Tribuna:

Unas conversaciones que no son dos ni cuatro

Cuando comenzaron en París las conversaciones para la paz en Vietnam, el gran problema para sentarse a negociar era el tipo de mesa en torno a la cual había que reunirse. Las cuatro partes, Estados Unidos, Vietnam del Sur, Vietnam del Norte y FLN, debatían si aquélla debía de ser redonda o rectangular. La discusión no era bizantina porque la forma de la mesa constituía un dato determinante para la propia naturaleza de las conversaciones: si prevalecía la versión rectangular, se entendía que cada parte obraba con una cierta independencia, y las dos que más temían perder en la negociación -FLN y...

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Cuando comenzaron en París las conversaciones para la paz en Vietnam, el gran problema para sentarse a negociar era el tipo de mesa en torno a la cual había que reunirse. Las cuatro partes, Estados Unidos, Vietnam del Sur, Vietnam del Norte y FLN, debatían si aquélla debía de ser redonda o rectangular. La discusión no era bizantina porque la forma de la mesa constituía un dato determinante para la propia naturaleza de las conversaciones: si prevalecía la versión rectangular, se entendía que cada parte obraba con una cierta independencia, y las dos que más temían perder en la negociación -FLN y Saigón- podían obstaculizar con mayor libertad los trabajos; si se imponía, en cambio, el formato circular, tanto Washington como Hanoi parecían más jefes de delegación de su bloque respectivo que partes individuales, lo que albergaba mayores expectativas para una paz que, en cualquier caso, tardó demasiados muertos en llegar. La forma de la mesa era, por tanto, una declaración por anticipado de la forma de la negociación.Las conversaciones dos más cuatro, que han comenzado en Berlín y se reanudarán en julio, encierran también en las diversas combinaciones de sus guarismos la anticipación de uno u otro tipo de relaciones geopolíticas en Europa.

El equilibrio europeo que inauguró -el Congreso de Viena en 1815 estaba pensado sobre una base cinco: Gran Bretaña, Francia, Prusia (que era el uniforme que entonces vestía Alemania), el Imperio austriaco y Rusia. Tras la unificación germánica en 1871 y la cristalización del sistema de Bismarck, la cábala de la geopolítica europea seguía siendo cinco: Alemania, Austria (convertida en Austria Hungría), Francia, Rusia y Gran Bretaña, con una coletilla italiana que servía para cargar uno de los platos de la balanza tras la unificación transalpina en 1870.

Los cuatro de las dos más cuatro -son hoy los vencedores de la II Guerra Mundial: Estados Unidos, la Unión Soviética, Francia y el Reino Unido; y los dos, los herederos del Reich derrotado en 1945: la República Federal de Alemania y la República Democrática Alemana.

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La transposición de actores entre uno y otro congreso -Viena y Berlín- es casi perfecta. Estados Unidos sustituye a Gran Bretaña, que a su vez no sucede a nadie aunque siga estando en la nómina de gran potencia. La estrategia de Londres en el siglo XIX era la del poder marítimo que no podía consentir el establecimiento de una fuerza hegemónica en el continente, atendiendo para ello a que los cuatro poderes terrestres no se hallaran nunca coligados; ese es el papel actual de Estados Unidos, con capitalismo, marxismo o sin ninguno de los dos por medió. La Unión Soviética, por su parte, sustituye a Rusia, aunque no con ven taja. Austria-Hungría ha desaparecido, pero igual le ocurre a la RDA, con lo que Alemania viene a sucederse a sí misma y a Viena-Budapest, a un tiempo. Y Francia repta penosamente para continuar siendo la que fue. La coletilla puede ser hoy Polonia, ese uno que habrá que añadir en julio a las negociaciones en cursó, como hace un siglo lo era Italia. En ese dos más cuatro más uno es interesante investigar las diversas geometrías posibles que contiene. Por lo pronto, no hay dos, sino uno: la suma de Bonn y Berlín Este se llama Berlín unificado. Y los cuatro son en realidad tres, porque podemos amalgamar, con una nota al pie británica, a los dos grandes-pueblos que De Gaulle llamaba "les anglosaxons", hoy a todos los efectos representados sólo por Estados Unidos. Por tanto, en vez de un dos más cuatro tendríamos un uno más tres. Esos tres, sin embargo, ocultan una composición interior que los convierte a su vez en un dos y un uno: los anglosajones en bloque y Francia, de un lado, y la Unión Soviética, de otro; por añadidura, el uno representado por la Alemania unificada parece que debería incluirse en el primer sumando, con lo que volvemos a tener un uno más tres, pero con actores diferentes: los anglosajones, Francia y Alemania ante la Unión Soviética. Estas cifras, con todo, se embarazan de un número de Posibilidades que aún cabe explorar.

