Tribuna:

El mito de Penélope

Por simple lógica y por el ejemplo recibido de otros países todos pensamos que un régimen descentralizado favorecería la creación de nuevas orquestas y el perfeccionamiento de las ya existentes. Lo que en algunos casos, ha sucedido y basta recordar la Nueva Orquesta de Euskadi, la Jonde, la notable mejoría de las de Bilbao, Valencia y Tenerife o la lenta pero segura emergencia de la Sinfónica de Madrid. Pero tan buenas y esperadas nuevas se ven contrapesadas por factores negativos y así nos encontramos a las orquestas de Asturias, Valladolid o Sevilla en situación dificil o constatamos que el ...

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Por simple lógica y por el ejemplo recibido de otros países todos pensamos que un régimen descentralizado favorecería la creación de nuevas orquestas y el perfeccionamiento de las ya existentes. Lo que en algunos casos, ha sucedido y basta recordar la Nueva Orquesta de Euskadi, la Jonde, la notable mejoría de las de Bilbao, Valencia y Tenerife o la lenta pero segura emergencia de la Sinfónica de Madrid. Pero tan buenas y esperadas nuevas se ven contrapesadas por factores negativos y así nos encontramos a las orquestas de Asturias, Valladolid o Sevilla en situación dificil o constatamos que el panorama sinfónico de Barcelona, nada menos, apenas ha variado. El mito de Penélope viene a la memoria en curiosa adaptación musical española: mientras una tela se teje, otra, en distinto rincón de la piel de toro, se desteje. En tanto Palma de Mallorca recompone su sinfónica, en Sevilla, con el mítico 1992 a la vista, no se aclara el futuro de la suya.Sin entrar en minuciosas consideraciones, cabe preguntarse: ¿qué pasa?, ¿en dónde está y cuál es la raíz de los problemas?. La primera respuesta ha sido dada mil veces a lo largo de nuestra historia. Se trata del relativo interés de nuestras clases dirigentes -las de anteayer, las de ayer o las de hoy- por la música, considerada dentro del panorama general de la cultura, lo que conduce a provisionalidades que se airean cual de si realidades se tratara. Está, también, la cuestión presupuestaria. Se pone en funcionamiento una orquesta como sea, que ya se arreglarán las cosas después, con olvido de una elemental verdad, la de que también pueden desarreglarse. En fin, aparece con importancia decisiva el asunto de los gestores o gerentes, piezas tan importantes para la existencia normal de una orquesta como los mismos directores titulares. Sumemos a ello el déficit de profesionales y la incidencia propia de cualquier colectividad que, en ocasiones, se imagina peculiar de la clase musical, lo que no es cierto, y nos explicaremos las mil peripecias de esas orquestas-laberinto en las que llega un momento en el que resulta dificil saber donde está Ariadna, quien es Teseo y a qué diablos se dedica Minotauro.

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La tendencia a la dispersión constituye otro grave mal. Sólo desde ella puede explicarse, aunque no justificarse, el que la gran Andalucía no prevea para los traídos y llevados fastos de 1992, la aparición de una orquesta sinfónica que la represente con dignidad, mientras asistimos a los intentos, acertados o desacertados, eficaces o inútiles, de varias formaciones en proyecto, o en crisis . Cataluña podía depararnos la sorpresa de su segunda orquesta. Y Castilla y León no debiera quedar a la zaga.

El Ministerio de Cultura, a través de su plan de construcción de auditorios y rehabilitación de teatros, está creando las casas para la música. Ha llegado el momento de organizar, responsablemente, la música para las casas. Si en un plazo breve no contamos al menos con una agrupación sinfónica " estable por comunidad, España en música no será ni significará nada.

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