Tribuna:FERIA DE SAN ISIDRO

Los escritores ante la fiesta

Desde que la fiesta de toros cuenta con una historia documentada, los escritores partidarios de la misma han cumplido diversos cometidos. Durante el siglo XVII, en pleno apogeo de la corrida caballeresca destinada a conmemorar alguna efeméride monárquica, prevalecieron los escritores glosadores, que en breves relaciones destacaban la brillantez del espectáculo ofrecido al pueblo. El acontecimiento taurino era sólo un pretexto exterior en unas obras destinadas a exaltar, tras lo llamativo de atuendos y ceremonias, el aparato de poder que se manifestaba en la fiesta.En el siglo XVIII, al irrumpi...

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Desde que la fiesta de toros cuenta con una historia documentada, los escritores partidarios de la misma han cumplido diversos cometidos. Durante el siglo XVII, en pleno apogeo de la corrida caballeresca destinada a conmemorar alguna efeméride monárquica, prevalecieron los escritores glosadores, que en breves relaciones destacaban la brillantez del espectáculo ofrecido al pueblo. El acontecimiento taurino era sólo un pretexto exterior en unas obras destinadas a exaltar, tras lo llamativo de atuendos y ceremonias, el aparato de poder que se manifestaba en la fiesta.En el siglo XVIII, al irrumpir con fuerza la polémica sobre la licitud de las corridas de toros -y su consecuente prohibición-, la necesidad de la apología obligó a escribir desde dentro. Convertida por los detractores en el gran síntoma del mal de España, y ante la actitud vacilante del poder político, fueron pocos los defensores de la tauromaquia, pero algunos lograron convertirla en reducto singular y castizo desde el que oponer literaria resistencia a la oleada homogeneizadora y cosmopolita que importaban los ilustrados. Consolidada la fiesta en la época romántica, desde mediados del siglo XIX se asiste a la aparición de un tipo de escritor que se profesionaliza, al transformar la tauromaquia en finalidad básica de sus páginas. La polémica desciende, el poder político apoya abiertamente al espectáculo taurino, y ante la nueva situación una serie de escritores tenderá a fundamentar un saber taurómaco, con el establecimiento de un corpus de conocimientos que describa y relacione todos los factores de la fiesta. Otros adoptarán la perspectiva del crítico -imponiendo unos valores y unos criterios-, que les permitirá enjuiciar y establecer unajerarquía en el comportamiento de diestros y ganaderías. Se instauró así la figura del revistero, destinado a alimentar todas esas reseñas que contribuyeron a ilustrar aquellos años dorados de la última parte del siglo XIX.

A comienzos del siglo XX, al calor de nuevas actitudes regeneracionistas, resurgen las polémicas, pero incluso desde el terreno de los detractores se recurre a la fiesta como un medio válido para comprender, interpretar, valorar mejor -aunque sea en lo negativo- la historia de España. Se le concedió así a la tauromaquia un papel metafórico, simbólico, que le permitía salir por primera vez del reducto castizo -en el que los nuevos ilustrados la tenían intelectualmente desterrada- de la mano y pluma de los grandes nombres del momento.

Exigencias sociales

Cada uno de estos cometidos debió responder a unas exigencias sociales captadas por el escritor, a la demanda de los públicos adictos, a necesidades de manifestar el apoyo a un poder establecido o a un tipo de comportamiento, o a un gusto personal. De todo ello podrían deducirse unos rasgos que delatarían los distintos estatutos, las diversas funciones desempeñadas por el escritor frente a la fiesta. Y siguiendo esa clase de interrogante cabría plantearse cuál debería ser la tarea, cuáles podrían ser los cometidos, qué cabe esperar del escritor partidario de la fiesta en estos últimos años del siglo XX.

¿Debe tomar como modelo al glosador del siglo XVII, y especializarse en relatar los aspectos brillantes y vistosos de la fiesta, por temor a que la exhibición de las muchas vetas negras de la fiesta sirva al enemigo exterior? ¿Debe, como los apologistas de antaño, esgrimir argumentos siempre polémicos, defensivos, como si la fiesta estuviese continuamente expuesta a perecer? ¿Debe acumular datos y más datos que muestren que la fiesta ha tenido una significativa proyección en la novela, la poesía, la pintura, como si de ese préstamo hubiese de surgir su valor y su justificación? ¿Debe recurrir al psicoanálisis, a la antropología, a la semiótica, para probar que la tauromaquia es apta y puede ser interpretada con los recursos más modernos? ¿Debe apuntar en sus diatribas a un fantasmagórico enemigo exterior, como ocurría con los ilustrados europeizantes del siglo XVIII, o debe dirigir su crítica hacia un evidente enemigo interior que se manifiesta palpablemente en la manipulación de astas, en la perversión publicitaria del gusto del público para acomodarlo a sus intereses? Éstos son unos entre los posibles interrogantes que aguardan al escritor partidario. Una tarea expuesta, pero seductora, como la fiesta misma.

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