Tribuna:FERIA DE SAN ISIDRO

El final y el comienzo en varios momentos

El primer momento de una corrida de toros es el momento de la promesa: la entrada. O, mejor dicho, las entradas, porque son tres: dos felices y una sacrificada.La entrada del sacrificio es la nuestra, la del público, la prueba a la que nos hemos de someter como precio a la iniciación. Un recorrido difícil, tumultuoso, vocinglero, a la búsqueda de números escondidos, pisando pies, pidiendo perdones y apoyando el equilibrio contra espaldas indiferentes a tus fatigas. Al fin encuentras tu sitio apretado, te sientas recogido en piernas y enciendes el cigarro del alivio.

Suena la música que ...

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El primer momento de una corrida de toros es el momento de la promesa: la entrada. O, mejor dicho, las entradas, porque son tres: dos felices y una sacrificada.La entrada del sacrificio es la nuestra, la del público, la prueba a la que nos hemos de someter como precio a la iniciación. Un recorrido difícil, tumultuoso, vocinglero, a la búsqueda de números escondidos, pisando pies, pidiendo perdones y apoyando el equilibrio contra espaldas indiferentes a tus fatigas. Al fin encuentras tu sitio apretado, te sientas recogido en piernas y enciendes el cigarro del alivio.

Suena la música que acompaña la primera entrada gozosa: la de los toreros. Aparecen en escena con paso tranquilo, el capote reliado al cuerpo, la mano sujetando los pliegues contra la barriga, no en un gesto flamenco, sino de arropo, de pragmatismo estético, para que no se vuele, con el mismo propósito con que aerodinamizan la forma de los coches: para desenredar el aire de la marcha. Bizcos los pies, pensándose el pisar de punta, con el silencioso pasar del bailarín. La media lleva el rosa fuerte de piel escaldada al volar la barrera, por correr a la vida. Y encima de las medias va el traje de aquíestoyyo, iluminado, héroe de los dioses dispuesto a vencer al minotauro. La montera no tiene explicación, si no es en el pelo negro íbero, crespo, ensortijado, batiendo a la carrera en los costados.

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Van delante los alguaciles vistiendo un contraste fuerte, notarios del milagro, detrás de los toreros de oro, después los hombres de plata, y por último los petos con un jamelgo dentro y un implacable encima. Y cruzan elegantes, solemnes, serenos, ofreciendo la estética y la esperanza, el sueño de la lucha y del triunfo.

Limpio de nuevo el ruedo, suena la llamada y entra el toro sin compostura, con pretensiones de verdugo, con la audacia del poder de los músculos y batiendo el arma en la frente. Es el momento del amor al bruto, bonito, déjalo correr. Y por eso es el momento más corto, para devolver el peligro y la atención al torero. El toro lo intenta seis veces, para doblar el tres mágico, el número de toreros, quienes repiten la suerte afianzándola, dejando bien claro que pase lo que pase, vencen. En el peor de los casos, si muere, llega a la gloria por el camino recto.

Sale ya muerto

La salida es siempre el último momento de estar dentro, menos para el toro, que sale ya muerto. Entra el último y, como premio enigmático, sale el primero, arrastrado por mulas trotadas a trallazos para evitar compasiones latosas, barriendo el suelo con un diseño curvo, más amplio o más corto, según haya ilustrado la ceguera de su arrojo y según lo estrecha que haya sido su comunión con el diestro. Fuera queda la batalla y la derrota. Dentro la victoria del torero.

Comienza a salir el público de la plaza, se llevan el último toro del ruedo y los toreros se componen para cruzar de nuevo el paseíllo en formación, esta vez de despedida, sin montera. Si eres bajito, para ti ya hace un rato que se despidieron, a no ser que salgan a hombros, lo que en Las Ventas resulta casi imposible. Pero si tienes la suerte de ser alto, por encima de la gente con afán de adelantarse a la bulla, puedes verlos salir con menos garbo del que trajeron, demostrando el cansancio y el esfuerzo. Pasado el susto se aflanan los nervios y se desinfla el pecho. Si triunfaron, espera bastante público atento para aplaudirles y ellos se empeñan en estirarse satisfechos. Pero da pena cuando salen en silencio, con media plaza vacía y la otra media en movimiento.

Por último sale el público que queda, el considerado, despacito y sin prisa, porque sale sin esperanza de taxi que le socorra, sin ánimo de metro abarrotado, calculando la distancia y buscando las calles que le atajen hasta el coche aparcado, con mucha suerte y con tiempo, en Arapiles. San Isidro les conceda aliento y piernas para que mañana resistan a la tentación de salir los primeros.

Begoña Medina es escritora.

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