Dos coleccionistas privados providenciales

Con las obras de Matisse de las colecciones soviéticas se puede comprobar, una vez más, la decisiva importancia que poseen las colecciones privadas para el definitivo y futuro enriquecimiento del patrimonio artístico de un país.De hecho, la práctica totalidad de estos fondos matissianos conservados en la Unión Soviética proceden de dos colecciones privadas, formadas antes de la Revolución de Octubre, a las que hay que añadir un lote de dibujos mayoritariamente fechados en las décadas de los treinta y los cuarenta.

En este caso, los protagonistas memorables fueron dos refinados burgueses...

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Con las obras de Matisse de las colecciones soviéticas se puede comprobar, una vez más, la decisiva importancia que poseen las colecciones privadas para el definitivo y futuro enriquecimiento del patrimonio artístico de un país.De hecho, la práctica totalidad de estos fondos matissianos conservados en la Unión Soviética proceden de dos colecciones privadas, formadas antes de la Revolución de Octubre, a las que hay que añadir un lote de dibujos mayoritariamente fechados en las décadas de los treinta y los cuarenta.

En este caso, los protagonistas memorables fueron dos refinados burgueses rusos, Sergei Ivanovich Shchukin (1854-1936) e Ivan Abramovich Morozov (1871-1921), el primero de los cuales llegó a poseer una excepcional colección de arte moderno, en la que había más de 30 obras de Matisse y más de medio centenar de Picasso, entre otras muchas maravillas.

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Además de las abundantes adquisiciones de obras de Matisse, que inició desde fechas muy tempranas, Shchukin encargó al pintor la decoración de varias estancias de su casa el año 1909, fruto de lo cual fueron La danza, La música, La habitación roja y Armonía en azul. La instalación de todos estos decorados fue supervisada por el propio autor dos años más tarde.

Salto hacia la vanguardia

Más cauto y selectivo, Morozov, continuador de una colección de arte moderno francés ya iniciada por su propio hermano mayor, Mijail, y en la que había cuadros de Monet, Renoir y Gauguin, comprendió la importancia del salto hacia la vanguardia que había dado su compatriota y supo seguirle los pasos. Llegó a reunir hasta 11 telas de Matisse, y habría tenido muchas más si el inicio de la I Guerra Mundial no lo hubiese impedido.

De todas formas, ambos, Shchukin y Morozov, se decidieron a comprar lo que entonces a muy poca gente interesaba, incluso en la propia Francia, pues no en balde los primeros clientes relevantes que tuvieron figuras tan excepcionales como Matisse y Picasso fueron coleccionistas privados del centro y el este de Europa.

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