Tribuna:

Miño, 'tex-mex'

La patria de la frontera

Las fronteras, como lugar de tránsito, desarrollan una cultura mixta, compleja, con lo que recogen de los que pasan. La raya oficial es casi cortante, pero los habitantes a ambos lados de ella crean una forma de vida que los iguala. Entre España y Portugal existe una patria que es la frontera misma.

El guardia puso la rodilla en tierra después de dar el alto. Uno de los muchachos portugueses corría con unos zapatos nuevos bajo el brazo. El disparo fue tan certero que el mozo se quedó estirado, de esa forma en que se quedan los muertos. La madre cruzó la frontera, extendió el mantil y re...

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Las fronteras, como lugar de tránsito, desarrollan una cultura mixta, compleja, con lo que recogen de los que pasan. La raya oficial es casi cortante, pero los habitantes a ambos lados de ella crean una forma de vida que los iguala. Entre España y Portugal existe una patria que es la frontera misma.

El guardia puso la rodilla en tierra después de dar el alto. Uno de los muchachos portugueses corría con unos zapatos nuevos bajo el brazo. El disparo fue tan certero que el mozo se quedó estirado, de esa forma en que se quedan los muertos. La madre cruzó la frontera, extendió el mantil y recogió la tierra ensangrentada.Que nao fique nada aquí.

Que no quede nada aquí. Hace ya mucho tiempo que eran niños los que hoy recuerdan aquella sentencia implacable. Ahora, el quedar o el marchar, el ir o el venir, han perdido en este mundo de lo real imaginario que es la frontera su conjugación rotunda. Los vientos del otro margen ya no auguran, como antaño, un mal casamiento ni el servir al otro lado supone necesariamente rebajarse a la condición de perro. El viejo puente de Eiffel, sobre el Miño, entre Tuy y Valença, gime herrumbroso, incapaz de dar paso a tanto trasvase. Mientras los conductores dormitan horas y horas esperando su turno en la ;aduana, en Caldelas, un pastor sólo necesita las manos de bocina para entenderse con los de la otra orilla. Las ondas invisibles de la radio en momentos certeros, mezclan GNR y Os Resentídos sobre los remolinos del Miño al modo de una genuina tex-mex. Sobre las fortalezas persiguen los críos lagartijas. De las antaño nutridas guarniciones militares en Tuy, durante un tiempo, sólo quedó un cabo al pie de un artefacto inservible, convencido patrióticamente de que los portugueses únicamente pintaban las fachadas que daban hacia España. Los diarios asoman tímidamente en los quioscos de la vecindad, y comienzan a incluir secciones transfronterizas. Circulan libros como panes perennes. Estos mismos días la cadena Bertrand abría librería en Vigo. En medios intelectuales, se invoca profusamente a los ilustrados que abonaron el árbol común.

Fatalidad y accidente

Pero sería ilusorio creer que la fuerza del pensamiento y la razón va a abolir este mundo de lo real imaginario que es la raya. En la frontera, como en ningún otro sitio, se comprende que la nación es una fatalidad y el Estado un accidente. Quizás sea por eso que todos los sabios que en el mundo han sido se dieron y dan de bruces contra el mapa de colores. La auténtica cultura transfronteriza es la de la feria, real o imaginaria, visible o sumergida. La frontera se ha quitado su máscara ruda, se la quitará aún más, no ha de faltar mucho, pero el rostro que ha surgido no es del todo nuevo. La cultura hegemónica es la feria, o esa versión contemporánea de la feria que es lo hiper. Los poderes políticos han prometido y engañado, las administraciones aplazan la primera piedra de un nuevo puente que se debía haber puesto en 1985, la autovía sigue siendo un proyecto. Pero los sabuesos que otean tiempo ha el trajín de pesetas y escudos, el universalismo mercantil, construyen en un santiamén el híper transfonterizo. Mientras los poderes políticos tartamudean, no digamos sus brazos culturales, o se entiende por forzado rebote, los financieros rubrican ambiciosos convenios y citan en sus discursos a Pessoa. En las carreteras destella el neón de las discos y clubes transfronterizos, allí donde el ir y el venir pierden momentáneamente el sentido. Pero no son un hogar estos destellos.

Mirando al viejo puente de Eiffel atestado de vehículos, uno tiene la sensación de que se está venciendo lo real, desbordando la aduana/alfándega, pero sucumbiendo ante lo imaginario. Lamentablemente, después de tantos años, no existe una cultura fronteriza al margen de la feria y quizás sea la feria, o lo hiper, la cultura común que surja borrada la frontera. Borrada es un decir. Las fronteras sólo se borran ensanchándolas, ganando espacio a una patria sin otro nombre que la frontera misma. Lo imaginario pervivirá fatalmente a uno y otro lado si no se hace hablar al río, si no hacemos como el pastor bocina con las manos.

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