad inmediata, basada también en las promesas de ayuda irrestricta que, dentro de] marco de la campaña electoral, el presidente Bush le hacía desde Washington para ayudarla a triunfar. Las huelgas han empezado ya en Nicaragua, reacciones de desesperanza como las que en parecidas circunstancias han estallado en Guatemala, en Honduras, en Argentina, en Brasil, en Uruguay, apenas los nuevos Gobiernos inician la aplicación de planes igualmente irreales, que solamente empeoran lo que se proponen resolver.

Será necesario, para prevenir catástrofes mayores, un cambio de las estructuras arcaicas que siguen dominando la mayoría de nuestras sociedades, y un cambio radical de visión por parte de Estados Unidos, todo lo cual representa nada menos que un cambio en la naturaleza del sistema ya agotado. Sociedades que tengan la libertad de renovarse libremente y soltarse de sus férreas ataduras para que sean verdaderamente viables y puedan responder a los desafíos del progreso y la modernización, y para que las elecciones no agoten sus posibilidades de ser instrumentos realmente democráticos y no se conviertan en un fetiche.

Pero eso implica que Estados Unidos, en lo que ha matriculado como su área de influencia, tolere cambios verdaderos como la Unión Soviética los ha tolerado en la suya. Un cambio en la relación económica y política impuesta al continente, que sigue siendo la misma de principios de] siglo. Que pueda haber en América Latina proyectos nacionales, países realmente independientes, para que no se vean amenazados, como ahora, por el caos y la desintegración social. Y eso también depende mucho de Estados Unidos.

Sergio Ramírez es escritor y ex vicepresidente de Nicaragua.

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