Crítica:MÚSICA CLÁSICA

Las cuerdas brillantes

ENVIADO ESPECIAL, Continuaron los llenos en el teatro Pérez Galdos y se mantuvo el tono entusiasta durante las actuaciones de la Orquesta Filarmónica de Moscú, dirigida por Dimitri Kitaienko, los días 11 y 12. El cuarto festival se reafirma cada jornada en el ánimo de todos como algo incorporado a la vida cultural de Canarias.

La orquesta filarmónica moscovita es una orquesta sólida, bien cohesionada y extraordinariamente brillante, sobre todo en las pastosas secciones de cuerda. Tiene algo de germánico en el sonido por su gusto tendente a las frecuencias graves, que densifican el cuerp...

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ENVIADO ESPECIAL, Continuaron los llenos en el teatro Pérez Galdos y se mantuvo el tono entusiasta durante las actuaciones de la Orquesta Filarmónica de Moscú, dirigida por Dimitri Kitaienko, los días 11 y 12. El cuarto festival se reafirma cada jornada en el ánimo de todos como algo incorporado a la vida cultural de Canarias.

La orquesta filarmónica moscovita es una orquesta sólida, bien cohesionada y extraordinariamente brillante, sobre todo en las pastosas secciones de cuerda. Tiene algo de germánico en el sonido por su gusto tendente a las frecuencias graves, que densifican el cuerpo sonoro y su natural rechazo del vibrato, que caracterizó durante mucho tiempo a orquestas estelares de la Unión Soviética, como la Filarmónica de Leningrado.

IV Festival de Música de Canarias

Orquesta Filarmónica de Moscú. Director: D. Kitaienko. Obras de Mendelsson, Scriabin, Glinka, Prokofiev y Shostakovitch. Teatro Pérez Galdós. Las Palmas, 11 y 12 de enero.

No sé si el estilo de los filarmónicos de Moscú se debe principalmente al de su director titular, Kitaienko, aun cuando tengo motivos lógicos e históricos para responder afirmativamente. Presencié sus pruebas para el Premio Karajan, que obtuvo en Berlín el año 1969, todavía en plena juventud. Llamó la atención de todos la seguridad rítmica, la continuidad, la potencia y la densidad del sonido orquestal buscado y logrado por el entonces casi desconocido maestro soviético; se advirtió también como una secreta pero evidente inclinación de Kitaienko hacia el modelo de Karajan, incluso en el repertorio gestual.

Si éste, como es natural, ha cobrado independencia con el paso del tiempo, permanece sin embargo el ideal sonoro de un maestro que aborda en sus programas, como hemos comprobado en Las Palmas, partituras de grueso calado.

Excesos

En dos noches hemos podido escuchar el Poema divino, de Scriabin, y la Décima sinfonía, de Shostakovitch. El resto de la programación, más ligera y transparente en principio -se trataba de la Escocesa, de Mendelssohn, y la Sinfonía Clásica, de Prokofiev-, no lo fue tanto debido a las versiones de Kitaienko. Para empezar, utilizó en ambas obras una masa de arcos tan nutrida como en Scriabin y Shostakovitch.Diez contrabajos para la Clásica de Prokofiev y en un local no demasiado grande parece excesivo como base. Y lo fue, en efecto, ya que por otra parte Kitaienko es demasiado riguroso en los tiempos, poco flexible y planificador en las intensidades.

Se establece así una suerte de contradicción: el patetismo derivado de la densa, grave y compacta materia no se compadece con la expresividad ni con el plan dinámico. En algún caso la contradicción produjo efectos positivos como en la Décima sinfonía de Shostakovitch, a cuya frecuente pesadumbre encendió Kitaienko una vela mientras alumbraba con otra toda la sustancialidad racial y el humanismo que habita en estos pentagramas neopatéticos, sin cargar unos tintes ya de por sí suficientemente explícitos.

Algo añejo suena siempre en el fondo de una obra como el Poema divino, pese a la literatura que rodeó siempre la figura y la obra de Alexander Scriabin. Pero su narrativismo luce con mucha menor vitalidad que el de su contemporáneo Ricardo Strauss, y su orquesta es mucho menos interesante que la del bávaro o el tan diferente Gustav Mahler. Con todo, la exposición de Dimitri Kitaienko y la Filarmónica de Moscú tuvo naturalidad cuando es tan fácil caer en la afectación con pentagramas como los del Poema divino.

En la Clásica y en la Escocesa la letra nos llegó con pulcritud, virtuosismo de ejecución y enorme fuerza expansiva, tras la que el espíritu que anima ambas partituras pareció volatilizarse. Todo resultaba demasiado importante, lo que no se aviene ni con la intención ni con los medios puestos en juego por el feliz romántico que fue Mendelssohn y el irónico Prokofiev de antes de los años veinte.

La indudable calidad de la orquesta y los muchos valores de Kitaienko, demostrados también en la obertura de Glinka para Russlan y Ludinila y en los valses a la rusa concedidos como propina, tuvieron una respuesta sumamente favorable por parte del público: las ovaciones y bravos fueron unánimes y prolongados.

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