Los dos millones de libros del Vaticano podrán consultarse por ordenador desde cualquier lugar

El proyecto permitirá transmitir manuscritos por telefax

La Biblioteca Pontificia Vaticana, conocida como "la Biblioteca del Papa", está preparada para abrir sus misterios a la moderna tecnología a través de los ordenadores. Dos millones de libros y 140.000 manuscritos podrán ser consultados desde cualquier parte del mundo y las fotocopias de libros y manuscritos preciosos del Papa podrán llegar, vía telefax, hasta la mesa de los intelectuales que lo deseen. En el proyecto está trabajando con tesón el prefecto de dicha biblioteca, el dominico irlandés Leonard E. Boyle, que afirma: "Debe ser un servicio a la gente, no un negocio".

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La Biblioteca Pontificia Vaticana, conocida como "la Biblioteca del Papa", está preparada para abrir sus misterios a la moderna tecnología a través de los ordenadores. Dos millones de libros y 140.000 manuscritos podrán ser consultados desde cualquier parte del mundo y las fotocopias de libros y manuscritos preciosos del Papa podrán llegar, vía telefax, hasta la mesa de los intelectuales que lo deseen. En el proyecto está trabajando con tesón el prefecto de dicha biblioteca, el dominico irlandés Leonard E. Boyle, que afirma: "Debe ser un servicio a la gente, no un negocio".

Dos millones de libros y 140.000 manuscritos de la Biblioteca Pontificia Vaticana podrán ser consultados, a través de ordenador, desde cualquier lugar del mundo si el proyecto se hace realidad. De esta manera se podrá acceder a los preciosos catálogos de una de las más grandes_y asombrosas bibliotecas de todos los tiempos, y sobre todo de las más exclusivas y fascinantes. Se podrá saber si una obra, que no se encuentra en ninguna otra biblioteca, se halla en el Vaticano, aunque no siempre estos catálogos esconden todos los misterios y pueden reservar sorpresas. Así sucedió en el pasado con uno de los incunables que el Vaticano conserva, con muchos otros, en sus depósitos , bajo tierra, a prueba de bombardeo atómico.Ocurrió en la década de los cincuenta, cuando un periodista español descubrió en la biblioteca papal el famoso Pentateuco (los cinco primeros libros del Génesis) traducido a la lengua de Jesús, un dialecto del arameo que se hablaba en Nazaret. Dicho códice se llevaba buscando en vano en las mayores bibliotecas del mundo, sobre todo en Israel y Estados Unidos. Se sabía que existía, y que era lo único traducido a aquel dialecto. Pero no se encontraba. Resultó que estaba en la Biblioteca Vaticana, pero catalogado erróneamente.

Anécdotas sabrosas

Leonard E. Boyle, prefecto de la Biblioteca Pontificia Vaticana, es experto en Paleontología y estudió en Toronto y en el Angelicum de Roma. "Trabajo muy bien con el nuevo responsable papal de la biblioteca, el cardenal español Antonio María Javierre", afirma el dominico irlandés, con un gran sentido del humor. Y cuenta anécdotas sabrosas. Por ejemplo, que una de las cartas que ha recibido llegaba de Toronto, en Canadá. "Me preguntaba nada menos que si teníamos un cierto libro sexy. Yo le respondí bromeando que 'por desgracia', esas cosas no se hallaban en la Biblioteca del Papa". Pero Boyle, de talante liberal, para no frustrar demasiado a aquella persona, le indicó el lugar de Toronto donde seguramente podía encontrarlo.

Una revista italiana, en un reportaje sobre la Biblioteca Vaticana, ha titulado: Aquí estudian los papas. Boyle la muestra a este corresponsal y comenta sonriendo: "La verdad es que aquí no ha estudiado ningún Papa". El semanal se titula Piacere y en la cubierta aparece una Ornella Mutti provocadora.

La Biblioteca Pontificia Vaticana es seguramente la única de las grandes bibliotecas del mundo que se pueden consultar gratuitamente. Y en esto Boyle no cede: "Debe ser sólo un servicio a lagente. No un negocio. En esto deberemos distinguirnos siempre de los demás". Hasta ahora se podía estudiar en ella sólo por la mañana, pero Boyle ha abierto sus puertas también por la tarde. "Es muy útil", dice, "sobre todo para los que vienen de fuera de Roma". Y, además, añade con humor: "Aquí, por las tardes, esto era aburridísimo, parecía un cementerio, tan solitario".

