Tribuna:

La Maestranza, entre el ser y la nada

Los conversos de la tauromaquia jugamos con una cierta ventaja sobre los aficionados de abolengo, los entendíos. Y es poder acercarnos a la fiesta en sincronía, sin estigmas ni bagajes perturbadores. Cosa más bien teórica, ya lo sé, sobre todo para el que vive en una cultura donde este rito lo impregna todo: el lenguaje, las metáforas cotidianas, y no digamos en ciudades como Sevilla, con una Maestranza que levanta su imperio urbanístico y es abrazada por las cadenas de su propia historia. Sólo cuando nos toca en suerte (primera metáfora) acompañar al de fuera parece que uno ve a...

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Los conversos de la tauromaquia jugamos con una cierta ventaja sobre los aficionados de abolengo, los entendíos. Y es poder acercarnos a la fiesta en sincronía, sin estigmas ni bagajes perturbadores. Cosa más bien teórica, ya lo sé, sobre todo para el que vive en una cultura donde este rito lo impregna todo: el lenguaje, las metáforas cotidianas, y no digamos en ciudades como Sevilla, con una Maestranza que levanta su imperio urbanístico y es abrazada por las cadenas de su propia historia. Sólo cuando nos toca en suerte (primera metáfora) acompañar al de fuera parece que uno ve a través de sus ojos, de prestado, con pureza semiótica.Así, recuerdo que hace unos años acompañé at Yuri V. Dubinin, entonces embajador de la Unión Soviética en España, a una corrida de feria. También venía su mujer, que creo no vio nada, pues todo el tiempo estuvo quitando la vista del ruedo, ya por la sangre, ya de puro sobrecogimiento.

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Su esposo, en cambio, loa tendió todo a las mil maravillas. Por lo menos supo ver algo que se le mostraba, más allá que cualquier aborigen, a juzgar por esta observación: "Es extraordinario", me dijo, "lo rápidamente que este público cambia de opinión". Claro está que toreaba Curro Romero, el cual, en un mismo tercio, había provocado sucesivas oleadas de entusiasmo y de ira, sin solución de continuidad.

Pero lo que a nosotros nos parecía natural, al embajador no podía por menos de asombrarle. Dado que estábamos en los albores de la transición, yo pensé: "Pues como a la democracia le toque lidiar de esta manera...". Para colmo y retruécano, luego supimos que Curro es un torero que abriga verdaderos sentimientos demócratas, y que el señor Dubinin ha tenido que arrimarse a la perestroika, no sé si en faena de alivio o encontrándole el sitio.

Bueno, pues así, con ese talante, más bien de antropólogo imaginario, quisiera uno ser apasionadamente objetivo, para empezar bien. Buscando ante todo las leyes ocultas, la secreta armonía que sustenta a tan,raro prodigio y a sabiendas de que por debajo de toda belleza late una geometría; de toda leyenda, un sistema; de todo ardor, un cálculo.

Primero, indicios y señales, con sospechosa dualidad: sol y sombra, pitos y palmas, bronca y clamor, seda y percal..., vida y muerte. Aquí no hay términos medios, salvo precisamente los medios, que es donde el diestro se la juega. También ejerce su conjuro el número tres, como en los cuentos: tres toreros, tres tercios, tres pares, tres trapos..., tres artilugios para matar (estoque, descabello, puntilla). Para iniciados son ya otros sutiles contrastes, como aquel que predicaba el gran Bergamín, entre torero y "lidiador", queriendo significar algo así como artista y "artesano".

De hecho, cualquier definición que no pase por el espasmo dialéctico o la magia del tres fracasará. Pues esto no es nada en positivo: ni deporte ni teatro, ni juego ni crueldad, ni religión ni esoterismo, ni música ni pintura, sino todo eso a un tiempo. Chasco segundo: aquí, tan principal es el adorno como el lance. No se trata de burlar a la fiera en cualquier modo, sino conforme a las reglas de un arte que, además, no está escrito en parte alguna.

Lo más aburrido

Quebranto tercero: pese a tantos alicientes, colorido y fervor en los círculos del entorno, cada corrida puede convertirse en lo más aburrido del mundo. No hay cosa peor, ni gusto más salobre, que el de una mala tarde de toros. Todo un universo preparado para llenar el vacío, de pronto se torna en el vacío mismo.

Es cuando sobreviene el silencio de la plaza de la Maestranza, que algunos atribuyen a la brusca presencia en el callejón de todos los toreros que se fueron. Se oye entonces el piar rasante de los vencejos, que tampoco acaban de encontrar su sitio entre el albero y el cielo, quiero decir, entre el ser y la nada.

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