Tribuna:

El socialismo y la religión

El estereotipo sigue en vigor: el partidario del socialismo debe ser ateo. Y sigue en vigor aunque lo niegan los hechos. En casos concretos propicia su persistencia la propaganda de las fuerzas conservadoras: "No confíes en los rojos, que son anticristianos". No obstante, esa propaganda no tiene la culpa de todo. El estereotipo tiene raíces mucho más profundas, y por eso se resiste a la evidencia de los hechos: la renuncia de la mayoría de los partidos socialistas al marxismo y, por consiguiente, a la base filosófica del ateísmo preconizado por los marxistas; la amplia apertura de los partidos...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

El estereotipo sigue en vigor: el partidario del socialismo debe ser ateo. Y sigue en vigor aunque lo niegan los hechos. En casos concretos propicia su persistencia la propaganda de las fuerzas conservadoras: "No confíes en los rojos, que son anticristianos". No obstante, esa propaganda no tiene la culpa de todo. El estereotipo tiene raíces mucho más profundas, y por eso se resiste a la evidencia de los hechos: la renuncia de la mayoría de los partidos socialistas al marxismo y, por consiguiente, a la base filosófica del ateísmo preconizado por los marxistas; la amplia apertura de los partidos comunistas a los creyentes (en el sentido religioso); la asimilación del marxismo por movimientos sociales religiosos combativos y de masas (encabezados por la teología de la liberación); la ruptura cada vez más amplia y profunda de los marxistas con la tesis del Siglo de las Luces, hoy errónea -que Marx sacó de los jóvenes hegelianos-, de que la religión era el opio para el pueblo.El estereotipo sigue ahí, aunque hay muchas pruebas de que el socialismo real también ha tendido la mano a los creyentes. En el caso de la Unión Soviética, ese gesto -al ser el primero de la historia- es espectacular. Pero también es inusual en el caso de Polonia (las repetidas visitas del Papa y la participación multitudinaria de los fieles en las ceremonias religiosas), donde la vida religiosa se desarrolla desde hace tiempo de manera exuberante -en cantidad y calidad-, incomprensible para Occidente. Esa nueva actitud del Estado socialista hacia los creyentes (fuera del partido y en su seno mismo) y la Iglesia tiene que ser difícil de entender para los observadores de la vida en los países del socialismo real que no viven en ellos, y por eso debe ser analizada por los comentaristas que en ellos están afincados.

No pienso analizar la postura del marxismo hacia la religión, y me limitaré únicamente a señalar el prejuicio heredado del arsenal ideológico del marxismo, porque es anacrónico. Ahora bien, eso no quita que si se desea ser marxista -es decir, si se acepta la filosofía del marxismo- haya que ser por lo menos agnóstico; el marxismo y el espiritualismo son incompatibles. Muy difícil es la situación de los partidos comunistas que exigen de sus militantes la aceptación del marxismo y que no quieren renunciar a la vez (y con razón) a sus partidarios creyentes, en más de un caso muy combativos. En definitiva, surge una situación esquizofrénica.

A mí me interesa el aspecto político de la cuestión; la actitud hacia la religión en tanto que institución, es decir, hacia la Iglesia (a escala europea se trata de las iglesias cristianas). Al hablar de la actitud del marxismo hacia la religión hay que tener en cuenta que a veces se emplea ese giro para hablar de la posición de los marxistas ante la fe, y en otros casos, sobre la actitud mantenida ante la Iglesia. Dos cuestiones entrelazadas, pero no idénticas, que no deben ser confundidas, y menos aún en un análisis politológico. Aunque a primera vista el asunto parece muy sencillo, genera muchas confusiones, que deben ser aclaradas para entender mejor el mundo.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

En los últimos tiempos han tenido lugar acontecimientos que han sorprendido a los observadores occidentales: la celebración en la Unión Soviética del milenario del Bautismo de la Rusia de Kiev (con la participación de invitados llegados del mundo entero, empezando por el Vaticano); la primera misa de Navidad retransmitida por la televisión soviética desde un templo de Moscú; el gran espectáculo de las repetidas peregrinaciones del Papa a Polonia, con la participación de millones de fieles, y la retransmisión por la radio y la televisión de muchísimas ceremonias religiosas.

He escogido intencionadamente esos dos países porque la situación que reina en ellos es diametralmente opuesta en la esfera de la religión, y también porque esos acontecimientos son los que mejor puede valorar un observador occidental.

¿Qué hay en común en estos fenómenos? Su carácter político. Se busca una nueva unidad con las masas en una situación sumamente difícil para los Gobiernos, precisamente porque carecen del apoyo de éstas para las medidas que adoptan y piensan poner en práctica. Recordemos que en los tiempos de la guerra contra la Alemania hitleriana, Stalin reavivó -en momentos muy difíciles para la URSS- el tradicional pensamiento zarista militar y nacionalista vinculado a la ideología de una gran Rusia. Recordemos que consiguió magníficos resultados psicológicos y militares.

¿Todo esto significa que el cambio de las relaciones con la Iglesia no es más que un show sin mayor importancia para la realización de los derechos ciudadanos (las libertades religiosas)? No, esa opinión sería falsa, aunque las cosas tampoco andan tan bien como parece a primera vista.

Polonia y la URSS son países con historia y tipos de ciudadanos diferentes, y distintas son también sus principales iglesias cristianas. Las diferencias tienen sus raíces en la división que se produjo entre Bizancio y Roma, y la acentuación en este caso de la comunidad cristiana sólo induciría a un error al observador poco compenetrado con el tema.

La Iglesia ortodoxa rusa es obediente al poder (la culpa es de la historia). El poder puede pactar tranquilamente con esa Iglesia. La Iglesia católica romana (en su versión polaca) es rebelde frente al poder. Si el poder pacta con esa Iglesia es porque los hechos le obligan a ello. En este campo, Jaruzelski tiene que envidiar mucho a Gorbachov.

Como la Iglesia marxista no cree en los milagros, lo único que podemos hacer en un país católico como Polonia es elevar nuestros ruegos a Judas Tadeo, santo que se especializa en las cosas imposibles, y pedirle que suscite en la Iglesia un auténtico sentimiento de responsabilidad por los asuntos del Estado en peligro. Debería hacerlo, por lo menos, para reforzar el instinto de autoconservación de la Iglesia. Esto es tanto más importante por cuanto la Iglesia se ha sentado en Varsovia ante la mesa redonda que debatió el futuro de Polonia. Es verdad que la Iglesia no participó en los trabajos de manera directa, como institución, pero a través de sus fieles, representados en varios de los grupos que dialogan, está siempre presente. Además -y esto es lo importante- ejerce una influencia palpable sobre el desarrollo de los acontecimientos que se gestan en las conversaciones no oficiales. Y esto es algo novedoso incluso en Polonia. Se trata de una prueba más de que es cierta la afirmación de que la- relación socialismo-religión ha adquirido un dinamismo totalmente nuevo.

Archivado En