Y eso que los 200 estudiosos que suelen trabajar en las dos salas de lectura, tras haber obtenido un permiso especial que se concede sólo si se es presentado por alguna universidad y se prueba que se está preparando un trabajo científico o una tesis de doctorado, parecen más bien cartujos. Si uno entrara con los ojos cerrados ni se enteraría de que allí hay tanta gente trabajando. Se trabaja casí en un ambiente de misticismo. Como en un concierto de música clásica, se tiene miedo hasta de toser, casi hasta de respirar.

Cuando este corresponsal estudió allí, entre manuscritos arameicos, en los lejanos años cincuenta, los incunables no se podían tocar con las manos. Había que pasar sus páginas de pergamino con unos bastoncitos de madera. "Ahora", dice Boyle, mientras visitamos la sala de lectura, "somos más liberales. Como usted puede ver, han desaparecido aquellas varitas". Para quien osara estropear o arrancar una página de un libro o manuscrito, existe no sólo la expulsión para siempre, sino hasta la excomunión papal. Comentando que aquella biblioteca atraería sin duda la curiosidad de un Umberto Eco, Boyle responde: "Estoy convencido de que tambien él habrá pasado por aquí más de una vez".

En la Biblioteca del Papa no sólo existen obras de Iglesia. "Aquí hay de todo", dice Boyle. Por ejemplo, códices fundamentales de literatura griega, latina, judalca y de tantas otras culturas. También están el De república, de Cicerón, los cuatro códices más antiguos de Virgilio que se conocen en el mundo o el Terenzio Vaticano, del siglo IX, una colección de las comedias de Terenzio. Cualquier estudioso que quiera confrontarse con la historia y las literaturas europeas y orientales está constreñido a pasar por la Biblioteca Vaticana.

Ya en la antigüedad, el sueño de escritores y poetas era el de acabar siendo bibliotecarios de dicha biblioteca papal. Por ejemplo, Leopardi, en un momento de crisis de su vida, solicitó ser "escritor de lengua latina" de la Biblioteca Apostólica.

La Biblia en griego, la joya más preciada

La que hoy es una de las bibliotecas más buscadas y de mayor prestigio del mundo ha tenido una historia larga y compleja, casi como la vida misma del papado. Había empezado como colección de documentos apostólicos y, de códices preciosos. De estos últimos, muchos tuvieron una historia azarosa. Algunos acompañaron a los papas en el exilio. Otros desaparecieron para siempre.El primer y verdadero fundador de la Biblioteca Vaticaria fue el Papa humanista, natural de Liguria, Nicolás V (1455). Cuando llegó a la cáte(ira de Pedro se encontró con un puñado de códices griegos y hebreos y 350 latinos. Y cuando acabó su pontificado, la biblioteca, con 1.500 manuscritos, era la más grande de Europa, sobre todo porque a ella se había añadido todo lo que quedaba de la gran biblioteca imperial de Constantinopla tras la conquista de los turcos.

Por suerte, su sucesor, Sixto IV, también de Liguria y gran humanista, continuó la pasión por la biblioteca. Le tocó a él dar entidad jurídica, como institución de la Iglesia, a la Biblioteca Vaticana, con la bula pontificia Ad decorem militantis Ecclesiae, dotándola de rentas, de un bibliotecario y abriéndola por vez primera al público.

Con toda probabilidad fue ya en tiempo de Nicolás V cuando la Biblioteca Apostólica Vaticana se enriqueció con la que, aún hoy, es su mayor joya: el llamado Codex B, de la Biblia, uno de los pocos manuscritos que han conservado por entero el texto de la Biblia en griego. Su forma es cuadrada, y con mucha probabilidad está escrito en Egipto; su ele gantísima escritura es uncial, es decir, minúscula bíblica. Está. considerado como el "códice vaticano por excelencia". Dicha obra fue la base, en 1586, para el Antiguo Testamento.

Recientemente, la Biblioteca Vaticana, en colaboración con un grupo internacional de editores, se lanzó a la aventura de la reproducción en facsimil de los manuscritos más significativos.

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