Crítica:MÚSICA CLÁSICA

Achúcarro, un maestro del piano

En la sala de cámara del Auditorio Nacional, repleta de público, dio un excelente recital el pianista Joaquín Achúcarro. El público madrileño, desde hace tiempo, ha hecho suyo al artista bilbaíno para situarlo en la lista histórica de sus mejores preferencias como lo estuvieron ayer Risler y Rubinstein y hoy Barenboim, Larrocha y Achúcarro.Dicen en Italia que "el buen día se ve desde el alba"; también en música el gran artista se adivina desde el programa. Los de Achúcarro son siempre preciosos, inteligentes, variados y lógicos. En este caso, la primera parte estaba dedicada a Brahms incluyend...

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En la sala de cámara del Auditorio Nacional, repleta de público, dio un excelente recital el pianista Joaquín Achúcarro. El público madrileño, desde hace tiempo, ha hecho suyo al artista bilbaíno para situarlo en la lista histórica de sus mejores preferencias como lo estuvieron ayer Risler y Rubinstein y hoy Barenboim, Larrocha y Achúcarro.Dicen en Italia que "el buen día se ve desde el alba"; también en música el gran artista se adivina desde el programa. Los de Achúcarro son siempre preciosos, inteligentes, variados y lógicos. En este caso, la primera parte estaba dedicada a Brahms incluyendo sus obras primera y última para piano; la segunda situaba al polaco Szymanowski junto a Granados y Albéniz, los tres unidos por un hilo casi invisible de contemporaneidad, sentimiento nacional y poética colorista

CiClo de Cámara y Polifonía

Joaquín Achúcarro, pianista. Obras de Brahms, Szymanowski, Granados y Albéniz. Auditorio Nacional, 9 de febrero.

El Brahms de Achúcarro fue verdaderamente hermoso. No cabe mayor depuración del romanticismo de un autor que en el piano como en la orquesta, parece partir de su íntimo amigo Schumann, a cuya hija Julia dedicó las Variaciones opus 9 sobre un tema de su padre, el célebre y legendario Gaister. Desde la meridiana claridad de esta obra hasta la nitidez y densidad con que Achúcarro expuso las cuatro piezas opus 119 (tres intermedios y rapsodia en mi bemol), toda la actuación nos trajo los más variados, registros bramhsianos: dramáticos, unos; tocados por esa triste melancolía que no se parece a la de ningún otro compositor, otros. Hizo el intérprete sonido propio e idóneo para cada obra, como pudimos comprobar en los filoescriavinianos preludios de Szymanowski (una de las banderas, con Albéniz, del joven Rubinstein) o en la dificil y perfectamente lograda narración de El amor y la muerte, quizá la página pianística más interesante entre todas las de Granados.

Para terminar, el primer cuaderno de Iberia, totalmente vencido por Joaquín Achúcarro en la intención y en todos los aspectos de la técnica. Rara vez puede escucharse un albéniz así, sin exceso ni merma de la verdad española que contienen Evocación, El Puerto y El Corpus Christi en Sevilla y que va mucho más lejos de cualquier intención pintoresca o simplemente evocativa. El pianista, que había comenzado el recital descendiendo hasta las últimas simas bramhsianas, lo terminó no como un costumbrista, sino a lo goyesco, a través de esas páginas maestras de Granados y Albéniz.

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