Crítica:'POP'

Triple seco

Secos como el golpe final de una sección de viento coordinada a la perfección; secos como el impacto de una canción comedidamente comercial, y como el sabor de unas melodías basadas en la mejor música negra. El grupo británico Wet Wet Wet ofreció en Madrid un concierto contundente, seco, planteado en todos sus aspectos de forma tremendamente seria y profesional.Rompieron con buena parte de los esquemas que definen a las bandas de sus características, formaciones sumergidas en la vorágine del pop británico para adolescentes, al arrinconar la utilización de la imagen y la estética en favor del s...

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Secos como el golpe final de una sección de viento coordinada a la perfección; secos como el impacto de una canción comedidamente comercial, y como el sabor de unas melodías basadas en la mejor música negra. El grupo británico Wet Wet Wet ofreció en Madrid un concierto contundente, seco, planteado en todos sus aspectos de forma tremendamente seria y profesional.Rompieron con buena parte de los esquemas que definen a las bandas de sus características, formaciones sumergidas en la vorágine del pop británico para adolescentes, al arrinconar la utilización de la imagen y la estética en favor del sonido, las canciones y el espectáculo escénico. Sólo el vocalista, Marty Pellow, se encarga de mantener viva una cuidada relación visual con el público femenino que asiste a sus actuaciones: bailes cadenciosos y poses edulcoradas componen un manido repertorio coreográfico, circunstancia que afortunadamente no afecta a sus nada despreciables cualidades vocales. Pellow canta con convicción y técnica, y sigue sin problemas las directrices que marcan el restode músicos, brillantes en todo momento.

Wet Wet Wet

Marty Pellow (voz), Graheme Clarke (bajo), Tommy Cunningham (batería), Neil M Itchell (teclados), GrahemeOduffy (guitarra), Rich S. (trombón), Jererny Sidwe1i (trompeta), Paul Spong (trompeta) y Steve Gregory (saxo) Sala Jácara. Madrid, 18 de febrero.

Cuando el grupo sale a escena, sorprende el Impresionante despliegue luminotécnico montado para la ocasión, y la perfección de una sección de metal que acompaña habitualmente a Elton John. Después de 10 minutos y tres canciones el viento se retira y llega una momentánea calma, en forma de pop suave; voces melancólicas, guitarras relajadas y estribillos almibarados forman su segunda opción musical, mucho más comercial y menos atractiva que la primera, basada en las armonías rítmicas del soul.

Globalmente el espectáculo resulta magnífico. Las luces, procesadas por ordenador, aumentan sus posibilidades a medida que discurre el tiempo. Los músicos jamás pierden la concentración, y se atreven a practicar j uegos vocales cercanos al jazz. El público disfrutó especialmente con sendas vers 1 ones de Desmond Dekker y los Beatles, interpretadas con garra.

Todo su repertorio suena sincero, y cuando, después de 60 minutos, interpretan Sweel surrender, entre aplausos enfervorecidos, sólo es posible aplicarles una inevitable vuelta de tuerca final: su música sólo es una copia digna, una simple imitación, dignamente realizada, de un sonido y un estilo creados hace más de 25 años por artistas norteamericanos negros. Un sucedáneo de calidad que brilla con luz propia en un mundo de imitaciones oportunistas.

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