Crítica:CINE

Atada y bien atada

Pedro Almodóvar, cineasta de enorme singularidad, pues todo cuanto hace no se parece en absoluto a lo que hace ningún otro, llegó por ahora a su punto más alto en La ley del deseo. Es éste un filme desequilibrado, con escenas deficientes, debidas en su mayor parte a una atropellada construcción del guión. Esta escenas se entremezclaban en él con otras llenas de tanta riqueza, de tan alto riesgo y fuerza poética, que rozan lo genial, comprometedora palabra que hay que emplear en cine con cautela de cuentagotas.Le fue probablemente difícil a Almodóvar afrontar una nueva película después d...

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Pedro Almodóvar, cineasta de enorme singularidad, pues todo cuanto hace no se parece en absoluto a lo que hace ningún otro, llegó por ahora a su punto más alto en La ley del deseo. Es éste un filme desequilibrado, con escenas deficientes, debidas en su mayor parte a una atropellada construcción del guión. Esta escenas se entremezclaban en él con otras llenas de tanta riqueza, de tan alto riesgo y fuerza poética, que rozan lo genial, comprometedora palabra que hay que emplear en cine con cautela de cuentagotas.Le fue probablemente difícil a Almodóvar afrontar una nueva película después de la formidable fuerza que puso en aquella. Pero, hombre de imaginación fertilísima, salió airoso del atolladero con Mujeres al borde de un ataque de nervios, película sostenida por un guión equilibrado, pero más brillante que honda. El resultado fue un excelente y divertidísimo filme comercial, que en ocasiones traspasa la barrera del derroche de ingenio y vuela disparada hacia arriba gracias no tanto a Almodóvar como a la actriz Carmen Maura, que merece por su trabajo allí otra gota del cuentagotagotas de lo genial.

¡Átame!

Dirección y guión: Pedro Almodóvar. Fotografía: J. L. Alcaine. Música: Ennio Morricone. España, 1989. Intérpretes: Victoria Abril, Antonio Banderas, Loles León, Julieta Serrano, María Barranco, Rossy de Palma y Francisco Rabal. Estreno en Madrid: Fuencarral y Madrid.

Nuevo desafío

El éxito mundial de Mujeres puso nuevamente a Almodóvar frente a un desafío. Pero la arrolladora maquinaria imaginativa del cineasta se puso otra vez en marcha. Eludió las facilidades del cine simplemente ingenioso y, con enorme coraje, volvió a agarrar al toro por los cuernos: se dispuso a volver a las honduras del riesgo. El resultado se titula ¡Átame! y ha despertado gran expectación.iÁtame! tiene, en efecto, ambiciones narrativas, dramáticas y poéticas similares a las de La ley del deseo. Curiosamente padece incluso de sus mismas dolencias: atropellos en la composición de la historia y combinación de zonas de alta calidad con otras de calidad muy inferior, lo que le convierte también en un filme arrítmico y desequilibrado. La diferencia consiste en que, si las alturas de La ley del deseo eran la de un pequeño Himalaya visual, las de ¡Átame! no sobrepasan las de un pequeño Gredos. Es ciertamente mucho, pero también mucho menos de lo que este cineasta lleva dentro.

Como de costumbre, Almodóvar entrelaza en ¡Átame! dos hilos conductores del relato. Uno de estos hilos, predominante, cuenta una hermosa y originalísima historia de amor. El otro, en contrapunto, cuenta una historia de desamor, de impotencia. Dos lados de una moneda que nunca llegan a ser tal moneda, pues el engarce recíproco entre esos sus dos lados es endeble, lo que crea en el relato un desdoblamiento que hace del filme una especie de mayonesa cortada: no hay plena interrelación entre sus dos componentes esenciales. Hay sólo interrelación mecánica, más obra de cálculo que de genuino aliento fabulador.

Allí donde discurre el amor entre Victoria Abril y Antonio Banderas -pese al esquematismo de los personajes y la artificiosidad de algunos diálogos, que los intérpretes remontan con mucho talento y fuerza de convicción- todo funciona. Hay entre ellos escenas memorables e inventos visuales magníficos: cuando ambos fingen dormir, el cambio de casa, la paliza callejera, la llamada a la madre, entre otras.

Pero el mundo que les envuelve, y del que es eje Francisco Rabal que carga con un personaje embolado, está construído con materiales de muy inferior fuste, pues se trata de un rosario de escenas planas, rutinarias e incluso a veces pura y simplemente malas. La nada campea allí, jalonada por algún chiste visual y, sobre todo, por una serie de dilaciones cuya única virtud es que el espectador aflore la otra historia, situada muy por encima de ésta, y agradezca cuando se produce la vuelta a la pantalla de Victoria Abril y Antonio Banderas. Si estas escenas son involuntariamente malas, mal asunto: error. Pero si son así aposta, peor asunto: marrullería, trampa.

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