Una edición crítica de 'La democracia en América' subraya la modernidad de Tocqueville

Se publican por primera vez los borradores y correspondencia de la obra

"No fue un trabajo de chinos, sino de muchos chinos, dice Eduardo Nolla, de 33 años, profesor en Yale y autor de la edición crítica de La democracia en América (Aguilar), de Alexis de Tocqueville, quizá el clásico del siglo XIX más vigente en éste; el libro fue presentado anoche. Tocqueville profetizó que la obra sería muy interpretada, pero no supuso que tanto. A partir de la correspondencia y borradores del libro, y reconstruyendo una letra "a caballo entre la escritura cuneiforme y el jeroglífico", Nolla propone una lectura casi nueva de una obra que describe el juego entre libertad e igual...

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"No fue un trabajo de chinos, sino de muchos chinos, dice Eduardo Nolla, de 33 años, profesor en Yale y autor de la edición crítica de La democracia en América (Aguilar), de Alexis de Tocqueville, quizá el clásico del siglo XIX más vigente en éste; el libro fue presentado anoche. Tocqueville profetizó que la obra sería muy interpretada, pero no supuso que tanto. A partir de la correspondencia y borradores del libro, y reconstruyendo una letra "a caballo entre la escritura cuneiforme y el jeroglífico", Nolla propone una lectura casi nueva de una obra que describe el juego entre libertad e igualdad.

En 1831, el juez Alexis de Tocqueville viajó a los 26 años a Estados Unidos, acompañado de su amigo Gustave de Beaumont, con el objeto de estudiar el sistema penitenciario norteamericano, cosa que hicieron, aunque esa era la excusa. En realidad iban encandilados por una moda americana que alimentaba la literatura romántica de viajes del estilo de Atala, de Chateaubriand (su primo), y querían comprobar sobre el terreno la extendida superstición científica de la época, según la cual eran el espacio y las condiciones climáticas de América, y no otra cosa, lo que permitiría a los angloamericanos acceder a una democracia. De Tocqueville era miembro de una de esas familias aristócratas, más abundantes de lo que se cree, que recibieron con simpatía la Revolución, al menos en un primer momento, antes del Terror que los diezmó. Nieto de Malesherbes, el ejemplo de su bisabuelo le marcó hasta el extremo, según Nolla, de que se encuentra en la base de su pensamiento polar, siempre oscilante entre dos contrarios: contra los excesos del Estado, la sociedad; contra los de la opinión pública, los periódicos... Y sobre todo, libertad para contrarrestar la homogeneización que puede venir de la igualdad. Lo que hizo Malesherbes fue defender al pueblo y luego al Rey, cuando representaron sucesivamente el papel del débil.

Un espejo

Tocqueville escribió La democracia en América como una suerte de espejo sobre el que reflejar la propia sociedad: con su libro quiso demostrar que la democracia era posible en Francia, y advertir también de los peligros. Propuso también la forma de conjurar esos peligros: muy simplemente, no creer nunca que se ha conseguido conjurarlos; mantener vivo el debate y la tensión entre igualdad y libertad. La ambigüedad de una fórmula que precisamente niega su carácter de tal contribuye a su capacidad de seducción en nuestro tiempo, caracterizado por la indefinición, y el lado desasosegante de la ausencia de respuestas -sólo caben actitudes- es la que hace que existan marxistas o saintsimonistas, pero no tocquevillistas.

Lector y discípulo de Rousseau, de Tocqueville creía que orden y libertad son incompatibles, y para que en una sociedad democrática -ordenada- exista libertad, es necesario incluir elementos que permitan contrastar las ideas democráticas. De Tocqueville creía en la fuerza de las ideas, que terminan por crear la realidad, y consideraba que la democracia era inevitable una vez aceptada la idea de que los hombres son iguales. Con clarividencia vio sin embargo que los hombres se sentirían tan obsesionados por la igualdad que abandonarían la libertad, algo mucho más difícil de definir, que hay que sentir, y muy dificil de producir. Como dijo, "quien busca en la libertad algo distinto de ella misma es ya un esclavo".

Temía que la obsesión de los políticos por el rendimiento y la utilidad les llevara al olvido de la libertad, algo que puede ocurrir muy fácilmente pues la libertad supone siempre desorden y tensión. También creía que su defensa correspondía más a los ilustrados, únicos capaces de inventarla, llegado el momento, con un arte que es la Ciencia Política.

Ahora bien, explica Nolla, la ciencia política puede proponer mecanismos para mantener el equilibrio, pero nunca estar segura del resultado. El problema político no tiene conclusión, y por eso atrae tanto hoy: a fin de cuentas, se podría pensar que hemos conseguido la mejor de las fórmulas posibles. "Pero si así pensamos", dice Nolla, "es que no hemos entendido nada. Si creemos que hemos ganado, es que hemos perdido".

La uniformidad

La obra de De Tocqueville contiene juicios notables. Con un siglo de antelación, dijo que Estados Unidos y Rusia gobernarían el mundo. Advirtió contra esa suerte de despotismo blando que se puede producir en una democracia, y contra la desolada uniformidad.

Habló de la peor forma de tiranía, que es la que sufre el hombre que acepta las ideas reinantes creyendo que que las ha pensado él, y que está convencido de que es libre y en realidad es un esclavo. Creía en una forma de evitar este espejismo, que los hombres participaran en política (él lo hizo)," pues sólo en política el hombre se ve obligado a contrastar pensamiento y realidad.

"He aprendido hasta qué punto estamos todavía inmersos en el mundo de Tocqueville", dice Eduardo Nolla. Cree que al publicar unos borradores y una correspondencia que no fueron escritos para ver la luz le ha dado "la oportunidad a un autor de decir lo que no había dicho". A fin de cuentas, un periodista norteamericano decidió un día contrastar el pensamiento de De Tocqueville con la moderna realidad de Estados Unidos. De modo que tituló su artículo: "Deme un poco de agua porque el señor De Toequeville acaba de desmayarse".

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