El reparto de la tarta europea

El pacto Molotov-Ribbentrop, hace hoy 50 años, dio paso a la II Guerra Mundial

J. M. MARTI FONT, La firma del acuerdo entre Hitler y Stalin -el pacto Ribbentrop-Molotov- cumple hoy 50 años. El pacto de cooperación entre dos regímenes dictatoriales, la Unión Soviética y Alemania, tuvo una importancia decisiva para que Hitler desencadenara una guerra de conquista, cuyo primer objetivo fue Polonia, con la seguridad de que no tendría que enfrentarse a Moscú. Muy al contrario, el acuerdo contenía determinadas cláusulas secretas que no sólo dejaban manos libres al nazismo para ocupar la mayor parte del país eslavo, sino que reconocía a la URSS supuestos derechos sobre Polonia ...

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J. M. MARTI FONT, La firma del acuerdo entre Hitler y Stalin -el pacto Ribbentrop-Molotov- cumple hoy 50 años. El pacto de cooperación entre dos regímenes dictatoriales, la Unión Soviética y Alemania, tuvo una importancia decisiva para que Hitler desencadenara una guerra de conquista, cuyo primer objetivo fue Polonia, con la seguridad de que no tendría que enfrentarse a Moscú. Muy al contrario, el acuerdo contenía determinadas cláusulas secretas que no sólo dejaban manos libres al nazismo para ocupar la mayor parte del país eslavo, sino que reconocía a la URSS supuestos derechos sobre Polonia oriental y los Estados bálticos, Letonia, Estonia y Lituania.

Moscú justificaba el avance de sus fronteras hacia el Oeste aduciendo que la franja oriental polaca había sido conquistada por Varsovia en la guerra ruso-polaca de 1920, y que era parte de Bielorrusia y Ucrania, de siempre integrantes del imperio zarista. De otro lado, la ocupación de los países bálticos se disfrazó con golpes de Estado comunistas que pidieron la incorporación de los mismos a la Unión Soviética en junio de 1940. El fin de la segunda guerra, aunque permitió a Moscú retener sus conquistas de 1939 y 1940, como vencedora de la guerra, fue desastroso para la derrotada Alemania. Sus fronteras se vieron dramáticamente recortadas al este, con la cesión de Silesia a Polonia, e incluso los dos Estados germánicos, consecuencia de la victorias de los aliados, configuraban una Alemania mucho menos extensa que los límites reconocidos por el tratado de Versalles en 1919.

Por importante que pueda ser aquella fecha para los historiadores, su conmemoración en la República Federal de Alemania (RFA) llega en un momento de saturación total sobre un pasado machaconamente revivido por los medios de comunicación. A excepción de los círculos de expertos e historiadores, la sociedad no se identifica con ese pasado. El propio canciller Helmut Kohl se limitará hoy a pronunciar un discurso ante el Bundestag para conmemorar la efemérides. Para la gran mayoría de los ciudadanos de la RFA, las películas que recuerdan la wagneriana escenografía nazi, y la famosa imagen de los soldados alemanes entrando en Polonia, son sólo celuloide rancio.

Pero Kohl no ha podido todavía visitar Polonia y ha aplazado su viaje amparándose en el cambio de Gobierno en Varsovia, debido en gran parte a las presiones de numerosos votantes democristianos, expulsados por la guerra de Silesia y Prusia oriental, que no le toleran que se gaste parte de los impuestos en financiar a quienes se apoderaron de la tierra de sus antepasados, y de la que tuvieron que huir en muchos casos bajo el acoso de la población polaca.

Piedra de toque

Polonia vuelve a ser una piedra de toque para las dos Alemanias surgidas de la II Guerra. Las reformas económicas y políticas no tienen viabilidad sin el apoyo de la RFA, mientras que la RDA, geográficamente identificable con la vieja Prusia, se ve convertida por el nuevo Estado polaco en un emparedado.

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Algunas teorías afirman que la gestación del pacto entre los dos dictadores se inició años antes. De un lado, argumentan como prueba de ello las consignas de Stalin al partido comunista alemán para que desestabilizara a la República de Weimar, y convirtiera a la socialdemocracia en el enemigo a batir. De otro, estos autores apuntan a la tradicional amistad entre las coronas imperiales de San Petersburgo y Berlín, para defender la teoría del contubernio.

