Crítica:PINTURA

Soberbia visión de Juan Barjola

La concesión a Juan Barjola en 1985 del Premio Nacional de Artes Plásticas poseía una doble lectura, consciente o inconsciente. Se reconocía por una parte el valor indiscutible de la aportación histórica del gran pintor extremeño en el contexto de nuestra plástica contemporánea, esa muy personal vía de expresión dramática que arroja una lúcida y desgarrada visión del rostro más patético de nuestra condición, sesgado por la luz de la violencia, el desamor y la ciega opresión.Esa conciencia amarga de la existencia, con obvias raíces paradigmáticas en la tradición pictórica española no sólo no de...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

La concesión a Juan Barjola en 1985 del Premio Nacional de Artes Plásticas poseía una doble lectura, consciente o inconsciente. Se reconocía por una parte el valor indiscutible de la aportación histórica del gran pintor extremeño en el contexto de nuestra plástica contemporánea, esa muy personal vía de expresión dramática que arroja una lúcida y desgarrada visión del rostro más patético de nuestra condición, sesgado por la luz de la violencia, el desamor y la ciega opresión.Esa conciencia amarga de la existencia, con obvias raíces paradigmáticas en la tradición pictórica española no sólo no desciende nunca en Barjola hacia retóricas tremendistas, sino que a través de esa visión desarrolla una de las más interesantes propuestas de reflexión en torno al problema de la representación y el diálogo entre la figura y su espacio que se dan en la plástica española de su tiempo. En este sentido cobra también especial significación el hecho de que Barjola compartiera dicho premio nacional con Pérez Villalta, representante también, desde otro frente generacional, de un impulso renovador dentro de nuestra figuración.

Juan Barjola

Museo Español de Arte Contemporáneo. Avenida de Juan de Herrera, 2, Madrid. Mes de enero.

Mas junto a esa significación histórica, los motivos del premio otorgado a Barjola permitían también una lectura de más estricta actualidad, centrada en la espectacular evolución experimentada por la propuesta pictórica de Barjola en el umbral de la presente década. Sin desviarse de las señas de identidad que habían marcado los temas y lenguaje esenciales de su trayectoria, el Barjola de los ochenta sorprendió con un giro de extraordinaria frescura hacia una más libre y dinámica gestualidad y riqueza cromática.

Frescura

Ello sitúa a Barjola dentro de esa estirpe de grandes creadores incapaces de adocenarse en una simple reiteración de sus propios hallazgos, un pintor que, cumplidos ya los sesenta, abre en su propio mundo una ventana de insólita y arriesgada frescura, pertinente con un nuevo horizonte de sensibilidad Pero sin necesidad de arrimarse a las modas de éxito. La exposición de pinturas y dibujos de Barjola que presenta el MEAC orienta básicamente su atención hacia este período reciente. Parcialmente antológica, su recorrido se inicia hacia 1970 con las postrimerías de esa crítica de la realidad que marca una etapa fundamental en Barjola. Es de lamentar la ausencia de obras anteriores, imprescindibles para una valoración global de la personalidad de Barjola. Los años setenta son vistos por la muestra a través de una escueta aunque bien equilibrada selección, pertinente umbral que permite seguir los pasos que conducen de modo coherente hasta esa soberbia vitalidad del último Barjola.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En