Tribuna:

La muerte de la socialdemocracia

Las últimas declaraciones de algunos responsables políticos y el desarrollo del Comité Federal del PSOE explicitan algo que se barruntaba desde hace al menos un año: los socialistas españoles están intentando alumbrar un nuevo modelo de socialdemocracia, diferente del clásico, del que se ha aplicado hasta ahora. Se trataría de un proyecto en el que los sindicatos ocupan un lugar subsidiario (las palabras más rotundas las ha tenido Carlos Solchaga cuando ha declarado que "un sindicato que se corporativiza debe tener, para el Gobierno, la misma consideración que el colegio de abogados"). Es deci...

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Las últimas declaraciones de algunos responsables políticos y el desarrollo del Comité Federal del PSOE explicitan algo que se barruntaba desde hace al menos un año: los socialistas españoles están intentando alumbrar un nuevo modelo de socialdemocracia, diferente del clásico, del que se ha aplicado hasta ahora. Se trataría de un proyecto en el que los sindicatos ocupan un lugar subsidiario (las palabras más rotundas las ha tenido Carlos Solchaga cuando ha declarado que "un sindicato que se corporativiza debe tener, para el Gobierno, la misma consideración que el colegio de abogados"). Es decir, se rompería el tradiciónal paralelismo en el que sindicato y partido caminaban al unísono en busca de una sociedad más justa y solidaria.Tras la huelga del 14 de diciembre pasado, los socialistas españoles se han unido dramáticamente a los problemas que enfrentan a sus homólogos europeos, con las correspondientes centrales sindicales. Los alemanes de Oskar Lafontaine, los franceses de Míchel Rocard o los laboristas de Kinnock llevan tiempo abordando las mismas dificultades y buscando, con escaso éxito, ese mismo modelo inédito de socialdemocracia sin sindicatos que todavía no se puede identificar.

Ahora bien, la ruptura entre PSOE y UGT, de producirse, plante a la cuestión de qué queda del modelo socialdemócrata que accedió al Gobierno en España, en estado electoralmente puro, hace ahora seis años. La esencia de la socialdemocracia clásica -tal como está concebida, por ejemplo, en el documento ideológico del Programa 2000- se define en tres puntos básicos: el desarrollo del Estado del bienestar, la economía mixta y la contratación colectiva y sus consecuencias, entre ellas, la concertación socia . Las nacionalizaciones más bien fueron un experimento nacido en el Reino Unido y no aplicado de modo general en Suecia, ejemplo superior de socialdemocracia.

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Repasemos uno a uno los puntos. El weffare State no es precisamente uno de los caracteres dominantes en la sociedad española; es más, mientras la mayor parte de los países europeos está de vuelta en la aplicación de este concepto (es decir, aligerando sus excesos), España todavía no ha ido, lo que es más palpable en estos momentos, cuando se empieza a salir de los peores momentos de la crisis económica y son más manifiestas las desigualdades sociales. De forma que nuestro país es un ejemplo de la economía dual, de la sociedad de los tres tercios, en la que uno de ellos, los más desfavorecidos, los marginados, crece y sale a la luz, en contraste con la opulencia de los especuladores y de ese capitalismo maduro reciente del capitalismo popular, las megaopa, los junk bonds o el leverage buy out. El keynesianismo, que formó parte del Estado del bienestar, fue una respuesta a una crisis de subconsumo de distinta naturaleza que la existente en nuestros días.

La economía mixta está, por lo mismo, en retroceso. A España ha llegado la ola de reprivatizaciones que, se quiera o no, forma parte de la ideología básica de la revolución conservadora que han puesto en práctica el reaganismo y sobre todo la señora Thatcher. Quedaba, pues, la tercera esencia del modelo socialdemócrata de regulación capitalista: el pacto social como método de avance hacia una sociedad en la que los conflictos de clase se amortiguan en beneficio de todos, en que la inevitable lucha de clases se produzca en sus perfiles más bajos y no llegue nunca a una guerra de clases.

En España, el pacto social formó parte desde el primer momento de la transición política de un régimen dictatorial a la democracia, y es, seguramente, su secreto más contante .La concertación social , tal como juedó definida desde los Pactos de la Moncloa de 1977, estaba muerta desde hace un año, cuando las centrales sindicales impusieron un método de trabajo de mesas separadas y evitaron la asunción de un consenso global. Pero siempre queda la duda de si esta metodología fue tan sólo una actitud coyuntural y se volvería a las sendas de los AMI, ANE, Al o AES. Lo que está sucediendo estos días es, sin embargo, el acta de defunción de la concertación y, por tanto, de la última seña de identidad que resistía de la socialdemocracia clásica.

Las consecuencias de todo esto todavía no son visibles, pero, atendiendo a la experiencia histórica, no se puede ser optimista desde el punto de vista de la izquierda. En otros países con Gobiernos socialistas llegó la confrontación con sus sindicatos y, tras ella, el mandato irresistible de los conservadores. El paradigma por excelencia es el del Reino Unido y la se lora Thatcher. El siguiente paso es la aniquilación sindical, con unas centrales consideradas como un factor más de la rapidez del mercado, como entes retardatorios a extinguir o como elementos intermedios de la sociedad a los que hay que dar el mismo tratamiento ,que al Colegio de Abogados".

La sociedad española ha votado dos veces mayoritariamente a favor de ese modelo que está a punto de ser abandonado. Por ello es grande la gravedad de lo que está sucediendo y por ello hay que exigir a cada cual su parte de responsabilidad en el fracaso. Nadie ha contestado ni se ha dado tal por aludido al llamamiento editorial de este periódico exigiendo que se hagan públicas las grabaciones de la última reunión entre el Gobierno y los sindicatos, que terminó en una tensión extrema. Así, al doble lenguaje habitual en este tipo de negociación se ha añadido el pábulo y el rumor de lo que allí se dijo.

Es imprescindible conocer si efectivamente algún sindicalista pidió en la Moncloa la cabeza del presidente Felipe González y la caída del Gobierno -en cuyo caso habrían entrado en flagrante contradicción con lo que las centrales mismas dijeron antes de la huele a del 14-D, y se trataría de una mera cuestión de poder-, o, por el contrario, si ello no fue así, por qué miembros del partido socialista o del Gobierno mienten y desean enfrentar a las cúpulas sindicales con el resto de los ciudadanos que les acompañaron en la huelga de 24 horas que paralizó el país.

Los errores, en política -y el sindicalismo es otra forma de hacerla-, se pagan. Ni se puede hacer del 14-13 una ley ni se puede ignorar su contenido profundo. Un mes después de la huelga general, el único avance real es la confusión. Las huelgas se hacen para ganarlas y que otro las pierda. Aquí los únicos ganadores visibles por el momento son quienes no arriesgaron ese día ni juegan cotidianamente en las esferas de poder. En uno de sus libros más conocidos, T. S. Kulin ha escrito que una revolución teórica sólo tiene lugar cuando frente al paradigma en crisis se cuenta con un paradigma alternativo. Lo que en España no parece el caso.

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