Tribuna:

Provisionalidad perpetua

El pensamiento moderno ha oscilado, en el plano ético, entre el intento de buscar fundamentos universales a la moralidad y la provisionalidad. El propio Descartes, ante la imposibilidad de llegar de una forma rápida a los frutos del conocimiento optó, momentáneamente, por una moral provisional. A esta provisionafldad se siguen acogiendo hoy no pocos pensadores. Unos, porque aún no han llegado a descubrir valores universales indiscutibles; otros, porque consideran positivo el carácter precario de los valores y su constante revisión.Pero los pensadores más influyentes hoy, a cuya sombra se coloc...

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El pensamiento moderno ha oscilado, en el plano ético, entre el intento de buscar fundamentos universales a la moralidad y la provisionalidad. El propio Descartes, ante la imposibilidad de llegar de una forma rápida a los frutos del conocimiento optó, momentáneamente, por una moral provisional. A esta provisionafldad se siguen acogiendo hoy no pocos pensadores. Unos, porque aún no han llegado a descubrir valores universales indiscutibles; otros, porque consideran positivo el carácter precario de los valores y su constante revisión.Pero los pensadores más influyentes hoy, a cuya sombra se colocan los contemporáneos, son Aristóteles y Kant. El primero, por su propuesta de una moral que tiene como finalidad última el bien, es decir, la felicidad. El segundo sigue siendo objeto de reflexión por su proyecto de una moral basada en el deber.

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En ambos se da, pese a otras diferencias, una característica común: el reconocimiento del carácter autónomo de la moral. El individuo sólo se reconoce a sí mismo como fuente última de la moralidad. Frente las llamadas morales heteróriomas, como las cristianas, por ejemplo, que hacen depender los mandatos morales de instancias ajenas al hombres, Dios, por ejemplo, la ética moderna y también la contemporánea, niegan cualquier posibilidad de dependencia moral de instancia ajenas al hombre. Se puede apostar por una moral universal o por una moral particular, por una moral de situación o por una moral de rechazo, pero el último elemento de referencia es el individuo, considerado libre, lo que en el lenguaje filosófico se ha venido llamando el sujeto. Esta referencia al sujeto deriva, en ocasiones, en un relativismo, no sólo de los valores morales sino incluso frente a la propia posibilidad de la ética más allá de ciertas cuestiones concretas, aunque parecen quedar lejos los esfuerzos de una filosofía del lenguaje que llegó, incluso, a negar significación a las proposiciones éticas, en la medida en que no fueran reducibles a otro tipo de enunciados.

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