Luis Martín Santos, escritor y pensador, fallece en Burgos

El escritor y pensador Luis Martín Santos, nacido en Alar del Rey (Palencia), hace 67 años, casado y padre de tres hijos, falleció ayer en Burgos a consecuencia de una larga enfermedad. Autor de Una epistemología para el marxismo y, entre otras, El combate de Santa Casilda, era profesor de Sociología del Conocimiento de la universidad Complutense y colaborador habitual de EL PAÍS. Sus restos serán inhumados esta tarde en Burgos.

Era un hombre profundo, rico de saberes múltiples, grave castellano, a veces taciturno, pero también jovial y abierto, un profesor socrático que se adentraba en...

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El escritor y pensador Luis Martín Santos, nacido en Alar del Rey (Palencia), hace 67 años, casado y padre de tres hijos, falleció ayer en Burgos a consecuencia de una larga enfermedad. Autor de Una epistemología para el marxismo y, entre otras, El combate de Santa Casilda, era profesor de Sociología del Conocimiento de la universidad Complutense y colaborador habitual de EL PAÍS. Sus restos serán inhumados esta tarde en Burgos.

Era un hombre profundo, rico de saberes múltiples, grave castellano, a veces taciturno, pero también jovial y abierto, un profesor socrático que se adentraba en el espíritu de sus alumnos y les revelaba sus virtualidades ocultas. No es de extrañar que sus clases de Sociología del Conocimiento, en la universidad de Madrid, estuviesen repletas de un público expectante y admirativo. Colaboró en EL PAÍS, durante años, con artículos de certeros análisis sobre los problemas culturales de nuestros días. Al mismo tiempo, fue un gran promotor de cultura. Son inolvidables los ciclos de conferencias que organizó en Burgos con participación de profesores nacionales y extranjeros y, últimamente, en el auditorio del Banco de Bilbao en Madrid. Pero, por encima de todo, fue un pensador riguroso, un filósofo que supo unir la reflexión y la acción. Siempre estuvo comprometido en la lucha por una democracia social auténtica, a la que entregó años de su vida y sus mejores afanes.Señalemos entre sus obras más signifícativas Una epistemología para el marxismo (1976), en la que desarrolla algunas tesis del humanismo marxista. En este sentido, afirma que el sujeto real del conocimiento es el hombre concreto, en el que se unen el yo epistémico y el psicológico. La separación entre ambos lleva al idealismo espiritualista, por una parte, y al objetivismo materialista, por otro, origen de todos los dogmatismos.. En Teoría marxista de la revolución (1977) estudia con rigor el proceso revolucionario, diferenciando sus fases ascendentes y descendentes, y acude a los modelos lingüísticos estructurales para comprender la esencia de la revolución.

Rebelión juvenil

Termina este libro con un espléndido análisis sobre la rebelión Juvenil de 1968, en el que encontramos una definición iluminativa: "Cada uno de estos jóvenes era un actor de sí mismo, el portador de su propia afirmación". Más tarde, publica Max Scheler (Crítica de un resentimiento, 1981), ensayo lúcido y penetrante sobre el filósofo alemán, donde dice: "Frente al realismo, Scheler da una visión ascética del conocer. Se diría que, para Scheler, la misión de la filosofía es propiciar la vuelta a la Edad de Oro". Pero la obra de Luis Martín Santos que causó verdadera sensación fue su novela El combate de Santa Casilda (1980), en la que narra, con auténtica belleza descriptiva, la atmósfera religiosa de una Castilla metafísica, esencial y, sobre todo, yerma y silenciosa. La lucha entre una razón científica que amanece y una fe todavía poderosa que comienza a vacilar, acaba en que la razón es vencida por la fe vengadora y la fe derrotada por su propia milagrería. Es esta una narración límpida y objetiva, de contrapuestas visiones del mundo y, como el Concierto para dos violines, de Bach, esta dialéctica de hombre de ideas termina en un armonioso y trágico acorde. Luego escribe una novela filosófica, Encuentro en Sils María (1985), imaginario diálogo entre Nietszche y Freud. El primero aparece patético, trágico ante la presencia de la muerte, y el segundo insiste en la eternidad del deseo. "¿Serían dos grandes falsificadores?", se pregunta Martín Santos. Estos encuentros continuó elaborándolos en los últimos años con mayor profundidad y vuelo imaginativo. Lo que más me admiraba de su personalidad fue en estos últimos años su estoica y sabia resistencia ante una muerte que sabía inevitable y próxima. Siempre se resistió a creer que moriría y, como afirma Schopenhauer, al formar como partícula de esa eternidad de la vida material, sobreviviría a todos los males.

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