Editorial:

Centroamérica, frente al 'gran bastón'

LA CREACIÓN, hace más de ocho años, del Grupo de Contadora partía de la idea de que los problemas de Centroamérica necesitan una solución regional; no están integrados en la contradicción planetaria URSS-EE UU; hay rasgos comunes entre los conflictos de unos y otros países, y se necesitan esfuerzos mancomunados para avanzar hacia la paz y la democracia. En esas ideas se basan también el plan Arias y los acuerdos de Esquipulas 2, que se pusieron en marcha en agosto pasado. Pero aparecen enormes dificultades para que avancen las soluciones regionales, basadas en la negociación, cua...

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LA CREACIÓN, hace más de ocho años, del Grupo de Contadora partía de la idea de que los problemas de Centroamérica necesitan una solución regional; no están integrados en la contradicción planetaria URSS-EE UU; hay rasgos comunes entre los conflictos de unos y otros países, y se necesitan esfuerzos mancomunados para avanzar hacia la paz y la democracia. En esas ideas se basan también el plan Arias y los acuerdos de Esquipulas 2, que se pusieron en marcha en agosto pasado. Pero aparecen enormes dificultades para que avancen las soluciones regionales, basadas en la negociación, cuando existen factores externos, sumamente potentes, que se oponen a ellas. La política de EE UU ha sido contraria a Contadora y a Esquipulas, y ha tendido a imponer soluciones dictadas únicamente por sus intereses.La pugna entre esas dos líneas de desarrollo ha desembocado en una coyuntura contradictoria, en la que se agudizan situaciones explosivas, al tiempo que siguen abiertos caminos de paz. El conflicto nicaragúense ha evolucionado desde Esquipulas. El Gobierno sandinista ha dado pasos serios para autorizar la Prensa de la oposición y para sentarse a negociar con la contra, renunciando a posiciones anteriormente proclamadas con énfasis. Este cambio ha sido posible porque se ha negociado en un marco regional.

En Centroamérica, Washington prefiere Gobiernos sumisos, aunque sean designados por vías electorales poco limpias. Sin embargo, ignorar que en El Salvador o en Guatemala las guerrillas expresan, de una u otra forma, una realidad social que debe ser integrada en el sistema democrático es absurdo. Sin esa realidad, la democracia quedará siempre coja, lo que facilita que los militares controlen el Estado.

En un marco distinto, es apremiante la necesidad de una salida negociada en Panamá, pero difícilmente podrá prosperar si continúa la política de injerencia que aplica EE UU en defensa de sus intereses unilaterales sobre el canal. Una solución pactada sólo la pueden amparar países amigos de Panamá, a fin de que el Estado panameño pueda conservar su personalidad internacional después de la destitución de Noriega. La tendencia norteamericana a agitar el gran bastón y a la política de la cañonera terminará empujando la situación hacia vías de auténtica tragedia.

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