Tribuna:LAS DIMENSIONES DEL SONIDO

Un templo para la música

Se podría decir que la unidad de medida de la acústica es el tiempo de reverberación, que es el tiempo que tarda el sonido en apagarse desde que se deja de emitir. En la música sinfónica, el tiempo de reverberación debe estar alrededor de los 2,2 segundos, mientras que la música de cámara pide un tiempo inferior. En el Auditorio Nacional de Madrid, la sala principal tiene un tiempo de dos segundos, y la pequeña, de 1,6 segundos.La acústica de la sala del Palau de la Música de Valencia se caracteriza por un tiempo de reverberación largo. Este es un dato comprobable. Que esa notoria reson...

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Se podría decir que la unidad de medida de la acústica es el tiempo de reverberación, que es el tiempo que tarda el sonido en apagarse desde que se deja de emitir. En la música sinfónica, el tiempo de reverberación debe estar alrededor de los 2,2 segundos, mientras que la música de cámara pide un tiempo inferior. En el Auditorio Nacional de Madrid, la sala principal tiene un tiempo de dos segundos, y la pequeña, de 1,6 segundos.La acústica de la sala del Palau de la Música de Valencia se caracteriza por un tiempo de reverberación largo. Este es un dato comprobable. Que esa notoria resonancia sea buena o mala para la música es otro asunto, y discutible. La agradece esta resonancia porque la amplifica.

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Y el coro, si la música es de valores largos -como ocurre con las Vísperas ortodoxas de Rachmaninof-, se solemniza con ella. Para entendernos: el Palau de la Música de Valencia posee acústica de catedral. El saldo, pues, para el puro cantar puede ser positivo.

Otra cosa es el tañer. La reverberación larga es un obsequio para aquellos conjuntos instrumentales que: a) faltos de pujanza, se benefician con el artificial refuerzo; b) inseguros en la ejecución, ocultan sus irregularidades, por aquello del o revuelto. La reverberación es "la buena capa que todo lo tapa".

Es del todo evidente que un prestissimo de Haydn es inaudible en las condiciones actuales de la sala A. Y esto es grave porque, si gozamos aún hoy de esa fórmula civilizada que es el concierto, se lo debemos a Haydn. Y éste es un ejemplo que se puede multiplicar. La música barroca a menudo usa el eco, pero lo pone ella, no la sala.

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