Crítica:FLAMENCO

Aurora Vargas y Niño Jero, diálogo memorable

La noche estaba más bien fresquita en Jerez, y como el festejo era al aire libre todos parecíamos contagiados de esa falta de calor ambiente. No diré que llegáramos al trance del pasmo, pero evidentemente estábamos lejos del chispazo emotivo, de la tensión vitalizadora y gratificante.El buen hacer y las ganas de agradar del lebrijano Manuel de Paula, que abrió el fuego -es un decir-, se estrellaron contra esa sutil barrera de atenta cortesía. Cantó bien, sin embargo, muy fiel al recuerdo de Antonio Mairena, echándole nervio y fuerza, que no encontraron en la audiencia el eco deseado.

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La noche estaba más bien fresquita en Jerez, y como el festejo era al aire libre todos parecíamos contagiados de esa falta de calor ambiente. No diré que llegáramos al trance del pasmo, pero evidentemente estábamos lejos del chispazo emotivo, de la tensión vitalizadora y gratificante.El buen hacer y las ganas de agradar del lebrijano Manuel de Paula, que abrió el fuego -es un decir-, se estrellaron contra esa sutil barrera de atenta cortesía. Cantó bien, sin embargo, muy fiel al recuerdo de Antonio Mairena, echándole nervio y fuerza, que no encontraron en la audiencia el eco deseado.

También Juana Amaya tenía ganas de agradar a la concurrencia, extendiéndose en una larguísima secuencia en que mezcló muchas cosas, unas con mayor fortuna que otras. Pero la joven bailaora de Morón es limitada de recursos. El temperamento racial no lo es todo en el baile, ni siquiera es lo principal.

Dos siglos de flamenco

Cante: Manuel de Paula, Pansequito, Aurora Vargas. Toque: Manolo Franco, Niño Jero. Baile: Juana Amaya, con Rafael Fernández, Juan Lérida y Curro de Triana al cante y Miguel Pérez al toque. Recreo de las Cadenas, 22 de junio.

El dramatismo ha de emanar de la propia danza, del pozo insondable de su naturaleza jonda, y ahí el taconeo desaforado, el desmelene, apenas son nada, se quedan en una cierta rutina y vulgaridad.

Cantó bien Pansequito, cantó, como en él es habitual, esas largas y discursivas retahílas de coplas en que cuenta cosas tremendas por soleares o por bulerías. Pero Pansequito tampoco pudo romper el fresco dominante.

Hubo que esperar al final, pues, para que el cante de Aurora Vargas y la guitarra de Niño Jero, en un diálogo memorable, nos llevaran al encuentro total con el arte flamenco.

Aquí sí se produjo el milagro de la comunión y los duendes, y todos vibramos con el eco de maravilla de los cantes de Aurora, que aun no estando bien de voz -quizá por ello mismo- supo rebuscar en sí misma, en su propia pena, para darnos lo más emocionante de esta noche y de otras muchas noches.

Cante al que Periquín Jero puso el contrapunto de un toque fabuloso, de increíble delicadeza, verdaderamente insuperable. Gracias a Aurora y Jero, de pronto nos encontramos todos de pie, aplaudiendo con fervor, en pleno trópico emocional. La primera noche de esta Conferencia Internacional de Flamenco se había salvado.

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