Tribuna:PREPARATIVOS DE UNA EXPOSICIÓN

Velazquez en la mazmorra

La inauguración, el próximo martes, de la gran exposición dedicada a Velázquez crea en el Museo del Prado un ambiente de orfandad al ser retirados de su lugar habitual los lienzos del maestro sevillano. Son los ajetreos previos a la preparación de un gran acontecimiento, a los que se une la llegada de obras procedentes de museos norteamericanos y europeos. Este es el caso de La Venus del espejo, de la National Gallery de Londres; el retrato de Juan de Pareja, del Metropolitan de Nueva York, o Vieja friendo huevos, de la National Gallery de Edimburgo. Un espectáculo previo a una muestra que reu...

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La inauguración, el próximo martes, de la gran exposición dedicada a Velázquez crea en el Museo del Prado un ambiente de orfandad al ser retirados de su lugar habitual los lienzos del maestro sevillano. Son los ajetreos previos a la preparación de un gran acontecimiento, a los que se une la llegada de obras procedentes de museos norteamericanos y europeos. Este es el caso de La Venus del espejo, de la National Gallery de Londres; el retrato de Juan de Pareja, del Metropolitan de Nueva York, o Vieja friendo huevos, de la National Gallery de Edimburgo. Un espectáculo previo a una muestra que reunirá 79 lienzos, entre los que estarán las obras maestras del pintor.

IGNACIO CARRIÓN Algunos sienten la extraña desorientación de la mudanza. La angustia de sogas y poleas. El vacío inquietante de la casa desnuda. Polvo en el suelo. El amo no está. Ha muerto de noche en la gran sala y lo hicieron desaparecer sin dejar rastro.

Será así hasta el 23 de enero. Orfandad en el Prado. Velázquez oculto en la mazmorra. Nervios y agitación en su vivienda. Y, de pronto, el regreso. Se abrirá el sepulcro en la oscuridad y ascenderá el divino maestro con todo el milagro de su obra para iluminar las paredes. Y no puede uno dejar de preguntarse ¿qué pensarán en el limbo de esa inmensa fosa climatizada, la fosa común de 3.000 lienzos nunca expuestos, su Cristo, las hilanderas, infantes, enanos y bufones, el rey Felipe IV y los lanceros de la célebre rendición?

A otros, por el contrario, no parece inquietarles nada. Todo sigue igual. No hubo cambios en su rutina diaria. Es el caso, por ejemplo, de Gabriel Martínez Almeida, de 36 años, uno de los 70 copistas del museo. Planta su caballete delante del Tránsito de la Virgen de Mantegna a las diez de la mañana y lo retira a las siete de la tarde. Paga una cuota fija anual de 200 pesetas por el permiso. Y otras 100 por cada cuadro que pinta. Aunque lo que pinta difícilmente lo vende. Le cambió Las hilanderas a un colombiano por un paisaje al colega. Lo demás suele guardarlo en casa porque no tiene demasiadas ofertas. Tampoco tiene excesivas necesidades. "El arte te da lo justo para vivir. Hice la carrera de leyes. Ejercí un poco la abogacía. Pero yo sabía que lo mío es pintar. Pinto mis paisajes. Es otra cosa. Copiando aprendes mucho. Todos los grandes pintores lo han hecho. Incluso Velázquez. Pero es muy difícil copiar las transparencias de Velázquez", dice Martínez Almeida, quien como los restantes copistas tiene vedados dos cuadros: Las meninas y La maja desnuda, porque, argumenta el museo, los copistas molestarían al público, siempre muy numeroso en esas salas. Cada año suelen copiarse una veintena de cuadros de Velázquez. La fragua de Vulcano es el más solicitado.

Guías y horarios

Los japoneses son madrugadores. Algunos grupos vuelan del aeropuerto al museo sin pasar por el hotel. Sus caras de asombro y sueño podrían añadirse a la serie negra de la Quinta del Sordo. Pero Goya no les dice gran cosa. Y Velázquez, regular. La procesión nipona, enganchada al banderín de su guía, se dirige ceremoniosamente al Greco. Lo eléctrico del color cautiva las retinas de Osaka. Se oye la orden del guía: "¡Aquí, 10 minutos; luego iremos a Toledo, donde hay montones de Grecos! ¡Diez minutos y otros cinco para La maja desnuda! ¡Adelante!". Y, según los mires, no sabes -ni esto importa mucho- si van o vuelven.

Un suramericano increpa al vigilante de seguridad en la sala-relicario 8b, donde, para no defraudar a los visitantes, se dejaron expuestos siete lienzos de Velázquez, entre ellos Las meninas: "¡Carajo! ¡Para tan poco no merecía venir de tan lejos!". El vigilante intenta explicar del mejor modo que en muy pocos días el museo será un derroche de obras del genio español.

¿Acaso podría volver la semana próxima el caballero? No vale. El tipo se siente estafado y se aleja precisamente de Los borrachos haciendo eses y mirando con odio al Bufón Pablo de Valladolid quien supo librarse del sótano gracias a que El Prado se comprometió a tenerlo siempre expuesto desde la donación, en 1986.

