Tribuna:INVASIÓN EN EL PAÍS DEL CANAL

Carta al pueblo hermano de Pananá

Iniciamos una nueva década, la última de nuestro milenio. En los 10 años finales de esta centuria que ha conocido las guerras más crueles, la humanidad tiene la oportunidad de cambiar una historia de violencia y opresión por una de paz y libertad.El año 1989 será recordado como aquel en que cayeron los tiranos, aquel en que los pueblos ávidos de libertad derribaron los muros y las alambradas; 1990 ha de ser el año que nuestros hijos y nietos recuerden como aquel en que los hombres y mujeres que tumbaron las murallas del odio se estrecharon las manos y comenzaron a construir un mundo en el que ...

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Iniciamos una nueva década, la última de nuestro milenio. En los 10 años finales de esta centuria que ha conocido las guerras más crueles, la humanidad tiene la oportunidad de cambiar una historia de violencia y opresión por una de paz y libertad.El año 1989 será recordado como aquel en que cayeron los tiranos, aquel en que los pueblos ávidos de libertad derribaron los muros y las alambradas; 1990 ha de ser el año que nuestros hijos y nietos recuerden como aquel en que los hombres y mujeres que tumbaron las murallas del odio se estrecharon las manos y comenzaron a construir un mundo en el que reinan la paz, la libertad y la democracia.

El hermano pueblo de Panamá vive momentos difíciles, pero en los que se abren nuevas oportunidades. Todos debemos colaborar para que los panameños superen los retos que afrontan, para que de esta hora de tanta confusión y violencia surjan decisiones históricas que cambien para siempre el destino de ese país.

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Sin embargo, sólo los panameños están llamados a definir su propio futuro. Lo podrán hacer cuando concluya la ocupación norteamericana, lo que debe darse en un plazo perentorio. Como representante de un pueblo que hace ya más de cuatro décadas decidió abolir su Ejército, me tomo la libertad de proponerle a Panamá considerar la opción de vivir sin fuerzas armadas.

El 1 de diciembre de 1948, después de haber triunfado la revolución que hizo respetar la voluntad del pueblo expresada en los comicios, José Figueres abolió el Ejército en mi país. Al año siguiente se consagró en nuestra Constitución política esa decisión, al proscribirse el Ejército como institución permanente. Los costarricenses hemos ido todavía más allá.

Durante mi Gobierno hemos querido reforzar el espíritu civilista de nuestro pueblo. Por eso eliminamos los rangos y los saludos militares de nuestra Guardia Civil. Además, hace dos años, nuestros escolares diseñaron un nuevo uniforme para la policía, con el cual, el verde oliva, símbolo del militarismo, desaparecerá para siempre de Costa Rica.

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Cambiar la mentalidad

Desmilitarizar el país implica tomar una decisión profunda. No es suficiente cambiarle el nombre a las fuerzas armadas. Es necesario que cambie la mentalidad de quienes ayer vistieron el uniforme militar. Se requiere del valor de abolir el Ejército como institución permanente y decirle sí a un futuro en el que las armas no sean necesarias, en el que la fuerza de la razón prevalezca sobre la razón de la fuerza. Quiero reiterarle al pueblo de Panamá lo que tantas veces he dicho como vocero de una nación que ha encontrado en el abandono de las armas la vía del desarrollo: es hora de rendir honores a los hombres que desarman a sus pueblos para que sean libres y trabajen por el desarrollo, y no a los que acumulan armas y se tornan insensibles ante el hambre de sus conciudadanos.

En los 41 años que han pasado desde que se abolió el Ejército, nuestras libertades nunca fueron amenazadas ni conocemos la vergüenza de un destino regido por la fuerza.

En estos 41 años, nunca un costarricense abandonó su tierra para no poder regresar libremente a ella. Nunca nadie, entre nosotros, conoció la cárcel ni la tortura, y mucho menos la muerte, por expresar sus ideas.

En estos 41 años, en que los cuarteles militares se transformaron en escuelas, nuestro símbolo ha sido el maestro que enaltece la inteligencia. Los jóvenes de América Latina tienen derecho a nuevos héroes, a líderes que acallan las armas y practican el diálogo.

Una cita de Eisenhower

Es oportuno hoy recordar las palabras de un hombre que conoció los horrores de la guerra más cruel vivida por la humanidad, de un soldado que llegó a ser presidente de los Estados Unidos de América, el general Eisenhower. Siendo mandatario de su país dijo: "La guerra en nuestro tiempo se ha convertido en un anacronismo. Sea cual fuere el caso en el pasado, la guerra en el futuro no servirá a ningún propósito útil".

"Cada rifle que se hace, cada buque de guerra que se construye, cada cohete que se dispara, significa, en su último sentido, un robo que se hace a aquellos que tienen hambre y no son alimentados, a aquellos que tienen frío y no son arropados".

Esas palabras, dichas en los momentos más tensos de la guerra fría, son hoy más válidas que nunca. Panamá vive una época de pobreza como no la había sufrido antes. No puede dejarse al hambriento sin comida ni al desamparado sin vivienda.

Panamá tiene hoy la oportunidad de cambiar los rifles por libros, los tanques por tractores, los soldados por trabajadores que construyan el país que en el año 2000 unirá con democracia y paz a las dos Américas, la pobre y la rica.

No faltará quien afirme que es necesario un ejército para salvaguardar el canal. Yo pregunto: ¿en un mundo en que los enemigos de ayer se reúnen para derribar muros, en un mundo en que la guerra fría da paso a la cooperación y la solidaridad, no es más invencible la fuerza moral de una nación que construye en paz que las armas, que sólo han servido para burlar la voluntad de los pueblos manifestada en las urnas, como es la triste historia de tantas naciones en la Tierra? De todas maneras, pueden convenirse varios acuerdos prácticos -regionales o internacionales- que garanticen la seguridad del canal. Deseo de todo corazón que Dios ilumine, dé fortaleza y sabiduría al pueblo panameño y a su Gobierno en las decisiones que habrá de tomar en esta hora crucial de su historia y de la historia de libertad y democracia de las Américas.

Cordialmente.

Óscar Arias. Presidente de la República de Costa Rica.

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