Los tres mantienen entre sí una alianza de cohesión siempre delicada. Cada uno de ellos desea tener a los otros dos bajo vigilancia para asegurar que todos avancen a un tiempo, pero cada uno de ellos, por razones diferentes, puede sentir la tentación de entenderse directamente con el uno -la Unión Soviética- por encima de las cabezas de sus actuales aliados.

La Alemania unificada es quien más interés tiene en mantener a sus dos partenaires a los costados, dando la respetabilidad necesaria a la recuperación del gran espacio germánico en el centro de Europa; pero, al mismo tiempo, es dudoso que la sola presión ejercida por esa troika, de la que la nueva Alemania forma parte, pueda forzar a la Unión Soviética a aceptar totalmente sus posiciones, es decir, que Moscú retire sus tropas de la antigua Alemania Oriental; de ahí la tentación de un nuevo Rapallo, esa histórica tendencia al entendimiento entre Berlín y Moscú que fue una de las bases del, sistema de Bismarck. Una Alemania unificada, alineada sin duda al Oeste, podría, sin embargo, ser de valor inapreciable para la reindustrialización de laUnión Soviética; en un mundo en el que las alianzas convencionales, como el Pacto de Varsovia y la OTAN, perdieran, su contenido puramente militar importaría poco a qué grupo formal pertenezca cada uno y mucho más con quién se hagan los negocios.

Francia es la que se halla en peor posición desde que el presidente Mitterrand vio fracasar su estrategia de aceptación de la unidad alemana, pensando que de demorarla ya se encargaría Moscú. El mal estado de salud soviético y la traición de Kohl, que se ha atrevido a acelerar la unificación sin pedir permiso a París, explican esas declaraciones franco-germanas tan grandiosas como ectoplásmicas sobre la construcción europea. Por ello mismo, en la medida en que los hechos no hagan honor a las proclamas, cuanta más Alemania haya, más tendrá Francia que mirar hacia la Unión Soviética. Es el precio de un clasicismo que renace la-doble posibilidad de que Alemania busque la alianza del Este para impresionar al Oeste y que Francia se salte a Alemania para pactar con Rusia para que se enteren en Berlín.

Estados Unidos, por su parte, no teme profundamente la unificación de Alemania, e incluso puede preferir que se produzca restando más que sumando a la Comunidad, es decir, por fuera de la construcción europea, pero sí ha de ver con preocupación toda apertura al Este. De la misma fornia, Washington necesita todavía a la Unión Soviética como superpotencia si quiere apuntalar el edificio de la bipolaridad, y por ese motivo no puede emocionarse con los desarreglos bálticos ni con una humillación absoluta de Moscú en la conferencia centroeuropea.

De todo ello se deduce que aunque tengamos un uno más tres, en ese tres cada uno de sus componentes puede sentir la tentación de derivar a medio plazo hacia el dos más dos. Si a eso añadimos que el uno polaco va a virar estratégicamente más del lado soviético que del occidental por sano respeto a Alemania, tendremos una posición mucho más -atrayente para Moscú que la que hoy parece corresponderle. Por supuesto, para que la Unión ya veremos si Soviética pueda sacar partido de los recelos del prójimo habrá de desplegar una notable voluntad política, y la insurrección del Báltico, la violenta memoria georgiana y la resurrección islámica son datos que pueden poner contra las cuerdas a Moscú.

Cuando se discute en Occidente, si tiene o no sentido apoyar a Gorbachov suele valorarse en la prensa y en las conferencias al aire libre su eventual capacidad de aceptar la secesión báltica, la garantía que aún pueda representar de democratización para- su país y, en general, su lamentable negativa a aceptar la desaparición del imperio zarista; pero es mucho más razonable estimar en qué medida una Unión Soviética disminuida, pero aún planetaria, puede hacer falta a los tres de la negociación occidental: los anglosajones, Francia y Alemania, y cabe que todos ellos la necesiten un día como contrapeso de sí mismos.

La opción dos más dos -sin determinar qué áliado occidental pueda tender a igualar la suma, puesto que todos pueden aspirar a ello, pero no a la vezdebilita a la CE, refuerza a la Unión Soviética y daña a Estados Unidos, salvo que sea Washingt on quien se entienda con Moscú. La tendencia al uno más tres perjudica a la Unión Soviética, que corre el peligro de* transformarla aceleradamente en Rusia -lo que no parece deseable-; refuerza a la CE, y no favorece los intereses de Estados Unidos. Pero hay un elemento común en -este ábaco de la geopolítica mundial: todos los movimientos del tablero se hacen pensando en Alemania.

Talleyrand dijo que en política lo importante era definir lo inevitable, y luego pactar con ello. Eso es lo que están tratando de hacer las potencias occidentales y la Unión Soviética, pero no está nada claro todavía cuál es la mejor forma de conseguirlo.

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