Alfonso Pérez Sánchez, director del museo y especialista en Velázquez, huye del rayo de sol que entra por la claraboya de su despacho, pero no así de la preocupación por los riesgos que este trasiego de cuadros, convertido hoy en tiránica moda mundial, supone para las obras de arte. "En principio soy enemigo de las exposiciones, por los riesgos que acarrean, pero comprendo que se han convertido en una necesidad. A todos los museos del mundo se les exige un show, algo nuevo, un espectáculo distinto. Cuando cedes cuadros te critican y preguntan por qué lo haces. Y cuando recibes cuadros a cambio de aquella cesión temporal nunca expresan satisfacción quienes te criticaron antes", dice Pérez Sánchez!

El director también insiste en que esos riesgos no se pueden ignorar, aunque tampoco hay que exagerarlos. "Sin embargo, los cambios de temperatura, la humedad, las vibraciones y los movimientos a los que se someten las obras que viajan para ser expuestas en otros lugares son nocivos". Cuando un cuadro llega a destino debe permanecer en su embalaje especial un par de días, a fin de que el lienzo se aclimate gradualmente.

Estrellas

Para El Prado esta exposición será la más importante a lo largo de su historia. La que se celebró con obra de Velázquez en 1960 no estuvo organizada por el museo, sino por el Ministerio de Educación. Tuvo lugar en el Casón del Buen Retiro. Ahora la estrella va a ser, a juicio del mismo director, la Venus del espejo, aunque también atraerá extraordinariamente la atención el retrato de Juan de Pareja, que no estuvo nunca en España y por el que el Museo Metropolitano de Nueva York pagó 450 millones de pesetas, el precio más elevado del mundo puesto a un cuadro en su día. Un Goya, recuerda Pérez Sánchez, podía adquirirse en los años sesenta por un millón de pesetas. El célebre retrato de Pareja se colgará, para provocar el impacto de la confrontación, junto al autorretrato del que es propiedad el Museo de Valencia.

Una tercera parte de la plantilla del Prado la forman los vigilantes de seguridad. Trabajan en turnos de mañana y tarde, lo cual permite a casi todos disponer de tiempo para completar sus ingresos, no excesivos, con una segunda actividad. Unos son taxistas; otros, camareros o ebanistas. Incluso hubo uno vendedor de helados. La brigada para el transporte, que estos días trabaja al límite, la integran 12 personas. Desplazan pinturas de valor incalculable como si fueran algo propio y con la confianza del camillero que, a decir de uno, "empuja al enfermo multimillonario sin impresionarse más de la cuenta". Por otra parte, aquí no hay pobres ni santos óleos.

María del Pilar Pérez de las Barreras, de 36 años, licenciada en Historia del Arte, es vigilante de seguridad desde 1987, con contratos temporales que renueva cada seis meses. Le gusta su oficio. Trabaja cinco horas. Pero son intensas. No puede distraer-

Velazquez en la mazmorra

se un solo momento. A falta de empleo en la enseñanza, algo que deseaba e intentó sin resultado se conforma ahora protegiendo obras de arte que estudió y admira. Esta ocupación, dice, siempre le pareció más interesante y en cierto modo más creativa que la de oficinista. Cuando un visitan te se acerca a preguntarle no sólo cómo llegar a una sala de Rubens, sino qué opina del cuadro que ambos ven allí, la vigilante se desvive por complacerle. "Le doy mi impresión, le cuento lo que aprendí del pintor, de su estilo de la obra", dice, "aunque por desgracia eso pasa pocas veces, pues mi labor consiste en impedir que el público se acerque demasiado al lienzo, que lo señalen con un bolígrafo o cosas así".Lustre

Desde el verano pasado, el museo, siguiendo la costumbre de otros, autoriza a los visitantes a hacer fotografías de los cuadros siempre que no utilicen flash. Pero la norma se incumple con frecuencia y el vigilante se ve obligado a intervenir. "Unos piden disculpas, guardan la cámara y ya no lo hacen otra vez, pero otros repiten, y entonces resulta desagradable", comenta la misma vigilante, quien ahora espera que con un poco de suerte la destinen a las salas de Velázquez, pese a que la Condesa de Chinchón, de Goya, seguirá siendo su obra predilecta.

Sacando lustre imaginario a los bigotes de bronce de Velázquez, está en la plaza -también ,pomo una estatua en paro- Fabián Moreno Salazar, de oficio el que le dejan, hoy limpiabotas. Tiene 31 años y la cara risueña. Es de Badajoz. Aguarda la apertura de la exposición sobre su caja de cepillos y cremas. "Por favor, que vengan muchos japoneses con botas y que se formen colas muy largas, y que no vengan los guardias a tirarme porque no tengo licencia, y que me dejen en lo mío, que por 250 pesetas les limpio hasta las uñas y les canto gratis lo de Olvídalo, olvídalo, déjala de quererla tanto".

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