Tribuna:

Días de cava y rosas

Se percibe inmediatamente. El Liceo es una parte esencial de las señas de identidad de Barcelona. Es un orgullo de la ciudad. Al margen de su mayor o menor afición a la ópera, muchos catalanes lo consideran algo suyo con que se sienten identificados, solidarios. Es una práctica bastante extendida visitarlo al menos una vez en la vida. Sus éxitos se asumen como algo propio; sus fracasos, con dolor. No es el único caso. Milán o Viena tienen a sus teatros e opera como simbolos representativos de su vida cultural. Existe una tradición, un poso, una historia.Desde el 17 de abril de 1847, en que ...

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Se percibe inmediatamente. El Liceo es una parte esencial de las señas de identidad de Barcelona. Es un orgullo de la ciudad. Al margen de su mayor o menor afición a la ópera, muchos catalanes lo consideran algo suyo con que se sienten identificados, solidarios. Es una práctica bastante extendida visitarlo al menos una vez en la vida. Sus éxitos se asumen como algo propio; sus fracasos, con dolor. No es el único caso. Milán o Viena tienen a sus teatros e opera como simbolos representativos de su vida cultural. Existe una tradición, un poso, una historia.Desde el 17 de abril de 1847, en que Ana Bolena, de Donizetti, inauguraba las representaciones del teatro, casi 400 óperas diferentes se han podido presenciar en sus escenarios. Se podría narrar la historia de Barcelona a través de los acontecimientos ocurridos en el Liceo, de sus repertorios. Nada ha faltado. Desde los 20 muertos causados el 7 de noviembre de 1893 al estallar una bomba lanzada por un anarquista desde los pisos altos en una representación de Guillermo Tell, de Rossini, hasta la supresión de óperas alemanas o italianas en 1938 por el Gobierno de la República, en plena situación de guerra, o el fomento de Wagner, Strauss o Mozart tras los resultados finales de la contienda, por razones evidentes.

Aún se mantiene del funcionamiento de otras épocas la existencia de 400 propietarios con acceso a 1.000 localidades, obligatorio en uno de los turnos y optativo en los demás. La constitución del Consorcio del Gran Teatro del Liceo a la muerte del empresario Pamias en 1980 ha respetado los derechos de esta junta de propietarios. Las subvenciones públicas se distribuyen actualmente entre el Ministerio de Cultura (400 millones), Generalitat de Cataluña (350 millones), Ayuntamiento de Barcelona (350 millones) y Diputación de Barcelona (100 millones). El resto de los ingresos es por taquilla. Con un índice de ocupación medio del 87%-90% (temporada 1987-1988), el déficit anual es de unos 100 millones de pesetas, con un presupuesto del teatro algo superior a los 2.000 millones. No hay de momento, aportaciones de capital privado ni en forma de apoyo a una obra determinada, como en los teatros ingleses, ni con organismos que subvencionen la temporada completa, al estilo del grupo ENI en la Scala de Milán.

Tres óperas de Wagner, dos de Strauss y Donizetti y una de Rossini, Verdi, Cimarosa, Mussorgski y Saint Säens constituyen la temporada 1988-1989. Sobre la disponibilidad de los cantantes y el gran momento del coro se ha efectuado una selección de títulos discutiblé -sin Mozart, sin Puccini- pero llena de interés. Se echa de menos, no obstante, la presencia de una ópera que enlace con la revisión de los clásicos del siglo XX ofrecidos últimamente (Moisés y Aarón, Lulú). El reciente estreno mundial de una obra de X. Benguerel completa la programación de ópera, a la que hay que añadir varios conciertos, recitales y sesiones de danza.

Nuevas producciones

En el terreno vocal, a los dívos es Carreras, Kraus, Domingo- se unen los esperados debús liceístas de Margaret Price, Marylin Horne o Lucia Popp y las siempre bien recibidas actuaciones de Raimondi, Bruson, Estes, Moll, Prey, Baltsa, Fassbaender, Studer, Talvela y Ramey, entre otras.Se observa una mayor preocupación por las puestas en escena -Ponnelle, Pizzi- y por las nuevas producciones del teatro. Como especial novedad aumenta a cinco el número de representaciones de la mayor parte de los títulos, llegándose a seis en Tristán e Isolda y Los maestros cantores. Se mantiene acertadamente el turno de cinco de la tarde los domingos para todas las obras. El importe de las localidades ha subido moderadamente (7.200 frente a 6.800 pesetas la butaca de platea; se mantienen a 450 pesetas las más baratas de los pisos cuarto y quinto).

Como en tantas otras cosas, también en la ópera se proyecta la sombra de 1992. Se espera para ese año la participación de varios teatros de ópera europeos. La Scala con un Verdi, el Covent Garden con un Britten, la Staatsoper de Viena con un Strauss, y la Opera de París con un autor francés, complementarían la producción propia de una teatrología de Wagner. Quizá fuese el momento de acometer de aquí a entonces las mejoras técnicas del escenario, su mecanización y la reforma de efectos de iluminación que tanto deslucen algunas producciones. El mítico Simón Bocanegra, de G. Strehler, quedó totalmente descafeinado en su presentación hace unos años. Lluís Andreu, director artístico del teatro, que con tanta ilusión habla del "espacio alternativo" que supone la sala del teatro Principal para realización de ensayos, piensa que "se necesitaría un presupuesto extraordinario para la modernización técnica que los nuevos montajes de ópera requieren. Llevamos muchos años de retraso en este sentido".

Otra solución sería la transformación arquitectónica del teatro, como informó recientemente este periódico. De momento, el lunes 7 de noviembre, un espectacular Don Carlo, de Verdi, levantará el telón de la temporada más esperanzadora sobre el papel. de los últimos tiempos en Barcelona.

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