El 12 de agosto de 1939, el conde Ciano se entrevistó en Salzburgo con Hitler y su ministro de Exteriores, Joachim von Ribbentrop, quienes le comunicaron que Polonia sería invadida antes de finales de mes. A los argumentos en contra del ministro de Exteriores de Mussolini, Hitler respondió con la convicción de que las potencias occidentales no reaccionarían ante el ataque. Sin embargo, poco después, en la misma entrevista, que el propio Ciano recordó más tarde como "glacial", se produjo una interrupción durante la cual les fue entregado un mensaje a los dos jerarcas alemanes. "Los rusos", dijo Hitler a Ciano, "acaban de aceptar que enviemos a un negociador político".

Los historiadores no acaban de creerse esta afirmación, si bien admiten que la Alemania nazi llevaba ya un tiempo intentando, aunque sin demasiado éxito, entablar negociaciones con su más odiado enemigo. La gestación y firma del acuerdo, habría que calificarlos de relámpago. El 17 de agosto anterior, tras recibir la propuesta de un pacto de no agresión con el Reich, el ministro de Exteriores soviético Viacheslav Molotov, aceptaba la proposición de Berlín de mejorar las relaciones entre ambos países, pero consideraba que la visita de Ribbentrop no era pertinente. Unos días más tarde, no sólo lo era, sino que la reunión marcó el virtual comienzo de la mayor guerra de la historia.

Una firma de 58 centímetros

La rúbrica de Stalin sobre el mapa de Europa, que indica los territorios que se iba a repartir con Hitler, mide 58 centímetros de longitud.Algunos historiadores aseguran ahora que Alemania llevó a cabo una guerra convencional en el frente occidental y otra genocida en el Este.

Hay un detalle que avala esta tesis en el proceso de redacción del famoso protocolo secreto, que consta tan sólo de dos folios, 32 líneas escritas a máquina en la versión alemana. La rusa es aún más corta.

El dictador soviético, tal vez menos preocupado por su imagen internacional, insistió al principio en que debía constar en el documento del Pacto de No Agresión alguna referencia a los protocolos secretos. Fueron los alemanes los que se opusieron a esta idea para guardar la cara frente a las potencias occidentales. Pensaban que podría ser mal visto. Pero en realidad no hay un sólo protocolo adicional, sino tres. Tras la firma del primero, en el que la Unión Soviética no se adjudica Lituania, Stalin se lo piensa mejor y decide ofrecer a Hitler una mayor parte de Polonia a cambio del mayor de los Estados Bálticos. Hitler, naturalmente, acepta.

Es en este segundo protocolo en el que se encuentra un mapa en el que el propio Stalin delimita la zona de influencia y que firma personalmente, con una firma cuya rúbrica, de arriba abajo, tiene una longitud de 58 centímetros.

Un tercer protocolo

Stalin dio el primer paso

Hitler, en su residencia veraniega de Obersalzberg, acogió la posición de Molotov con sentimientos contradictorios. Por un lado, el ministro de Exteriores soviético daba largas y contrariaba sus planes, pero, por otro, recogía un elemento clave. Los soviéticos habían dado el primer paso en un asunto crucial, el de ofrecer una partición del Este de Europa al sugerir que, además del pacto de no agresión y de pedir una línea de crédito en forma dé un tratado comercial, se ofrecía "la conclusión de un protocolo especial que defina los intereses de las partes contratantes sobre ciertas cuestiones de política exterior".Alentado por el conocimiento de que el Kremlin perseguía objetivos concordantes con los suyos, Hitler entró en una especie de frenesí y ordenó a su embajador entrevistarse de nuevo con Molotov y pedirle que intercediera ante Stalin para que recibiera a Ribbentrop.

El ministro de Exteriores soviético insistió de nuevo en que era prematuro fijar una fecha pero, media hora más tarde, llamó a Schulenberg (embajador alemán en Moscú), le entregó un borrador del pacto de no agresión y propuso que Ribbentrop viajara a Moscú el 26 o 27 de agosto. Fue en ese momento crucial cuando Hitler decidió escribir una carta al dictador soviético.

A lo largo del domingo 20 y del lunes 21 de agosto de 1939, el fürer esperó la respuesta, que llega a las 21.30 de este último día: Stalin aceptó recibir a Von Ribbentrop el día 23.

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